El alcalde pepero de Torrox dijo que el crimen machista sucedido en su pueblo tuvo la parte positiva de que ahora se conoce el pueblo en toda España. Luego pidió perdón. Si se trata de mujeres asesinadas o de asesinatos franquistas, uno sólo tiene que disculparse con desgana por «si ha ofendido a alguien». Pero la gente positiva como este alcalde me contagia y buscaré lo positivo del marasmo hispano-catalán. Lo único bueno que se puede decir en el año 1 después del 1-O es que las cosas no están mejor, pero sí más claras. Y eso no es poca cosa. Citius emergit veritas ex errore quam ex confusione, dice una manida cita de Bacon. Antes se llega a la verdad desde el error que desde la confusión, mejor acumular errores claros que verdades confusas.
Empezamos por las estrellas de este 1-O, los CDR. Con los movimientos sociales pasa como con los grupos que salen a cenar un sábado. Cuando la cohesión o el tamaño del grupo alcanza un punto difícil de precisar, el grupo se hace ensimismado, pierde la referencia del exterior y desaparece de sus modales toda compostura hacia los demás parroquianos que también intentan distenderse masticando sus calamares fritos. Quien se haya topado con una despedida de soltero, de esas con penes de plástico en la cabeza, sabe de lo que hablo. La fuerza de una causa social no se mide sólo por su número de seguidores. Se mide también por la movilización que comporte. Es evidente que el independentismo catalán está fuertemente movilizado y que esa es parte de su fortaleza. No tengo empatía con los nacionalismos como para disfrutar con ello, pero las Diadas de los últimos años fueron envidiables. Las siguieron multitudes, la identificación con el acto fue intensa y la organización impecable (no es fácil semejante movilización sin que haya altercados que revienten el guion). Los CDR aparecieron como grupos organizados y muy motivados, que lo mismo sembraban las playas de lazos amarillos que paraban el AVE. Pero es que hay un punto, también difícil de precisar, en que esas agrupaciones civiles que irrumpen organizadamente en la vida cotidiana y hacen sentir que están ahí siempre y en todas partes toman aire paraoficial, como de escuadrones. Dan resquemor organizaciones de cualquier tipo que actúen como autoridad paralela tolerada. Acaban actuando con reglas propias y sin referencia a normas y situaciones, como una despedida de soltero a lo grande. Llegan a ser puro interior y a no tener más resortes de conducta que los que surjan de ese interior. Este 1-O desplegaron ya conductas agresivas y ensimismadas. Se hizo más claro que no son buena señal grupos tan operativos con tufo paraoficial.
C’s fue la fuerza más votada en las elecciones a las que abocó el 1-O. Desde posición tan ventajosa mostraron durante estos meses las ideas e iniciativas que tienen para Cataluña: ninguna. Ni siquiera hicieron el gesto de presentar su candidatura a la Presidencia de la Generalitat. La bronca catalana llenó la política nacional de sensación de emergencia y C’s se disparó en las encuestas. El protagonismo demoscópico desnudó la pequeñez de Rivera y la moción de censura lo desenmascaró. Pero el combustible de mala saña que esparce la crisis catalana sigue ahí y es el único que hizo carburar a C’s. Así que esa es toda su estrategia: enconar y malmeter, que todo el mundo saque lo peor que tenga, que Cataluña sea el surtidor que llene de resentimiento a España, visto que en ese río llegaron a pescar. Casado invitó al PP a disputarle esas miserias a Rivera y el PP dijo que sí. Ahora compiten en brutalidad, porque el primero que le dé por razonar pierde. El PP no necesita imitar a Rivera en este afán porque tiene ya experiencia en crispar inquinas territoriales en busca de bocados. Este lunes dieron una última y lamentable muestra. Los gobiernos de España y Francia, con las víctimas, proclamaron el fin y derrota de ETA en un acto solemne. Pero allí ya no había cadáveres. Y las víctimas ya habían exigido que su nombre y memoria no se utilizaran en las pendencias políticas. Así que al PP no se le había perdido nada en ese acto. Si no hay muertos de los que culpar a los rivales, ni víctimas que manipular, el asunto no va con ellos. Cualquier día Rafael Hernando les dice que sólo buscan subvenciones.
El balance de Rajoy no admite dudas: un fiasco para España. El 1-O los servicios de inteligencia hicieron el ridículo; les pasaron por el morro miles de colegios electorales abiertos y llenos de urnas y papeletas que ellos creían haber requisado. La perreta del Gobierno arrastró el nombre y credenciales de España con imágenes de dementes cargas policiales, Puigdemont pasó de payaso de feria a personaje y los nacionalistas pusieron la cuestión catalana donde siempre había querido: en la atención internacional. Los presos preventivos que quedaron de aquello son justo lo que mantiene unido al independentismo. España no para de llevar desaires judiciales que denigran nuestra imagen. Nadie con buen juicio puede entender que la independencia sea desenlace de consenso. Nadie puede convalidar el sectarismo rabioso con el que los nacionalistas dan por inexistente a la mitad del Parlamento catalán y de la población, como si fueran okupas marcianos. Pero lo más visible del problema son los presos. Rajoy dañó gravemente la imagen de España justo donde realmente se juega la partida: en la comunidad internacional.
El PSOE está manteniendo la templanza sin entrar al trapo, como debe. Pero ahora se ve más claro que volvió a ser absurdamente arrastrado por el PP hace un año. El PSOE es poco combativo. Cuando el PP aprovecha un momento de tensión para acusarlo de cómplice con los separatistas, de los antisistema o de los terroristas, se acobarda y encubre su pusilanimidad con un falso «sentido de Estado» difuminando su posición, que es bien necesaria. Hace un año tenía que haberse opuesto en caliente, en vivo y en directo, a la enloquecida actuación policial del PP, además de cargar contra la Generalitat. Tenía que haberlo hecho porque era lo que pensaba. Hubiera soportado por unas horas que lo asimilaran a la ruptura de España y a todos los demonios. Pero ahora tendría una voz más sólida en España, en Cataluña y en el exterior. En los momentos de tensión (Cataluña, pacto antiterrorista, crisis económica), renuncia a sus ideas y se oculta bajo un sentido de Estado que en realidad son las faldas del PP. Cuántas crisis necesita para ver esto.
El nacionalismo tiene a las instituciones catalanas yéndose por el desagüe. Además sólo las catalanas. En el Parlamento nacional PDeCAT y Esquerra están manteniendo sus posturas sin ensimismamiento y están interviniendo con contenido. Son bastante más cerriles y camorristas PP y C’s. Lo único que impide que el tejido nacionalista se haga harapos son los presos preventivos. No hay estrategia, ni rumbo. No hay ventanas que den al exterior ni se encuentran a sí mismos en su espacio cerrado. Se enredan en simbologías sin fin y llegaron a convencerse de que hay una «legitimidad democrática» por encima de la ley o de que «la gente» es antes que la ley. El combustible de arranque del furor independentista era tóxico, entre ramalazos supremacistas y egoísmo de comunidad rica. Ahora entre CDR desnortados, CUP en las nubes, PDeCAT en lo más alto de la extravagancia y Esquerra circunspecta alcanzaron niveles de ridiculez que ya no invitan al debate, sino sólo a la contemplación. El pintoresco señor Torra se asustó con el vocerío de los CDR y lanzó un ultimátum y escribió a Trump y al Papa. ¿No queda vida inteligente por ahí?
El enfrentamiento y el odio es la esperanza de las derechas y de los independentistas. Los dos sacan ventaja de él y lo seguirán avivando. La Corona se desvaneció hace un año, la templanza no encuentra sitio y nadie puede imaginar si lo siguiente a Torra será mineral, animal o vegetal. Pero el tiempo va dando claridad. Algo saldrá de eso.
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