Los debates electorales cada vez me parecen más una jornada de puertas abiertas. Tengo la sensación de que afectan al voto lo que el gimnasio afecta a nuestro peso: solo un poco. Y eso afectarán los debates al voto, un poco. El debate electoral parece el día en que los candidatos abren su trastienda y nos muestran sus estrategias, sus disfraces, los trucos que vienen usando. Ahí vemos que a Casado no le quita el sueño un vicepresidente cavernario. Vemos que les disputa los votos a los ultras y se coaliga con ellos de la misma manera: sin decir ni pío. Y vemos su estrategia general. El PP tiene un hueco natural en la política española. Casado tensó al PP como se deforma un cuerpo elástico y en estas elecciones sencillamente distiende para que el cuerpo recupere su forma y tamaño normal de ciento y pico diputados. En la misma jornada de puertas abiertas Rivera mostró que no tiene estrategia ni rumbo, solo frustración, rabieta y ganas de dar coces. Igual que esos críos pequeños que siempre llegan a casa con los bolsillos llenos de porquerías, él lleva al debate un pedrusco que encontró en la calle y los bolsillos llenos de chuminadas. Como decía el médico de Amanece, que no es poco observando a un moribundo, qué apagarse, qué irse …
Pedro Sánchez y Pablo Iglesias dicen lo que les toca, los dos tienen cierta tendencia menguante e intentan menguar poco. Lo llamativo es que en el día de puertas abiertas se muestren tan satisfechos de su actuación en aquellas negociaciones tan chuscas que dejaron a la izquierda con cara de bobos y al pobre Rivera con aquel discurso de la banda, los planes de la banda y el botín de la banda en la boca a medio hacer, con lo trabajado que lo tenía. Pedro Sánchez se muestra encantado de no haber metido en el Gobierno a perroflautas que le quitaban el sueño y Pablo Iglesias está encantado de demostrar que no quería sillas y que sin políticas activas de empleo no hay gobierno de izquierdas. Todo anuncia que ahora negociarían sintiéndose reforzados en sus posiciones veraniegas, de Vicepresidencia y mando, el uno, y de gobierno a solas, gratis y porque yo lo valgo, el otro. Por qué no reafirmarse en lo que se hizo bien. Todos nos pusimos alguna vez colorados y a todos no molesta el rubor, porque nos humilla un exceso de transparencia. Confortaría que la transparencia de un día de puertas abiertas les indujera un punto de pudor que nos haga sentir a los demás que en el fondo entienden lo que hicieron, que entienden que España es hoy peor que en abril y que no sabemos si el lunes será un país mucho peor.
La estrategia que mostró Abascal el día de puertas abiertas era sabida porque es la misma que en otros sitios. Los demás tuvieron el gesto didáctico involuntario de mostrar cómo se reacciona históricamente ante la bestia cuando empieza a rugir: como si no estuviera ahí y el aire no estuviera enrarecido. Al final de El huevo de la serpiente de Bergman, un personaje dice muy ufano que el intento de golpe de Estado había fracasado. «Ese tal Hitler subestimó la fortaleza de la democracia alemana», añadía. Lo que resultó irritante es que no tienen estrategia para Vox porque creen tener cosas más importantes que hacer, sobre todo la izquierda. Vox es el tuétano del PP, lo que es el PP cuando están a solas, y por eso el PP no tiene nada que replicar. Y C’s es ya un cubito de hielo disolviéndose en el vaso de las derechas. Sánchez tiene que calcular cuánta izquierda queda a su alcance, cuánto botín deja Rivera en su disolución, qué color de pantalón conviene para qué segmento de edad y todas esas cosas. No tiene tiempo para ultras vociferantes. Iglesias reacciona como se espera que lo haga la izquierda. Y ese es el problema: que hace lo esperable y los de Vox tienen el talento que no falta en ningún necio: el talento para lo obvio y lo esperable.
El país no es como dice Vox ni la gente es como Vox. Lo dice el propio Espinosa de los Monteros a los asistentes a sus mítines: pues no tenéis cara de fachas. Efectivamente, no tienen cara de fachas porque seguramente no lo son. La gente vota a los fachas sin serlo porque se les miente o se les envenena. La derecha está cómoda con la mentira y una dosis controlada de veneno en el país. La izquierda es la que debería tomarse en serio a Vox y tener una estrategia al respecto. La estrategia tiene dos partes: una es no dar la razón a Vox en lo fundamental; y otra introducir el debate por la grieta por donde se puede hacer palanca. Si hay diez cosas que entender, muchas veces hay que saber cuál es la cosa que me mejor te pueden entender para que a partir de ella entiendan las otras nueve.
Los fascismos predican el fin del mundo, proyectan emergencias y anuncian catástrofes, de delincuencia, mafias extranjeras, oscuras conspiraciones de enemigos del país. Sus argumentos son siempre de límites. Decía que lo primero era no darles la razón, de palabra o de obra. Y se les da la razón cuando se argumentan límites, cuando la actualidad se llena de cosas que hay que prohibir, de debates sobre ilegalizaciones, sobre derechos o aumentos de penas de cárcel. Rosa Díez tiene como único argumento a favor de Casado que los otros son enemigos de España. Es un buen ejemplo, pero ella no cuenta, hace tiempo es parte de esa derecha asentada en la intoxicación. Pero Sánchez elige como síntesis rápida de sus propósitos cosas como castigos para referendos ilegales o ilegalización de fundaciones. La ilegalización de extremismos franquistas, ciertamente odiosos, abrirá la espita para la ilegalización de otros extremismos. Antes de que nos demos cuenta estaremos discutiendo de límites y ese es el marco de la ultraderecha. Y Sánchez anda enredando en esos límites.
La ultraderecha explota una debilidad discursiva de la izquierda. Los izquierdistas suelen considerarse bien informados y con ideas claras, y sienten más implicación en los asuntos públicos que otra gente que pone menos empeño en esas cosas. Necesitan poco para parecer altaneros e incluso cargantes. La izquierda se considera sensible con los de abajo, pero también se considera vanguardia y destila un cierto menosprecio a atrasos y antiguallas mojigatas, sin reparar en que a veces el atraso es efecto de la marginación. A la gente que lo pasa mal y es descreída por desesperanza no le gusta que la miren por encima del hombro. Los asesores de Bush consiguieron que la gente sintiera más afinidad en quien habla como ella que en quien tiene sus mismas carencias. El millonario Bush les pareció más próximo que el relamido universitario Gore, que siempre les daba lecciones. Por ahí va la dictadura progre de Vox y por ahí sueltan sus barbaridades históricas y las defienden diciendo que los progres creen que son los que saben y que los demás no tenemos nada que opinar de Franco o el comunismo. Ni en el debate ni en la campaña se insistió en lo que hace saltar toda su pose: que los de Vox son ricos que trabajan por los ricos, que son niñatos que nacieron con dinero porque lo tenía su padre, que contratan a quinquis para echar a ancianos de sus casas y especular con el edificio, que quieren que el Estado ponga el mismo dinero en los centros públicos y en los privados de pago para los ricos, que son pijos que se ríen de los progres, pero también del populacho. A partir de ahí, la gente entenderá que son autoritarios, franquistas, racistas y machistas. Pero primero hay que quitarles la careta de franqueza y hablar claro mostrando lo que son: niñatos pijos. La razón de no hacerlo no es que sea difícil. Es la que dije antes: las izquierdas creen que tienen cosas más urgentes que hacer, ganar el centro o ganar el relato de la fallida negociación.
Mañana es un buen día para dar la razón a Vox en lo que la tiene. Para un facha un sistema de libertades es asfixiante, una dictadura sin duda y desde su extremismo todo lo que les aprieta (leyes, derechos, garantías constitucionales) se siente progre y rojo. Es progre limpiar el aire, proteger un bosque o apetecer la igualdad. Ven progre todo lo civilizado. Reforcemos esa dictadura progre mañana.
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