Esta semana anduvo la gente revuelta por la concentración de nuestra extrema derecha patria. Seguramente la inquietud viene de lo que está pasando fuera. La extrema derecha debe parte de su caudal al apoyo en las clases bajas. No es un apoyo mayoritario, pero es un apoyo movilizado, no resignado como el que las clases bajas venían prestando al neoliberalismo (como en el caso de Rajoy) y sin él no llegaría tan lejos. Pero también debe su caudal al apoyo en las clases altas y muy altas. La extrema derecha no es cosa sólo de países pobres. Y no es cosa de pobres en cada país. La ultraderecha mantiene la impiedad social del neoliberalismo. Y hay dos cosas más. Esto no es lo que quería el neoliberalismo. Trump tiene a los republicanos de antaño con los pelos de punta. Y la emergencia de estos grupos no es culpa de la izquierda. Los errores de la izquierda tienen mucho que ver con que el neoliberalismo asilvestrado sea la cultura política dominante, pero no con que Salvini ande esparciendo «carne humana» por el Mediterráneo. Esto no quiere decir que la izquierda no esté cometiendo errores de bulto en su reacción.
La extrema derecha es tolerada o directamente apoyada por las clases altas porque conviene a sus intereses, al menos de momento. Las clases bajas que apoyan a la extrema derecha lo hacen contra sus intereses y esto sucede cuando la conducta es regulada más por emociones intensas o por referencias morales que por planteamientos racionales. Con distintas variantes según países la fuente de emociones que está afectando a que gente de clase baja vote contra sus intereses es la inmigración. La inmigración es un gancho que arrastra emociones negativas de miedo, inseguridad y sostenibilidad del gasto social. Un cóctel con esas emociones y la furia de unas condiciones de vida cada vez peores es ya movilizador. Se necesita sólo darle forma ideológica, por tosca que sea esa ideología, para tener una especie de causa y hasta una esperanza. La ideología es el nacionalismo con componentes racistas, la patria protectora que ahora es irreconocible por la invasión de inmigrantes y la cesión de la soberanía a los burócratas de la UE. El populismo ultra empatiza con la furia de los que siempre pierden y agita los símbolos patrios contra aquello que lo desmangó todo y nos dejó como estamos. La injusticia se suele percibir por comparación y tendemos a comparar las cosas próximas, no las distantes. En los años sesenta los agricultores se dolían de que los trabajadores de la industria tuvieran un mes de vacaciones y pudieran quedarse de baja cuando enfermaban, cuando ellos no podían apartarse de sus tareas ningún día. No se contrastaban con ese par de vecinos adinerados que había en todos los pueblos que vivían literalmente de rentas, por lo mismo que no comparamos un plátano con un charco. Así que una parte de la gente que vive cada día peor, con sus emociones negativas debidamente crispadas, se llega a irritar comparándose con la atención pública que empiezan a suscitar grupos de personas tradicionalmente discriminados o abiertamente maltratados, como ciertas minorías (homosexuales o minorías raciales, por ejemplo) o las mujeres, que son media población. Como suele ser la izquierda quien asume políticamente los problemas de estos grupos, la indignación que surge de la comparación caricaturiza a la izquierda. Es fácil airar a parte de la gente que malvive con salarios de pobreza comparando su situación con la medida de hacer unisex los baños de la universidad por sensibilidad con los transexuales. Una medida que quiera modificar estereotipos sobre la mujer alimenta con facilidad la demagogia de que hay cosas más importantes, como si un médico no nos curase la rotura del dedo meñique porque son más importantes el corazón y el hígado.
La sarta de errores ideológicos y discursivos de la izquierda requiere un análisis más amplio. Podemos mencionar dos: la confusión sobre la llamada «diversidad» y el batiburrillo sobre la nación. Los prejuicios sobre mujeres y minorías anidaron y anidan igual en la izquierda que en la derecha, pero la izquierda tiene más problemas de principio para reconocerlo. Por eso una parte de esta izquierda parece ansiosa por que alguien le dé un argumento izquierdista al que agarrarse para vocear sus prejuicios. Sólo así se entiende que haya hecho fortuna el discurso que toma lo más extravagante de la corrección política y reivindicaciones identitarias de minorías, para caricaturizar todos esos movimientos y hacerlos causantes del extravío de la izquierda en su conjunto. A algunos, por vivencia propia o por lecturas, parece habérseles quedado en el cerebro como un quiste la época de fábricas con muchos obreros, sirenas para el cambio de turno y barriada aneja y creen que hubo una unidad obrera que se fue rompiendo por reivindicaciones urbanas postmodernas y coloristas de indios, negros, feministas o transexuales. Y así un discurso nacido en la izquierda y otro nacido en el populismo ultra se encuentran y se alimentan.
Sobre la nación, andan socialdemócratas e izquierdistas más izquierdistas asumiendo que la inmigración degrada los salarios de los nacionales y que el coto a la inmigración es parte de la protección de los proletarios. Ahí tenemos a Anguita aplaudiendo las medidas de Trump y el gobierno italiano (Anguita dice ser muy laico en política y por eso acepta las buenas ideas vengan de donde vengan. Me parece una persona respetable, pero como él soy laico y abomino la barbarie venga de donde venga. Cree que se puede estar en parte de acuerdo con un gobierno que en conjunto sea ultra. Yo soy zalamero con los niños, supongo que tendré que decir que los pederastas en parte hacen las cosas bien). Frente a esta postura, otros izquierdistas se desmelenan contra naciones y estados diciendo que lo importante es la clase social, no la nación, como si hubiera política apátrida imaginable. No comprendo la dificultad de ver lo obvio. La izquierda debe interiorizar dos cosas: 1. el estado nos protege de los poderosos de fuera y de dentro, no de los pobres de fuera (por eso los poderosos de fuera no quieren naciones y los de dentro quieren un estado «pequeño»); y 2. sólo en la estructura estatal cabe la democracia. El estado nos protege de la rapacería de los imperios económicos y financieros. Por eso los neoliberales querían el TTIP, por eso a Eurovegas le sobraba que en España hubiera leyes, por eso Vargas Llosa habla contra la nación y la tribu. El estado es el ámbito en el que es posible la democracia, no hay democracias continentales ni planetarias. La globalización debería consistir en estructuras que articulen estados. Cualquier izquierdista debería ver esto claro y no perderse en internacionalismos sin estados. Pero más chocantes son los izquierdistas que creen que el estado nos protege de los pobres y que creen que son los inmigrantes la amenaza. Está pasando con la socialdemocracia e izquierdas alternativas. Y Anguita.
Pero no confundamos. La izquierda es culpable de desnortar su discurso y fortalecer a la extrema derecha infectando su discurso con el suyo. Pero no tiene la culpa de su irrupción y ascenso. Los neoliberales se dedicaron a crispar las diferencias benignas que se dan en la población, haciendo creer a la gente que su vecino es una amenaza para su familia o tiene ribetes terroristas. Y aprovecharon para ello el dogmatismo que inyecta la iglesia de turno en la gente. Ellos sí tienen culpa de la emergencia ultra. Ni Merkel quería a Salvini ni Bush quería un Trump proteccionista que echara a perder el TTIP. Se les fue de las manos.
Y no hablé de Vox. No lo hice porque no tiene que ver con todo esto. Vox es un charco residual y cutre de un franquismo zombi que practica un patrioterismo hortera y ruidoso. No es peligroso. Casado quiere incorporar esa ranciedad porque él es así, un rancio sin estudios y con poca inteligencia natural. Y Rivera hace lo mismo por lo mismo. Cuando las encuestas lo hicieron sentir presidente mostró su nivel y fue de sonrojo. De momento España está al margen de ese mal viento. Los de aquí son sólo unos memos horteras.
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