Supongamos que un alemán al que acabo de conocer en Praga me dice que estuvo de vacaciones en una ciudad que se llama Gijón, y me aclara que está en el norte de España, en la costa. Seguramente, antes de que el alemán continuase con más detalles, yo lo interrumpiría para decirle que precisamente yo soy de allí y que conozco bien Gijón. Cuando nos hablan, entendemos lo que nos dicen, pero también el perfil de ignorancia y conocimiento que nos atribuyen. Interrumpo al alemán porque noto que él cree que ignoro cosas que sé y quiero ajustarlo a mi perfil cognitivo real. Teniendo en cuenta que, por la proximidad de las elecciones, nuestros líderes están dirigiéndose a nosotros todos los días, y oyendo lo que estamos oyendo, cabe preguntarse por el perfil de ignorancia y conocimiento que nos atribuyen. Es pedante preguntárselo así, pero quería dar el respaldo técnico que merece la forma popular de hacerse la pregunta: ¿se creen que somos idiotas?
Cierta forma de propaganda y de publicidad se basa en infantilizar a la audiencia. Tendemos a nivelarnos con nuestro interlocutor. Cualquiera puede ver que cuando hablamos con un niño hasta atiplamos la voz. Cuando el interlocutor nos habla como si fuéramos menores, y por ese mecanismo inconsciente de adecuarnos al perfil de quien nos habla, acabamos por hablar y razonar como menores. Es una magia que tiene el lenguaje. Una vez increpé a una teleoperadora de Vodafone y le pregunté si le ordenaban en la empresa que me hablase así. Si yo pedía una aclaración, contestaba con una oferta, y si trataba de reconducir el tema ella parecía creer que no había entendido la oferta y entonces me daba más información improcedente. Literalmente, se hacía la tonta, y noté que yo mismo empezaba a simplificar la sintaxis de mis frases, a reducir mi vocabulario y a ralentizar mi pronunciación como si estuviera hablando realmente con una tonta; es decir, yo mismo iba pareciendo cada vez más tonto e incapaz de explicarme. Si hubiera seguido el diálogo, hubiera acabado hablando con monosílabos y después con onomatopeyas.
Como una cosa es ser parcial y otra ser maniqueo, me gustaría poder decir que la tendencia a insultar nuestra inteligencia y mayoría de edad está bien repartida en todos los bandos. Algo de eso hay, desde luego, pero las derechas se están destacando en necedad y ramplonería. Las derechas vienen insistiendo machaconamente en disparates que se repiten como un mantra hasta circular como clichés: las leyes de igualdad enfrentan a hombres con mujeres, la izquierda y los independentistas quieren destruir España, hay que aplicar el 155 en Cataluña y Sánchez es rehén de los chavistas. Casado, que sabe cómo parar a millones de inmigrantes, no sabe cómo proteger a mujeres amenazadas. Rivera, fiel a la estrategia de inventar problemas para proponer soluciones, quiere que la policía pueda tirar puertas sin mandato judicial, en plan Corcuera, para detener la inseguridad de uno de los países más seguros del mundo. Ni pío de la recesión económica que se anuncia; ni de la ausencia desesperante de un sistema de financiación autonómica; ni de una educación patas arriba, con una ley remendada sin perspectiva de ser aplicada ni sustituida (solo hablan sobre su privatización, es decir, sobre cuál será el momio que trinque la Iglesia). No sé si en algún momento alguien que pase por aquí dirá algo de Asturias, algo, por ejemplo, sobre la población y la industria, que se van de Asturias como se va el agua de una bolsa con un descosido; o sobre que siga siendo un safari llegar a Asturias o salir de ella (lo más parecido a un plan de comunicaciones fue el ministro Ábalos con un megáfono diciendo naderías a unos manifestantes; solo le faltaba un cucurucho en la cabeza para ser más cercano). Todo esto deben ser cosas de adultos y de lo que se trata es de que votemos con la mente de un niño.
Pero estos clichés, por burdos que sean los embustes que expresan, hacen su función en el ambiente electoral. La propaganda funciona mejor si conviertes a los convencidos en propagandistas de chigre o de tertulia y si les haces creer que entienden de lo que están hablando. La aplicación Siri, de Apple, está programada para simular inteligencia. Al terminar la frase anterior le dije a Siri «estoy harto de ese ruido» y me respondió: «espero que no sea culpa mía». Parece humana. Pero no lo es. Siri no sabe lo que dice. Junta expresiones prefabricadas y las pronuncia cuando el programa detecta ciertos indicios del tipo de expresión que parece una continuación natural del diálogo. Este es el valor de los clichés en la propaganda. Cualquier bobo puede juntar trozos prefabricados de pensamiento, con su correspondiente expresión manida y repetida, y creer que está razonando. Marta Sanz nos regaló hace poco, además de sus siempre jugosas palabras, la referencia a la tipología de idiotas propuesta por Marcia Tiburi y Rubens Casada. Los consumidores de estos clichés caen en la categoría de «ignorante orgulhoso». Por necias que sean las consignas, estas arman en la mente de estas personas una simulación de inteligencia humana que les hace sentir que tienen ideas y que están informadas. Y así se propagan las bobadas hasta hacerse una infección.
A la contaminación ambiental de las derechas, se suma el goteo de veteranos desorientados. Todos tenemos certezas. Conviene que no sean muchas, porque la certeza es muchas veces lo que distingue la opinión de la idiotez. Pero todos las tenemos y a veces los tiempos cambian y nuestras certezas no encajan. En ese caso nos vamos sintiendo minoría o perdedores, si somos capaces de racionalizar nuestras convicciones y entender el proceso que las hace minoritarias. Pero si no podemos racionalizarlas, si simplemente no entendemos los tiempos, nos desorientamos y sentimos todo lo que desafía nuestras certezas como una amenaza. Entonces la gente se hace agria y siente los tiempos como una degradación de una etapa anterior donde todo era más auténtico. Y si encima antes pintaban algo, por haber sido vicepresidentes o emblemas de la Movida, pues sueltan sus frustraciones en términos cada vez más parecidos a los clichés contaminantes de las derechas. Por eso Leguina se irrita con las feministas, Alfonso Guerra ve eficacia económica en las dictaduras, Joaquín Sabina apoya a Arcadi Espada, de tan asfixiado como está de corrección política y Carmen Maura homenajea a los hombres, cansada de tanto MeeToo(quizás esté cansada también de las decenas de asesinatos machistas de cada año y de que una mujer no pueda andar sola por la noche sin padecer babosadas de distintos pelajes; pero de los movimientos de denuncia es seguro que está cansada). El propio Llamazares presenta a Actúa como opción para una izquierda huérfana de partidos porque todos se fueron hacia el independentismo (oímos todos los días esa música y esa letra). En la tipología de Tiburi y Casada, estos son los idiotas «representantes do conhecimento paranoico», y no se prodigaron cuando Rajoy nos quitaba salario y derechos porque a eso se oponían, pero con ideas claras. Se pronuncian cuando se desorientan, cuando los tiempos traen algo que sienten como amenaza de sus certezas, y antes de darse cuenta están siendo tontos útiles y parte de la contaminación ultra.
Por supuesto, las derechas se destacan, pero no son las únicas. Sánchez está también abonado a tratarnos como niños fichando famosos y diciendo obviedades sobre lo que no importa. De Podemos aún no sabemos nada. Cuando vuelva, veremos.
El juego de tratarnos como menores puede funcionar, pero la propaganda no siempre funciona. Puede que los problemas se hagan demasiado reales como para seguir embobados por fichajes y chicos guapos con másteres de baratillo y los únicos que acaben pareciendo idiotas son los que nos querían hacer idiotas a los demás.
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