Cáliz, corola, estambres y pistilo. Nos decían en la escuela que estos eran los cuatro verticilos de los que consta una flor. Pero nunca nos explicaron el concepto de ramillete. La razón es obvia. La conjunción de esos cuatro verticilos da lugar a un objeto botánico diferente de ellos que es la flor. Pero si juntamos flores en un ramillete no tenemos una nueva entidad botánica. Aunque nos guste verlas juntas, muchas flores juntas no son una nueva cosa. A los neoliberales no les gusta que nos juntemos en sociedades estructuradas que sean un conjunto civilizado y protegido distinto de lo que somos individualmente. Ellos quieren que nuestras sociedades sean ramilletes de seres humanos. Margaret Thatcher dijo explícitamente que la sociedad era una apariencia. Lo que hay son muchos humanos juntos. El juntarnos con las menores obligaciones posibles de unos respecto de otros es el mejor estado de cosas para quienes están en posiciones de ventaja y tienen riqueza. Que haya estado significa que no somos un ramillete de humanos unos al lado de otros, sino que todos tenemos responsabilidad en que el aire sea respirable para todos. Pero los neoliberales de todos los pelajes tienen tanta aversión al estado como las bandas a la policía y por las mismas razones. En Andalucía van mostrándonos cómo quieren que sea el mundo.
Ahora que estamos encadenando períodos electorales los neoliberales gritan en sus tres dialectos de la plaza de Colón que hay que bajar los impuestos. Nunca oiremos a la derecha hablar de diferencias de renta ni de clases sociales cuando hablan de impuestos. Ellos hablan como si todos formáramos una asamblea de iguales y enfrente tuviéramos un ente ajeno y hostil: el estado. Pero lo cierto es que todos sabemos que sin impuestos no hay hospitales ni escuelas. Quiero decir, no hay hospitales ni escuelas para todos y en igualdad. Pero los ricos no quieren pagar hospitales y escuelas para todos y en igualdadporque creen que su riqueza es suya y no tiene nada que ver con el trabajo de los demás. Y los partidos que los representan tienen que convencernos de que los impuestos con los que se pagan nuestros servicios son malos para nosotros. Y así empieza la propaganda.
Lakoff utiliza la sugerente expresión de pendiente resbaladiza para referirse a la táctica de seleccionar estratégicamente cuestiones sencillas y abarcables cuya aceptación arrastra a la aceptación de otras cuestiones más amplias no planteadas que en principio serían rechazadas. Pensemos en la ley del aborto del PSOE de los años ochenta. Por entonces el aborto estaba prohibido y era un tabú en buena parte de la población. Tanto tiempo nos habían dicho que era un crimen que mucha gente lo tenía asumido sin haberle dado un par de vueltas a la cuestión. Y de eso se trataba para la izquierda: de que la gente le diera un par de vueltas a la cuestión. Al PSOE se le ocurrió despenalizarlo en tres supuestos: violación, malformación en el feto o peligro para la vida de la madre. La ley era irracional, en principio. La única razón para prohibir a una mujer que interrumpa el embarazo es suponer que el feto es un humano con todos los derechos. Si suponemos tal cosa, el aborto no puede legalizarse en ningún supuesto, como no aceptaríamos matar a un bebé en ningún supuesto. Y si la ley no puede establecer que el feto es un humano con todos los derechos, no hay razón para prohibir a una mujer que interrumpa su embarazo en ningún supuesto. Lo que ocurre es que se seleccionaron tres casos en los que mucha gente podría entender que se abortara por la gravedad límite que representan. Al comprender y aceptar estos tres supuestos, el tabú se rompió. La aceptación popular de esa ley pone a la gente en una pendiente por la que resbalarán a la aceptación del aborto como un derecho de la mujer. Se eligieron los casos más fáciles de aceptar para que a partir de ellos se deslizara todo el mundo hacia lo que acabará siendo una ley de plazos.
Así que nuestros neoliberales, que quieren quitar de la riqueza de los ricos nuestras escuelas y nuestros hospitales, buscan estratégicamente un caso que sea fácil de aceptar para que la aceptación nos ponga en la pendiente resbaladiza que lleve a aceptar la retirada masiva de impuestos. Por eso hay un activismo tan intenso contra el impuesto de sucesiones y por eso el trío de Colón lo exhibe como fachada de su gestión en Andalucía. Es un impuesto que afecta a tramos muy marginales de herencias y que recauda relativamente poco. Pero la propaganda es feroz y mentirosa y muy significativa de lo que hay en juego en cada una de las elecciones. No es verdad que se haga pagar a la descendencia por lo que ya habían pagado los padres, como repite Rivera con cara de yerno aseado de visita en domingo por la tarde. El dinero con el que pago la cena de un restaurante ya había pagado sus impuestos en mi nómina y ahora, al ingresarlo el dueño del restaurante, tiene que declararlo él también. Según la banda de Colón el mismo dinero estaría pagando impuestos dos veces, por lo que los restaurantes deberían estar libres de impuestos. Es evidente que esto es una sandez. Ni es verdad que la gente tenga que renunciar a herencias por los impuestos. Renuncian por otras cargas que llegan con las herencias. La lógica del impuesto es muy simple: si pagamos impuestos por el dinero que ganamos trabajando, con más razón habrá que pagar por el dineral que obtenemos sin trabajar; porque la movilización la mueven los que heredan dinerales sin haber dado un palo al agua.
La razón de la propaganda no es lo que les preocupa el impuesto en sí. Es la pendiente resbaladiza. El impuesto de sucesiones genera enorme confusión y se aplica en un momento de por sí confuso, el de la muerte de alguien, donde todos los papeleos y trámites son desacostumbrados y cargantes. Es el trance ideal para afianzar la idea demagógica del estado recaudador implacable, de la oficina rapaz con la familia, de la agencia deshumanizada y lejana, de la administración que aprieta como un corsé. El estado siempre es más grande que el trozo de administración que experimentamos en cada trance, por lo que siempre hay una intuición de desmesura que aquellos que lo denuestan desfiguran demagógicamente. Repitamos por qué molesta a las oligarquías el estado: por lo mismo que molesta a las bandas la policía, porque les gusta la jungla en la que puedan campar a su antojo. Aceptada la supresión del impuesto de sucesiones por esa idea del estado implacable, lejano y meticón que hurga en nuestros bolsillos, la pendiente resbaladiza nos desliza al estado mental en el que percibimos como un abuso los impuestos en sí. Cuando se habla de bajar los impuestos, así sin especificar a quién y a qué rentas, de lo que se está hablando es de bajárselos a los ricos. Por eso las tres derechas lo cantan a coro.
Cuando hay un empeño ensimismado sobre un tema, hay que pensar siempre hacia dónde nos desliza ese tema. Nadie va a defender que una mujer pobre alquile su cuerpo para incubar bebés de otra mujer, ni que a un niño inmigrante no se le atienda una infección grave. Se hace propaganda sobre casos en los que es más fácil empatizar: el altruismo de una mujer que ayuda a otra a tener un hijo, los problemas aislados de seguridad relacionados con inmigrantes. Aceptadas las medidas en esos casos, resbalamos hacia la aceptación de lo que en principio hubiéramos rechazado. El estado del bienestar está sufriendo un ataque en toda regla. El vaciamiento de las clases medias y los impuestos cada vez menores de grandes empresas y oligarquías económicas es lo que lo hace insostenible. La lucha contra el impuesto de sucesiones es una parte de la propaganda neoliberal contra los impuestos y el estado del bienestar. Es la lucha de siempre entre los que lo acaparan todo y los que quieren algún reparto.
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