miércoles, 6 de noviembre de 2019

Unidad constitucionalista

Las fotos, las palabras y la derecha destiñen. La foto de Génova de febrero, con Abascal, Rivera y Casado en santa compaña destiñó a sus protagonistas, que salieron de allí untados de Vox, y al momento político, que se tiñó de sectarismo. La foto tomaba lo que estaba disperso en el ambiente y lo concentraba en una imagen. Y, a la vez que resumía, impulsaba. El principio de incertidumbre dice que no se puede mostrar algo sin afectarlo. Por eso la foto desteñía. Mostrando a las derechas hechas una con la extrema derecha y con un lema de extrema derecha, la derecha se hacía más extrema y el país más sectario.
El problema de Cataluña siguió su curso. En los meses de aquellas delirantes negociaciones entre PSOE y UP el país quedó en suspensión, como fuera del tiempo, y algunos reprodujeron aquella sensación infantil de que cuando cierras los ojos los demás no te ven. El limbo atemporal hacía fácil no mirar el problema catalán y creer que no mirándolo el asunto pasaría de largo. Pero el problema sigue y cada nuevo desgarro ahonda la rotura que ya había. Además sigue siendo un surtidor fértil de materiales tóxicos en los que las derechas y los independentistas más alucinados encuentran nutriente, por lo que no pierden ocasión de avivar un yacimiento de odios y bajezas tan fecundo y provechoso. La Societat Civil Catalana convocó una gran manifestación contra el procés, que tuvo la presencia de PP, C’s y PSOE. La manifestación y su propósito no tienen nada de particular ni sería ya actualidad, si no fuera por la palabra que la presidió: constitucionalismo. Esa es una de las palabras que destiñen y no precisamente por el motivo de la manifestación. Es difícil desconectar esa palabra de la exigencia severa de los poderes económicos de una abstención patriótica y, claro, pactada, del PP para que gobierne Sánchez y de la unión de constitucionalistas con la que Rivera hipa en busca de aire como un pez fuera del agua.
Solo nos contrastamos con otros a partir de lo que nos es común cuando los excluimos de ese hecho común. ¿Qué sentido puede tener que alguien se encare con Errejón al grito de «viva España» si no es excluir del país lo que él representa? ¿Y qué sentido puede tener que PP, C’s y PSOE se contrasten con los demás reclamándose constitucionalistas si no es poner lo que representan los demás fuera de la Constitución? Las manifestaciones por la patria o el constitucionalismo son siempre un llamamiento al cierre de filas, a dejar por irrelevantes las demás diferencias por algún tipo de emergencia superior. Lo malo es que esa emergencia suele ser un invento fabricado con la distorsión de problemas reales y las diferencias que hay que aparcar por la patria suelen tener que ver con desatención de la enseñanza pública y la igualdad de oportunidades, con la socavación del sistema de pensiones, con la creciente entrega de la sanidad al lucro privado y con el abandono de los dependientes. Siempre fui muy sordo a los nacionalismos, no solo por el humor supremacista que los acecha, sino por ese estado de emergencia, de momento fundacional o de agresión exterior que justifica la sospechosa exigencia de aparcar todas las diferencias.
Y es que en España los que piden aparcar las diferencias quieren que se aparquen las diferencias de los demás, no las suyas. La situación política no está ni mucho menos bloqueada porque hay diferencias ideológicas que no están ni mucho menos aparcadas. Están bloqueadas comunidades como Asturias, pero no Madrid, Andalucía o Murcia. Ahí las diferencias avanzan viento en popa. El Consejero de Educación de Madrid acaba de decir que la entrega de aulas públicas a la Iglesia no está bloqueada, sino que seguirá ampliándose. El Consejero de Salud y Familias de Andalucía no tiene en absoluto bloqueada la privatización de la sanidad de su comunidad. El gen franquista y nacionalcatólico de la derecha tampoco está bloqueado y se expresa cada vez con más plenitud. López Ayuso evoca quemas de iglesias y guerras civiles cuando la democracia cierra el homenaje permanente al dictador en el Valle de los Caídos (un inciso; los militantes socialistas deberían dejar de felicitarse; en los años cincuenta EEUU empezó a firmar tratados con Franco y este dijo «ahora sí que he ganado la guerra»; cuando ganó el PSOE y González mantuvo el Valle de los Caídos, la familia Franco supo que ahora sí que habían ganado la tumba, la abadía y el homenaje; el PSOE fue parte de esta infamia y nos debía su reparación; que no esperen aplausos, faltaría más). Siguen derogando sin bloqueo leyes y suprimiendo recursos para la única violencia colectiva que nos sigue azotando, que es la violencia de género. También mantienen la presión inquisitorial ultra sobre la enseñanza, que quieren abrir con el PIN educativo parental. El sistema es el mismo que siguieron con la Religión, donde impusieron a los demás una asignatura alternativa vacía fingiendo que defendían su derecho de conciencia. Ahora abren una fisura para atosigar a los centros con fundamentalismos fingiendo defensa de un credo atacado. Y siguen sin bloqueos las rebajas fiscales a los ricos y las herencias millonarias sin coste.
Lo notable no es que las derechas exijan unidad patriótica sin ceder nada, con políticas conservadoras cada vez más extremistas, con propuestas muchas veces inconstitucionales y con compañías abiertamente inconstitucionales. Lo notable es que el PSOE no les exija credenciales, moderación y cesiones para entrar en ese saco. Cataluña lo nivela todo. Se es constitucionalista con posturas conservadoras inconstitucionales: eliminación de las autonomías, aplicación indefinida del 155, apetencia de Presidencia para meter en la cárcel a independentistas (en la actual Constitución el Presidente no mete a nadie en la cárcel, solo los jueces). Y se está fuera de la Constitución con posturas progresistas constitucionales, como las que hacen referencia a pensiones, igualdad, educación, sanidad o vivienda. El que quiera cambiar aspectos de la Constitución no es constitucionalista y, por tanto, será independentista, porque Cataluña fija todos los contrastes; salvo que se quiera cambiar la Constitución por la derecha, con supresión de autonomías y cosas por el estilo, que entonces se sigue siendo constitucionalista. El palabro ese de constitucionalismo y derivados se puso en circulación para excluir y reducir alternativas. A medida que se repite va secando la Constitución y va pareciendo que estar con la Constitución consiste en ser monárquico de derechas, porque ahí cabe Vox y solo cabe el PSOE si no se alborota.
Y es poco probable que el PSOE se alborote. Es el partido menos luchador del Parlamento. La lucha supone disconformidad y presión para que las cosas tomen otro rumbo. Vox, PP, y C’s quieren un sistema diferente. Luchan para que haya menos impuestos en las rentas altas, para que se privaticen los servicios esenciales y las pensiones, dejen de pesar sobre los impuestos y pasen a ser espacios de negocio, para que la Iglesia tenga más presencia y gestione la educación. Las izquierdas presionan para subir los impuestos a los ricos, para que sean públicos los servicios esenciales y para que el país sea una democracia laica. El PSOE pone diques y contiene frentes, ve lo que hay como una situación llena de logros y de metas cumplidas y las metas aún no alcanzadas nunca son urgentes. Hace pasar por sentido de Estado lo que es acomodamiento y hasta modorra. Por ejemplo, si no estaba de acuerdo con la cadena perpetua, no tendría que firmar la ley de seguridad de Rajoy. Pero eso habría sido luchar. Sánchez firmó y dijo que ya derogaría la cadena perpetua algún día.
El invento del constitucionalismo es un cierre de filas conservador. El PSOE pactó con independentistas, pero no pactó medidas independentistas. El PP y C’s pactaron con la ultraderecha, pero sí pactaron medidas ultraderechistas. Con esa mochila y sin renunciar a nada de lo que hay en ella quieren el cierre de filas con el PSOE. La derecha destiñe. Sánchez no puede teñirse de quienes están teñidos de Vox.

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