El enorme peso de PSOE y PP parece haber deformado las instituciones, como se deforma una cama elástica si depositamos en ella dos bolas de billar. El episodio del Consejo General del Poder Judicial, uno de esos momentos en que la democracia se endereza o acentúa su deformidad, precipitó a los dos partidos nuevos a las dos hondonadas con que los dos partidos viejos habían abombado la estructura del estado. Podemos quedó engullido en los chanchullos del PSOE y C’s se disolvió en una propuesta corporativa alcanforada conservadora. Es un poco raro el escándalo de estos días. Los enredos de la administración de justicia con la parte más grosera de la política son desde hace tiempo una evidencia que no se oculta. Las maquinaciones para quitar y poner jueces según el culo político que estuvieran dispuestos a lamer fueron, son, un enredo insoportable que fue escarneciendo más y más la democracia y nuestra paciencia y que siempre se practicó a la luz del día.
La renovación ahora aplazada del Consejo General del Poder Judicial había sido transparente: los dos partidos principales habían repartido las vocalías por la docilidad con sus intereses que atribuían a los jueces. Nadie lo ocultó. Todo el mundo oyó a los dos partidos explicar que iban a votar a Marchena para la Presidencia unos vocales aún no nombrados, pero ya con el voto cautivo. Casado, que miente cada vez que habla como si estuviera escribiendo su currículum, finge ahora estupor, como si se hubiera quedado sin habla una semana entera del disgusto. Pero fueron los dos partidos los que se felicitaron por una Presidencia apañada. Y Casado más que nadie, porque Marchena fue el juez que decidió que en su caso, y sólo en su caso, no procedía investigar sus másteres regalados o sus alegrías por Aravaca. Hasta sabíamos que Ignacio Cosidó era uno de estos gandules sin talento que se ganan chollos presentes y canonjías futuras por servicios de gamberrismo descerebrado. El androide Data, de Star Trek, preguntaba con curiosidad al capitán Picard, cuando este tocaba maravillado una máquina que de todas formas estaba viendo: «¿La sensación táctil añadida a la visual hace que la sientas más real?» Así somos los humanos. Ya lo sabíamos todo, pero verlo escrito sin pudor en un whatsapp nos lo hace sentir más real, nos crispamos con dolor de corazón sincero y a Marchena le da un ataque de dignidad y renuncia, atención, a una Presidencia que no tenía y que ya había aceptado tener con el voto de unos vocales aún no nombrados, pero ya a las órdenes de los dos partidos principales. No sé por qué tantos comentaristas vieron en la renuncia de Marchena un gesto que le honra a él y a la judicatura. En primer lugar, ¿por qué tardó tanto ese vahído que le produce la subordinación del poder judicial a dos partidos políticos? Los demás ya estábamos escandalizados una semana antes. Y en segundo lugar, si aceptamos la observación de Data y reconocemos que el whatsapp de marras hace demasiado real la bochornosa trapisonda, ¿qué remedio le quedaba, a él y al resto de la cofradía, que salir a patadas de ahí? El sombrío proceso a los independentistas sigue su curso. Los indicios de injerencia política y alineamiento político de jueces son tan contundentes como una piedra en el riñón y todo este baile ensombrece aún más el elemento más desestabilizador que vivimos. ¿Alguien cree que Marchena retorna al procéscon más crédito?
Es una mala costumbre la de ver en la corrupción y en las malas prácticas sólo una parte de las dos que concurren. Cada vez que un político o un partido se corrompen es porque hay un corruptor que pone la pasta y que generalmente se va de rositas. La independencia del poder judicial se lleva añorando desde siempre y desde siempre se concentran las críticas en la actitud degradada de los partidos, que ciertamente lo es. Pero no tendríamos estos episodios si no hubiera jueces, es decir, gente que ya se gana la vida muy bien, que perdieran el culo por nombramientos y favores de los que remueven el caldo gordo del triperío de los partidos; o si no hubiera jueces sin honra que quieran aprovechar su puesto en la justicia para volcar su ideología en la vida pública. Cómo olvidar a Concepción Espejel, la querida Concha de Cospedal, y cómo olvidar lo sembrado que está el campo judicial de esas malas hierbas. Las arengas que quieren ir a la esencia de la democracia suelen incorporar cantos floridos a la independencia de sectores que por definición suelen resultar incómodos para el poder político. Los jueces que tienen que aplicar las leyes y los periodistas que tienen que divulgar lo que está pasando son dos ejemplos. Todos queremos jueces independientes y periodistas profesionales. Pero no se puede camuflar en la debida independencia de actuación el corporativismo (es decir, los privilegios de casta), la irresponsabilidad (es decir, el no rendir cuentas ante nadie) y la impunidad (los inviolables de uno en uno, por favor).
Por supuesto, como se acumula ya demasiado descrédito en la administración de justicia y como sus enredos con los partidos son demasiado visibles, se crea ese estado de ánimo en el que todo el mundo clama por que se haga algo, lo que suele conducir a que se haga cualquier cosa. Ahora Casado y Rivera quieren que la mayoría del Consejo lo nombren los propios jueces. Es decir, pretenden que un poder del Estado sea un cascarón corporativo cerrado al control de los poderes públicos, con las ventanas bien cerradas y con una mayoría conservadora estructural. Aparte de que la propuesta es dañina, hay un error de partida. No se pueden cambiar las leyes cada vez que nos castigan las malas prácticas, porque no hay ley que las pueda evitar. El problema no está en la forma de designar al Consejo. El problema es que los partidos, en vez de buscar candidatos aceptables para una mayoría cualificada del Congreso, hacen la chorizada de pactar una mayoría en la que cada uno consiente a los inaceptables de la otra parte. En vez de la intersección de conjuntos que insinúa la ley, ellos hacen una unión de conjuntos. Pero es que pretender una ley que impida estas sordideces de zoco es como pretender una ley que impida a un ministro de economía aumentar la desigualdad o la pobreza. No hay ley que impida eso. El impedimento tiene que venir de los votos, la movilización ciudadana, la agitación mediática y, en definitiva, ese burbujeo que llamamos democracia.
No entendí por qué a resultas de la agresión judicial de la Manada empezaron a reunir expertos para cambiar la ley. No hay ley que bloquee los disparates de un juez prejuicioso. La independencia de los jueces no puede consistir en que un juez convencido de que la raza negra es subhumana pueda denigrar a su antojo a todas las personas de esa raza. No hay forma de redactar una ley que impida a un racista emitir sentencias dictadas por el prejuicio. Y hay jueces machistas y brutales, como los hay fuera de la judicatura. No hay que solucionar ese problema retorciendo las leyes. Hay que echar a esos jueces. Por qué aquellos tres jueces no iban a ver ahora una peleílla ocasional en el casi asesinato de una mujer ante los hijos de un matrimonio, con la inmundicia que habían acreditado. ¿Van ahora a cambiar la redacción de la ley para redefinir lo que es violencia y tentativa?
Podemos perdió una ocasión para mostrar un estilo diferente a los chanchullos de los dos partidos habituales. Con cosas así se le va una parte del apoyo que podía tener. Pedro Sánchez se mostró demasiado parecido al tipo de políticos por el que la gente manifiesta cada vez más desafección. Y por ahí se le va parte de la confianza que podía ir ganando. El PP sigue mostrándose muy interesado en manipular procesos judiciales contra la corrupción. Que se le siga escurriendo crédito por ese boquete. Así es como se combaten las malas prácticas: con la opinión pública y la movilización, electoral y no electoral, de la gente. No hay redacción de leyes que impida las prácticas miserables. Hay un momento en que ya es el pueblo llano el que tiene que sancionar y revolverse contra lo que apesta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario