Lo más inquietante de esos bebés chinos alterados genéticamente para ser resistentes al SIDA, haya lo que haya de verdad en ello, es que ya se puso en el centro la palabra «ética» y el asunto amenaza con quedar bajo la carpa de esa palabra. Lo que dice el diccionario de ella es, desde luego, ampliamente apetecido, pero en la vida pública la palabra se usa unas veces para cosas malas y otras, como el caso que nos ocupa, para cosas muy malas.
Frédéric Pajak atribuye a Bougainville la frase de que sólo cuando abandonamos una cosa le damos nombre. Cuando el mundo era tan reciente en Macondo que las cosas no tenían nombre, dice García Márquez que la gente se refería a las cosas señalándolas con el dedo. Es posible que, si siempre tuviéramos a nuestro lado el objeto al que queremos referirnos, nos conformaríamos con señalarlo con el dedo y que ciertamente darle nombre sea la manera de tratar con su ausencia y poder traerlo a la mente cuando no está delante. Esto puede ser dolorosamente cierto en la vida pública. La gestión pública se compone de medidas y actuaciones inspiradas en principios. Los principios tienen que decir algo sobre el tipo de medidas que infunden y, por tanto, deben contener compromiso. En la vida pública compromiso quiere decir contraste con lo que piensan y pretenden otros y a veces hasta conflicto con esos otros. No hay compromiso cuando se dice que se pretende el bien común, la felicidad general o la convivencia en paz. En esas afirmaciones nadie se contrasta con nadie por lo que no se está diciendo nada sobre el tipo de gestión que se pretende. No es que no haya que decirnos o recordarnos alguna vez que la política debe buscar el bien común. Lo que es mala señal es que eso se repita y se proclame como un principio ideológico. A ese tipo de expresiones pertenece la palabra ética. Un político puede decirnos lo que va a hacer para que el Tribunal de Cuentas deje de ser un abrevadero de los principales partidos y sus familias y pueda ser un contrapoder que ayude a la limpieza. O puede decirnos que dejarán de prescribir delitos frecuentes y dañinos que suelen quedar impunes por prescripción. Ahí hay ética con compromiso, es decir, contraste y conflicto. Pero cuando lo que se repite es la palabra ética o moral, con la que nadie contrasta con nadie su punto de vista, hay que pensar en la cita de Pajak y concluir que se repite el nombre de la ética porque estamos tratando con su ausencia. Cuando lo que repites para moralizar la vida pública es moral y ética, no pretendes convocar medidas purificadoras, sino tapar con la palabra la hondonada que deja la ausencia de lo que la palabra dice. Por eso, a pesar de la altura con que reposa en el diccionario, la palabra ética se usa para cosas malas.
Pero decíamos también que para cosas muy malas. Hay temas de gestión pública que son éticos de plantilla, como la manipulación genética de bebés. Uno podría pensar que, de una manera u otra, todos los aspectos de la política tienen que ver con la ética y los conflictos éticos. Pero unos sí y otros no. Un cómico finge sonarse los mocos con la bandera nacional y se le juzga por injuriar símbolos y sembrar odio. A resultas de la broma nadie fue hostigado ni insultado por exhibir ninguna bandera. Sin embargo, sí se aglomera gente por donde pasa el cómico para agitar puños apretados y chillar insultos y amenazas. Uno puede sentir el legítimo conflicto de si la ley que quiere eliminar la siembra de odio no provoca ella misma más odio, porque desde luego hay más alaridos de los que habría si sólo hubiera un cómico que se sonase los mocos con la bandera sin ley que lo castigara. Y hasta podríamos pensar que se trata de un problema ético. Pero en el tratamiento del odio no hay «espinosos conflictos éticos» y sí en lo que hagamos con las placentas. Después diremos por qué los problemas éticos tienden a ser bioéticos. No me sorprende que se considere que hay aspectos de la dignidad humana implicados en el cultivo de células madre y en enredar en el genoma de las personas. Pero yo diría que hay tajadas enteras de la condición humana implicadas en una reforma laboral. Si alguien ve en la manipulación genética una amenaza para convertir a los niños en productos de laboratorio, debería considerar si hay reformas laborales que convierten a muchos adultos en productos sin más y a muchos niños en futuros productos sin más horizonte que ser productos.
La primera razón por la que puede ser perverso clasificar un asunto como éticamente conflictivo es que seguramente no se va a razonar en serio. Llamarlo ético es como arrugar la cara frotar la yema del pulgar con las yemas de los otros dedos y decir que es «complicado» y como que no tiene solución fácil, inaugurar una morralla de tertulias y testimonios y marear la perdiz por tiempo indefinido mientras las cosas tuercen su curso por falta de regulación, prohibición o permiso. Es también sumergir la gestión y racionalización de los problemas en las fantasmagorías inducidas por miedos atávicos, o pesadillas de relatos ciberpunk o en las perturbaciones culturales que producen las novedades. Que sea posible, ahora o en unos años, alteraciones genéticas en humanos no es un tema de poca monta como para sumergirlo desde el principio en oscuridades y a eso apunta la dichosa ética.
Pero además no podemos obviar que los asuntos que tienen implicaciones éticas, aunque hayan aumentado su radio, son los que plantean conflictos de conciencia en las consecuencias de su tratamiento. Y los conflictos de conciencia aluden siempre a credos religiosos. No se reconoce problema de conciencia a los jueces que tengan que aplicar una ley laboral que permita la depredación sin reglas. Los temas éticamente conflictivos de partida son aquellos en los que la Iglesia (en nuestro caso, la Iglesia católica) tiene doctrina y actividad pública comprometida. Son esos casos en que la ley puede chocar explícitamente con obligaciones o prohibiciones de autoridades religiosas y en los que un profesional creyente puede sentir contradicción entre lo que dice la ley y lo que le dicen los intérpretes de su fe. Aunque haya muchos estudiosos ateos y hasta anticlericales, el tratar ciertos temas de gestión pública como éticamente conflictivos es situar la cuestión en el marco religioso. Estar en el marco religioso no es necesariamente ser religioso, pero es jugar en ese campo. La posibilidad de alterar genéticamente a seres humanos es una cuestión necesitada de tratamiento legal, de asesoramiento técnico y de debate público exactamente igual que el tratamiento de las migraciones, las leyes laborales o la sostenibilidad del sistema sanitario. La palabra ética es un roto en el tejido democrático por el que se cuelan prejuicios religiosos en el tratamiento de los asuntos públicos. No se trata de que haya nada perverso en que haya políticos o analistas que tengan motivaciones religiosas en sus posiciones públicas, como tampoco pasa nada que otros tengan motivaciones marxistas. Lo que no sucede es que se considere que el choque de determinados asuntos con el credo marxista deba poner límites a la actividad legislativa o excepciones a los procedimientos. Una sociedad democrática es, por definición, laica, esto es, los preceptos de ningún credo religioso pueden ser marco ni límites a la actividad legislativa, aunque sean la inspiración de las posiciones de algunos legisladores. Por el roto de la ética se pasa a dar entidad legal a los problemas de conciencia y con ellos a tratar de una manera excepcional o directamente prejuiciosa asuntos de gestión pública tan delicados y complejos como muchos otros.
Los credos religiosos tienden a inducir emociones negativas relacionadas con el miedo y la culpa y el centro de la culpa y de la imperfección suelen situarlo en lo que somos y siempre está con nosotros: el cuerpo y sus impulsos. Por eso no creo que sea casualidad que los problemas éticos acaben siendo siempre bioéticos. Situar en la biología el nudo de la dignidad humana sólo se explica por la filtración religiosa en la manera de gestionar estas cuestiones. Por eso, me sumo a quienes manifestaron su preocupación por la noticia de los bebés chinos alterados genéticamente. La noticia se difundió con la consideración de las complejas implicaciones éticas de estas investigaciones. Eso último es lo preocupante.
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