«Guardaos de ese joven del cinturón flojo», decía Sila intuyendo algo especial en aquel individuo flaco que llevaba el cíngulo desarreglado. El joven era Julio César y Sila lo vio venir. Según parece, un tsunami en altamar no se distingue de una ola normal. La perspicacia de Sila es una cualidad notable en la vida pública: ver venir lo trascendente cuando todavía es banal, notar en altamar la ola que en realidad es un tsunami. Es verdad que los sectarios y los mentirosos siempre nos quieren en alerta viendo en cada ola un tsunami en ciernes. Por eso es un filo cortante, porque hay que distinguir cuándo el peligro que adivinamos en lo banal es ofuscación y alarmismo y cuándo es la perspicacia de Sila.
Parece sorprendente la victoria de Boris Johnson en el Reino Unido. Es un mentiroso que mintió incluso a la Reina para cerrar el Parlamento en una maniobra autoritaria que los tribunales declararon ilegal. No presentó programa y se negó a debatir nada en campaña ni hacer nada que no fuera repetir el mantra del Brexit. Se hizo famosa la escena en que arrebata a un periodista el móvil en el que le mostraba a un niño con neumonía durmiendo en el suelo de un hospital. Su vida personal está llena de escándalos. Aparentemente es un populista circense. Y ganó con mucha ventaja. En toda Europa crecen dialectos y sabores de la extrema derecha. La gente parece haberse vuelto idiota y vota contra sí misma.
Aquí vimos hechos del mismo tipo a una escala menor. Oímos todos a Abascal decir sobre las docenas de mujeres asesinadas cada año que es que los MENAs, los niños extranjeros pobres, eran un peligro para nuestras mujeres. Todos sabemos que es delirante acusar y acosar a niños pobres por un tipo de violencia que existió siempre y que no tiene que ver con ellos. También le oímos decir que la solución es la cadena perpetua, a pesar de que sabemos que esos criminales suelen suicidarse después o entregarse sin importarles la pena que les espere. Abascal no dice eso porque se lo crea. Lo notable es que eso no le cueste votos, sino que se los dé, que la gente sepa que no tiene pies ni cabeza y su partido crezca. Nos dicen abiertamente que quieren quitar las jubilaciones, quitar los impuestos a los ricos y dar dinero público a colegios de pago. Y la gente los vota, vota contra sus pensiones y a favor de la desigualdad. Parece que la gente aquí también empieza a ser idiota. Díaz Ayuso se niega a presentar las cuentas de la Comunidad que preside por si el próximo ministro de economía fuera un etarra. Antes ya había querido incluir a fetos en el libro de familia. No cabe más estupidez en menos palabras. Pero eso no le resta crédito electoral. Como digo, el apoyo creciente a actitudes ultras hace pensar en una plaga de imbecilidad.
Pero explicar las cosas por la estupidez de la gente es equivocarse siempre. Se trata de un tsunami que hay que empezar a ver venir, en lo personal y en lo colectivo. Pensemos en esa sensación tan habitual de que alguien tiene parte de razón. Es incluso positivo aceptar la parte de razón que tiene alguien de quien se discrepa. Y siendo algo positivo, es la vía honorable para aceptar lo inaceptable. Todo consiste en que alguien toque un punto al que seamos muy reactivos. A través de ese punto tendrá nuestra empatía y sentiremos que tiene razón en parte. En momentos de hartazgo, de frustración y de falta de referencias, es fácil asumir el relato completo del que pulsó esa tecla que nos activa y pasar de darle parte de razón a darle toda la razón. Sin duda una concentración de adolescentes pobres y sin familia puede ser problemática en algunos sitos. Donde hay pobreza hay conflictividad. Cuando alguien hable de MENAs amenazantes, quien viva cerca de algún punto problemático o haya oído hablar de ello sentirá que tiene razón en parte. La sensación será que no tienen nada que ver con las mujeres asesinadas, pero que sí es verdad que los MENAs a veces son un problema, que en eso sí tienen razón. El rédito de Abascal no habrá sido la monumental sinrazón que acaba de soltar, sino esa parte de razón que se le otorga por tocar algo a lo que somos sensibles y por la que nos infectará el discurso completo. La cadena perpetua es ineficaz contra un tipo de criminal que muchas veces se suicida. Pero la gente intuye que esos criminales la merecen, con lo que parece que tenga razón en parte. Y lo mismo con el posible ministro de economía etarra. Es una memez, pero quien esté encrespado por la provocación independentista y agrio por la negociación de Sánchez, sentirá que no habrá ningún etarra en el próximo gobierno, pero que algo de razón lleva Ayuso.
Woody Allen bromeó con los métodos de lectura rápida diciendo que gracias a ellos había leído Guerra y paz en veinte minutos y que había entendido que algo había pasado en Rusia. Todos somos menos listos como audiencia de medios que como conversadores. Que la política se haga en los medios lleva a una inevitable simplificación de los mensajes, porque al final como audiencia solo recordaremos que algo pasaba en Rusia. Esto se acentúa cuando la población no se siente representada. La falta de principios y liderazgo agudiza el éxito de la simpleza. Corbyn presentó un programa lleno de contenidos y medidas justas, pero nadie lo escuchó. A Boris Johnson le bastó tener parte de razón y para tener parte de razón hay que concentrarse en pocas cosas a las que la gente sea reactiva. La gente está harta del Brexit y del ínfimo nivel político. Johnson se presentó diciendo que acabemos con esto de una vez. Con un punto que te dé parte de razón instalas el programa completo, porque solo se escucha ese punto al que somos reactivos. Corbyn fue incapaz de articular un mensaje sencillo y claro sobre el Brexit y no le sirvió de nada tener razón en casi todo.
Estamos viendo que algunas olas era tsunamis. Ni Sánchez ni Iglesias fueron Sila. Y puede que Esquerra tampoco se esté dando cuenta. Sánchez tiene ahora la responsabilidad de que no se degrade la vida pública española. Cuanto más ajena se sienta la gente a las instituciones más fortuna harán las simplezas descerebradas. La situación catalana es ahora surtidor emocional para que simplezas de este tipo hagan sentir que tienen parte de razón quienes están en posiciones derechistas trasnochadas e irracionales. Esto solo se para con claridad y con fuerza moral. Sánchez tiene que hablar con convicción para evitar este vacío en el que la gente está desorientada y se guía por picos de empatía descontextualizados. Y no lo está haciendo. La situación de Cataluña, y no solo la aritmética parlamentaria, exige que hable con Esquerra. Dígase alto. La fractura social en España se dispara como en ninguna parte y por eso tiene que entenderse con la izquierda, Esquerra incluida. Dígase con convicción. ETA ya no existe, dígase alto. Bildu, guste o disguste, tiene todas las credenciales democráticas, dígase alto. Sólo un fanático puede asociar a Sánchez con el terrorismo. La izquierda no está negociando medidas independentistas con los nacionalistas, pero la derecha sí está aceptando medidas fascistas con la extrema derecha, incluidas algunas que tienen que ver con muertes de mujeres. Afírmese con convencimiento.
Solo se necesitan principios y altura moral, convicciones claras que la gente pueda reconocer y recordar. La izquierda tiene que entender dos cosas. Ese mecanismo de asimilar un discurso tóxico porque parece tener parte de razón succionará a una parte de la izquierda que ayudará a que programas ultras tomen un maquillaje obrerista. Ya abrieron boca cada uno a su manera Anguita, Monereo e Illueca, los viejunos del PSOE y los barones. Y la otra es que los jóvenes están votando solo a partidos que les parecen nuevos o disruptivos. No son idiotas. No tienen referencias porque no se las dan. La izquierda tiene que aprender a tener parte de razón. Los ricos saben lo que hacen.