sábado, 30 de marzo de 2019

Mentiras en campaña. No nos engañemos sobre los engaños

Si un cocinero echa guindilla en nuestra comida sin saberlo nosotros, la comida nos picará. Pero si algún analista perspicaz nos revela que la comida llevaba guindilla, la comida seguirá picando, aunque ya conozcamos la astucia. Las derechas están haciendo un despliegue inusual de mentiras y manipulaciones que hace prever una campaña llena de whatsapps colectivos alarmados y de redes sociales infectadas de embustes. Cada vez que se destapa la falsedad de una mentira quedamos con la sensación de que se neutralizaron sus efectos. Y cada vez que alguien desenmascara alguna artimaña de propaganda y confusión también suponemos que la treta ya no funcionará. Pero lo cierto es que aunque tomemos conciencia de que la comida lleva guindilla, la comida seguirá picando. Y el analista o lector que crea que, mostrando las falsedades de las derechas, sus fullerías se hacen pólvora mojada, es mejor que despierte. Las mentiras en campaña siguen cumpliendo su función aunque ya no engañen a nadie, porque en realidad nunca pretendieron engañar. Al menos no fue su principal propósito. Repasemos algunos de esos propósitos.
En primer lugar, las mentiras groseras favorecen la eficacia de discursos falaces más rebajados. La acumulación y reiteración de mentiras hace que la realidad acabe bailoteando dentro de las palabras como el mango de un martillo ya muy trabajado. Las mentiras acaban creando holgura entre las palabras y los hechos, a base de forzar la horma que regula su acoplamiento, y por esa holgura se filtran discursos engañosos que no funcionarían si no tuviéramos la mente dada de sí por tanto embuste. Pensemos, por ejemplo, en el talante que ofrece Juan Vázquez. Su mensaje arranca de la moderación. Intenta añadir eficacia y optimismo, pero el enganche emocional de partida es recuperar la moderación. Su condición de socialdemócrata lo lleva a C’s porque, dice, el PSOE se desplazó hacia posiciones radicales. Por solvente y respetado que sea Juan Vázquez (y no seré yo quien le niegue ninguna de las dos condiciones), los hechos son tozudos: es imposible que nadie pueda pensar en serio que Sánchez es extremista y Casado moderado, por lo que la insistencia de Rivera en acuerdos a la andaluza (con el PP sí y con el PSOE no, y no es no) no es una oferta de moderación; la manifestación de Colón, con tanto viva España y Sánchez traidor, no fue moderada; la presentación de España Ciudadana envuelta en rojigualda y cargada de nacionalismo patriotero, con Marta Sánchez escarneciendo el himno nacional, no fue un acto moderado; la patochada del candidato naranja llariego al Parlamento nacional, Ignacio Prendes, de que Torra sería el ministro de exteriores de Sánchez, no fue moderada, sino un desbarre extremista. El pacto con Vox en Andalucía no es un infundio, como señala Vázquez. Vox tiene en Andalucía un pacto con el PP con medidas concretas para el gobierno del que forma parte C’s: que sea [(Vox PP) C’s], o sea [Vox (PP C’s)], pongamos donde pongamos el paréntesis, se cumple la propiedad asociativa. Y lo que C’s dice de la violencia de género está escrito en su programa electoral, no hay que inventarlo: exactamente lo que ahora exige Vox. C’s no es una opción moderada y no propone pactos con partidos moderados. Yo creo que Vázquez sí es moderado y buscará pactar con el PSOE. No es esa la cuestión que me interesa. Lo que quiero resaltar es que él razona su candidatura por C’s asumiendo el discurso de Rivera, según el cual hay que alejarse de Sánchez por extremista, que es a lo que venía todo esto. Si no fuera por las mentiras desorbitadas y continuas de Casado y Rivera, no tendría eficacia el discurso falaz de que Sánchez abandonó el espacio moderado del PSOE. Para bien y para mal, Sánchez es moderado. Como decía, las mentiras desmesuradas no engañan, pero deforman el canal para que quepan otras mentiras de menos voltaje que sí pueden engañar.
En segundo lugar, las mentiras hiperbólicas destiñen. Son un ruido que hacen sentir ruidosas las razones que debatan con ellas e inaudibles todas las demás. Los independentistas no apoyaron la moción de censura para poner a Sánchez, sino para echar a Rajoy. Nada indica que tuvieran un pacto de gobierno. Esto es tan cierto como que, si no hubieran apoyado la moción de censura, tampoco sería por tener un pacto de gobierno con Rajoy. Esto es racional. A base de repetir que Sánchez pactó romper España con los independentistas, que es un traidor y un felón, a base manifestarse en Colón por la patria en peligro y contra el traidor, con semejantes truenos, la idea simple, racional y coherente con los hechos de que no hubo pacto de gobierno con los independentistas, tiene que expresarse con tal resistencia, que acaba pareciendo una parte más de una refriega bronca. Y por supuesto, el PSC y Podemos (en parte con merecimiento y en parte no) quedan inaudibles. Qué más da que no engañes si acabas ensuciando el discurso del contrario.
En tercer lugar, las emociones y los dogmas necesitan tener palabras en las que expresarse, desahogarse y mantenerse. Cuando le hacen callar a uno, cuando nos quedamos sin palabras, parece que perdemos y hasta sentimos nuestra posición más débil. Necesitamos un discurso que gritar para sentir fuerte nuestra convicción, para no callar y, sobre todo, para que no nos hagan callar. Uno de los aspectos más desesperantes de los miembros de una secta es que tienen respuesta para todo. No hay contradicción o error que se les diga que no tenga su enloquecida réplica. La expresión de que Pedro Sánchez quiere vender España a los independentistas no tiene sentido en sí misma: ¿la va a vender como Rusia vendió Alaska a los americanos? Que la violencia de género bajó cinco puntos con Rajoy es una patraña. Que las ruedas de prensa del Gobierno sean una irregularidad es el colmo del cinismo. Pero todo esto da lenguaje y sustento a quien realmente está muy enfadado con Sánchez para que no se calle. No importa que sean mentiras: son palabras, y con ellas tiene esqueleto su malestar.
Y en cuarto lugar, relacionado con lo anterior, las mentiras son la letra, pero muchas veces lo relevante es la música. Puede que nadie se crea que Torra vaya a ser ministro de exteriores de Sánchez, pero puede que esa afirmación falsa exprese su estado emocional. Cuando surgen conflictos en entornos laborales y alguien dice que habría que partirle la cara a no sé qué compañero o que es un trepa que no sabe más que lamer el culo a no sé quién, muchas veces son exageraciones absurdas si somos literales. Lo único real es que alguien está muy enfadado con alguien y esas expresiones falsas por absurdamente hiperbólicas crean el molde emocional que dibuja su estado de ánimo. Las mentiras en campaña muchas veces saben que no engañan, pero sí enlazan con estados emocionales y los amplifican.
Así pues, es una evidencia la densidad de patrañas y embustes que las derechas están prodigando, con dosis variables de desvergüenza. Pero no es el engaño lo que buscan. Buscan colar patrañas más leves, que una cosa y la contraria parezca el mismo ruido, que los sentimientos extremistas no se queden callados y agitar pasiones espurias. Que no engañen no significa que no funcionen No hay más receta para ahogar sus efectos que no reaccionar. La irracionalidad y mendacidad, al no tener base en los hechos ni en el razonamiento, no tienen más nutriente que la reacción que suscitan, el puro ruido que hacen al rozar con el buen juicio de los demás. A veces lo eficaz es ignorar.
(Por cierto, la mayoría de los embustes son contra Sánchez, pocos son contra Podemos y sus dirigentes deberían saber por qué. El silencio de Vox tiene explicación estratégica, pero no el de Podemos. Deberían empezar a decir algo que no sea reacción a lo que hacen otros. Y pronto).

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