Cuando las sonrisas son más de alivio que de ilusión, es que se podía perder más de lo que se podía ganar. En un paseo por la calle Uría, en cierta ocasión un amigo cogió de la basura un aro de esos que los niños hacían rodar con un palo y se puso de cachondeo a darle al aro con gritos y saltos. Nuestra broma fue simple y eficaz. Nos metimos en un portal y cuando se quiso dar cuenta estaba solo dando saltos por la calle Uría con un aro ante la mirada perpleja de la gente. Algo así debió pasarle a Casado. Había reducido la política a alaridos de manos manchadas de sangre, pederastas, violadores, traidores, felones y enemigos de la patria. Cuando se quiso dar cuenta, se encontró con que España no estaba allí y él estaba solo dando aullidos. España, más que recelosa de extremismos, parece harta de astracanadas. Así que Casado decidió cambiar. Pero es patoso y al dar media vuelta tropezó y le pisó un callo sin querer a Esperanza Aguirre y a su propio partido. No se le ocurre mejor manera de meterse con Abascal que recordar cuánto chupó de uno de los chiringuitos del PP madrileño, dejando sentado que el PP amamantaba parásitos con lo que nos recortaban a los demás y que Aguirre era la condesa de las mamandurrias. Y lo que pasa con los tropezones es que después de pisar los primeros callos se sigue dando tumbos rompiendo más cosas. Casado no reparó en que unos días antes había ofrecido ministerios a Vox. Tampoco se paró a pensar que gobierna en Andalucía con ellos, que vienen más elecciones y que sin ellos no podrá gobernar en comunidades autónomas y ayuntamientos grandes. Ni siquiera se dio cuenta de que era de Aznar de quien renegaba. Casado es un personaje insolvente que no tiene pinta de presidente. Él cree que el balance que se hace en estos casos consiste en ver cuántas veces perdió y no cuánto se perdió. Como solo perdió una vez, pues sigue dicharachero y sonriente pensando que le quedan dos comodines. Pero hasta en Aravaca saben contar. En 2016 vimos el gesto alicaído de Pablo Iglesias por haber sacado solo 71 escaños. El PP, que venía de ser mayoritario, sacó 66. No es una continuación del declive de Rajoy. Es una demolición por el lenguaje neofascista con que Casado quiso mimetizarse con Vox. ¿Quién hace caso todavía al mediocre Aznar?
Solo ganó Sánchez. Los demás perdieron. Unidas Podemos tuvo el consuelo de que lo que lo perdió lo había perdido hace tiempo. Ahora no perdió más y quizás ganó algo. Vox tendrá que esperar para oler el pánico progre por las mañanas y tendrá que conformarse con seguir oliendo su propia mugre. Y a Rivera parece que no se le bajó el colocón de café del último debate y sigue espídico dando saltos porque quedó el tercero. C’s planteó una estrategia muy arriesgada. Lo jugó todo a ser oposición al PSOE. Se dejó en el camino ciertas credenciales internacionales. En Europa no pasó inadvertido el entendimiento de C’s con la ultraderecha. No solo es Andalucía. El otro día Pepa Bueno preguntó a Ignacio Aguado, candidato por Madrid, si mantiene el veto a pactar con el PSOE. Su respuesta fue clara: nunca pactará con el PSOE. Y le preguntó después si rechaza gobernar con Vox. La respuesta fue chistosa: «Mire, yo ahora de cara al 26 de mayo tengo un objetivo claro, que es intentar aglutinar al mayor número posible de madrileños de votantes en torno a un centro liberal en la Comunidad e intentar por todos los medios que los madrileños no apuesten por los extremos. Yo creo que Madrid no necesita extremos, necesita gestión, necesita honradez y necesita proyecto.» Está claro. La cuestión es que dejándose ver con la ultraderecha para ser el líder de la oposición a Sánchez quedó el tercero, con el mayor desplome imaginable del PP. Meridiano: ganó Sánchez y perdieron los demás.
Pero decía que hubo alivio y no ilusión. La derecha, toda ella, se había diluido en la plaza de Colón en un mejunje cuya coloración no deja lugar a dudas. Cuando solo se razona con el nombre de la nación y su bandera, no se razona. Y más si es España. Salvo en el fútbol, no se pronuncia el nombre de España ni se agita su bandera más que con odio. Y siempre contra otros españoles. Y esa fue toda la oferta de las tres derechas. Claro que había miedo. Claro que hubo alivio. Solo había dos posibilidades y una era siniestra. Pero no es el tipo de miedo que ponía cachondo a Iván Espinosa de los Monteros. Hay un tipo de temor que nace del compromiso y la determinación. Y eso es lo que toca ahora: determinación. El PSOE no puede creer que llegó al poder por su propia tracción y se mantendrá en él por su propia inercia, como si estos fueran otros tiempos. Los bancos, el Íbex, los guardianes internacionales del neoliberalismo rapaz y los veteranos gagás del PSOE dirán que la socialdemocracia es extremista y que de ahí a la izquierda es todo Venezuela; los primeros porque solo miran sus desvergonzadas ganancias y los gagás del PSOE porque están gagá. Percibimos como extremista una actitud cuando crea crispación. Y siempre crispa más enfrentarse a intereses poderosos que humildes. El roce con la oligarquía hace más ruido que con los comunes y los mismos que arman el ruido llaman extremistas a quienes provocan que ellos hagan ruido. Pero es momento de firmeza y no dejar que la política española siga aumentando sus tragaderas. Pedro Sánchez tiene tres frentes en que la moderación exigirá determinación porque hará ruido: justicia social, memoria histórica y Cataluña. Y esos frentes son también de UP. UP no es lo que pudo ser Podemos. Es más de lo que fue IU. No es ni mucho ni nada. Y tienen una responsabilidad en estos tres frentes que haría imperdonable otro Tramabús o más Vistalegre II.
La justicia social exige más igualdad y exige servicios públicos (enseñanza, sanidad, pensiones) que sean públicos y no lucro privado. Exige que no se bajen los impuestos a las grandes empresas mientras suben sus beneficios. Exige que se denuncien en Europa los paraísos fiscales y se presione para que los estados armonicen las políticas fiscales que exige el estado del bienestar, no las que exige su desmantelamiento. En Europa miran lo que cuesta nuestra sanidad, pero nunca lo que pagamos a la Iglesia. Nos piden que cerremos aulas, pero nunca nos dijeron nada de las mamandurrias de Aguirre y las fugas fiscales. Alertan de la caída de los salarios, pero quieren «profundizar» en la reforma laboral que los provoca.
En España hubo tres focos de sangre, de distinto tamaño y formato, que tienen presencia en nuestro momento político: Franco (no la guerra; Franco), ETA y la violencia machista. Ningún asesino merece un monumento. Ni el activista tarado, ni el machito ofendido, ni el Jefe del Estado fanático. Todos los gobiernos de España hacen sus deberes con las víctimas de ETA. Pero las derechas siguen bostezando por los asesinados por Franco o riéndose de ellos. Las tres derechas. Y siguen teniendo pulgas para reconocer la violencia machista que mata más de lo que mataba ETA. Las tres derechas. Son crímenes, muchos crímenes. Ni un día más. Aunque Abascal se sienta hemipléjico y Alfonso Guerra aúlle.
Rivera necesita guerra en Cataluña. Ahí tiene su nutriente. Los descerebrados que deambulan por allí (¿hay algo comparable a Torra y ese parlamento cerrado? ¿Por qué no le ponen cascabeles?) le hicieron pensar un día que ganaría las elecciones. El resto de la derecha también va a Cataluña a hacer de Isabel II. Pero España no estuvo allí. Votó a unionistas y separatistas dialogantes. Y ahí debe estar el futuro Gobierno. Y debe hablar de educación y pensiones con Esquerra, estaría bueno.
Pedro Sánchez y Unidas Podemos tienen que parecer un poco más extremistas a la Troika, a Vox, a la Iglesia y a Alfonso Guerra. Pudimos perder mucho en abril. Toca apretar los dientes.
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