Quienes se consideran a sí mismos de derechas andan refalfiaos. Tienen tres partidos para elegir y los tres les gustan. Todos los de derechas simpatizan con PP y C’s. Si hablan cinco minutos, dirán que lo de Vox no es para tanto, pero si hablan diez ya admiten cuánto simpatizan con esos muchachotes. Un banquete de buenas opciones. A los votantes de derechas les pasa como a los entrenadores del Madrid y el Barça: tienen tanto bueno donde elegir, que no saben a quién poner de titular. Los votantes de izquierdas, en cambio, andan ayunos. Tienen dos opciones y ninguna les gusta. No les gusta el PSOE porque no es de fiar y a la hora de la verdad se derechiza y no se atreve. Y no les gusta Podemos porque no da la talla. Pero las derechas pueden perder. Ahora sus partidos solo gustan a los que dicen ser de derechas y solo dicen ser de derechas los que son muy de derechas. Y esos no son suficientes. Gregor Samsa un día descubrió con horror que los demás no oían sus palabras como palabras, sino como el silbido estridente y amplificado de un insecto. PP y C’s tanto imitaron a Vox que para quienes no son muy de derechas sus palabras ya no se oyen como palabras sino como alaridos cavernarios (manos manchadas de sangre, felonías, traiciones, víctimas humilladas, patrias en peligro). Pero la izquierda también puede perder. Sus votantes prefieren pasar hambre que comer cualquier cosa y, como esos votantes son de pico muy delicado y cualquier cosa es cualquier cosa para ellos, y como los líderes izquierdistas la verdad es que son cualquier cosa, pues a los votantes izquierdistas igual les da por no ir a votar o ir a votar graciosadas (me callo). Así que pueden perder.
Las derechas están jugando al juego de la silla, todo el rato corriendo nerviosos a la espera de que suene el silbato y, para no ser el que se quede sin silla, están llenando de ruido de desecho la vida pública. Y no solo porque se están disputando la silla. Es que tienen que distraernos de lo que de verdad deberíamos ver y oír. Casado dijo que va a bajar el salario mínimo. Luego dijo que eso era un infundio (o un fake, como dicen en Aravaca), que él no había dicho eso. Pero no era un infundio por dos razones. La primera, sencillamente porque sí lo dijo y lo oímos todos. Y la segunda, porque llevan oponiéndose a la subida del salario mínimo desde que se empezó a hablar del tema. Lo dijo y no fue un lapsus. Casado y Rivera truenan todos los días contra esos 900 euros. En Andalucía están quitando los impuestos a las herencias millonarias y bajando los impuestos a los ricos. Y sus propuestas son claras: bajar los impuestos a los ricos y bajar el salario a los que menos cobran.
Pero hay más. También quieren privatizar la enseñanza, es decir, entregársela a la Iglesia pagándola el Estado. Sonó muy facha que Bolsonaro abriera una campaña para denunciar a los profesores que dijeran cosas marxistas en clase (para Bolsonaro es marxista no ir a misa). Aquí dice Casado que la Alta Inspección debe castigar a quien adoctrine en clase. Es lo mismo y casi con las mismas palabras. Y es el truco de imputar a los demás el vicio propio. Quieren financiar la enseñanza privada y retirar fondos de la pública, porque la privada está en manos de la Iglesia y quieren su adoctrinamiento. Ese traslado de la condición propia al rival alcanza niveles grotescos cuando habla la jerarquía eclesiástica en persona y no a través de sus enviados (políticos) en la tierra. Se refiere a la enseñanza pública como estatalizante y totalitaria y a la privada concertada como la enseñanza libre. Qué gracia. Es la pública la que tiene obligación legal de neutralidad ideológica y la privada la que tiene derecho legal de tener un «ideario» (ideología monda y lironda). No son los independentistas los más voraces de adoctrinamiento escolar.
Y quieren privatizar la sanidad, es decir, poner nuestra salud en el mercado. ¿Saben por qué sube el precio de las naranjas cuando escasean? Porque la escasez hace aumentar un poco la ansiedad por conseguirlas y ese plus de ansiedad es detectado por el ánimo de lucro de los dueños de la naranjas y suben el precio hasta donde llegue la ansiedad del consumidor. ¿Se imaginan hasta dónde puede llegar la ansiedad y correspondiente ánimo de lucro por curar la apendicitis de su hija? Recordémoslo cuando oigamos eso de privatizar la sanidad. Jesús Aguirre, Consejero de Salud andaluz, representó el estereotipo casposo de gracioso con salero con el que se caricaturiza a Andalucía y dice que la sanidad pública está «más tiesa que la mojama» y que no va a tener a los pacientes con cataratas chocando con las puertas (sic). Bertín Osborne debía estar doblado de risa en su casa, que es toda suya.
Y quieren privatizar nuestra vejez. Ya había dicho Felipe González que las pensiones públicas se salvarían si la gente trabajaba hasta los setenta y se hacía planes privados. Es decir, que las pensiones públicas se salvarían si no se pagaban. Vox lo está pregonando y sacando pecho. Entre las derechas hay discusiones sobre quién es más patriota en Cataluña o sobre quién tiene más banderas. Pero no discuten de cuestiones económicas y sociales. Ahí son iguales. Menos impuestos para los ricos, menos salario mínimo, menos protección social y privatización de servicios, es decir, entrega de lo básico al lucro.
Llevan años quitando derechos, renta y futuro. La desigualdad crece y cada vez es más difícil que alguien nacido en la clase baja pueda ser otra cosa que clase baja. Lo de no dejar a nadie en la cuneta, que pregonan algunos sedicentes socialdemócratas que en realidad son conservadores compasivos (lo digo por la parte del PSOE que prefiere el PP a Sánchez) consiste en que los de abajo no pasen hambre y no sean analfabetos. Y ya. La igualdad de oportunidades destruye empleo, según parece. Pero lo que hay que recordar es cómo se consiguió todo esto que nos están quitando y que ahora nuestras derechas quieren rematar a cara descubierta. Me refiero a todo esto de tener derecho a vacaciones; a trabajar ocho horas; a que los salarios no sean de subsistencia; que el bienestar sea un derecho, pero no porque seamos unos malcriados como dice el liberalismo, sino porque es la justa participación en la riqueza nacional; que todos tengamos la misma protección sanitaria y que la educación a la que todos pueden acceder sea la máxima que se puede permitir el país. Todo esto no se consiguió con mayorías políticas favorables, ni con debates, ni con consensos. Todo esto se consiguió pelando. Las oligarquía nunca cedieron nada de buen rollo. Siempre hubo que arrancarlo luchando. Según épocas y situaciones, esas luchas fueron guerras o fueron huelgas o manifestaciones o acampadas o movilizaciones sindicales. Ahora no hay una Unión Soviética a la que temer. La tecnología permite que los ritmos del dinero y el mercado desborden los períodos políticos en los que se puede ejercer cualquier control popular. La misma tecnología hace que los mercados sean inmateriales e inmediatos en cualquier parte. Por eso los ricos quieren quitar lo que habían cedido.
Un jardín se forma trabajando la tierra. Y desaparece si no se sigue trabajando la tierra. Las cotas de justicia social que se alcanzaron luchando se perderán sin lucha, igual que se pierde un jardín descuidado. Los espacios son diferentes y, en buena medida supranacionales. La ultraderecha se organiza, capta recursos y crea discursos a escala internacional. El liberalismo lo lleva haciendo tiempo. La socialdemocracia debería hacerlo. Y la izquierda alternativa también. Y una parte de ese discurso tiene que ir teñido de lucha y de confrontación. No creo que sean tiempos de huelgas y no bastan las manifestaciones. Los sindicatos y movimientos sociales tendrán que aprender las luchas que correspondan a los tiempos y a crear olas internacionales o no serán nada. La lucha feminista está dando buenos ejemplos de avances con luchas adecuadas a los tiempos y haciendo un frente internacional. Por ahí va la cosa. Las políticas serán la consecuencia de pelear. Lo que necesitó más que política no se mantendrá solo con política.
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