Orson Scott Card es homófobo. Eso es como ser racista o ser machista. Es desconsiderar, prejuzgar y marginar caprichosamente a un grupo humano, denigrarlo sin más razón que tener algo que lo identifique y que haga más fácil hablar del grupo que de los individuos, y es enmascarar la brutalidad y frustración propia con la pretendida defensa de asechanzas imaginarias de esos grupos fáciles de identificar y de señalar como extraños. El machismo, el racismo o la homofobia no son facetas o trozos del mal; cada uno de ellos es el mal entero. En el caso de Scott Card no es una debilidad. Una persona puede reaccionar con desagrado ante dos varones que se besan por falta de costumbre o por choque cultural, es decir, por una debilidad personal. Pero no es el caso de Card. Él aprovecha la tribuna pública que le da su talento para estigmatizar y sembrar un rencor tan intenso como irracional sobre personas que viven y aman como las demás. Es lógico que él, la Iglesia y los partidos y movimientos reaccionarios perciban al movimiento LGTBI como un lobby. La democracia es una verdadera opresión para los sectarios.
Scott es el autor de El juego de Ender y por eso el festival Celsius lo invitó este año. Hay agitación contra esta decisión. Algunos autores declinaron la invitación por su presencia. Incluso hay algún grupo que convoca una quema de libros del autor. Es uno de esos casos en que la mera intuición sugiere conductas contradictorias. Sabe mal su presencia porque su actividad pública es despreciable. Y sabe mal que se revoque su invitación porque huele a censura sobre un autor de mérito indiscutible. Por eso no vale la mera intuición. No podemos reducir el incidente a su homofobia (dónde estaríamos si no separásemos la obra artística o científica de la altura moral de autores y pensadores). Ni podemos quedarnos con la simpleza de que solo nos importa la obra y no las ideas del autor.
Es inevitable que la invitación suscite reacciones. Inevitable y bueno en estos tiempos. Es bueno que los venenos reaccionarios que disemina la extrema derecha no se esparzan por la vida pública sin réplica contundente. La cuestión ahora no es si invitar o no a Card. La incómoda cuestión es si la réplica debe consistir en una movilización para que Card no intervenga en Celsius. En los años ochenta hubo cierta agitación por la proliferación de eucaliptos por el litoral asturiano, por el daño que hacían a otras especies y al terreno. Oí decir en chácharas intrascendentes de café que sería admisible que se quemaran algunos de esos bosques de eucaliptos como forma de lucha contra su proliferación. Si es verdad que resultan tan dañinos, por un lado apetece. El problema es que la quema de bosques es una mala práctica. Si convencemos a la gente de que está bien quemar bosques por una buena causa, no podremos controlar las buenas causas que encontrará todo el mundo para prender fuego al bosque en un país donde es una tragedia la quema de bosques. Cuando aceptamos una mala práctica por una buena causa, no podremos controlar su alcance ni sus consecuencias, ni el arma que acabamos de dar a las malas causas.
Impedir que un escritor de gran altura tenga voz literaria en un evento cultural al que ya fue invitado es una mala práctica que nos pone en los terrenos de la censura. Igual que estamos en un país en el que se queman los bosques, estamos también en tiempos donde arrecian aires de censura. No son aires que vengan de asociaciones LGTBI, de feministas o de activistas por el cambio climático. Vienen de correligionarios de Orson Scott Card, de la Iglesia, de Hazte Oír, de Vox y de quienes normalizan su racismo, su machismo y su clasismo en las instituciones. Parte de su propaganda consiste en esa normalización, en utilizar el lenguaje manido de la democracia para que parezca que el racismo y la igualdad sean opciones elegibles en libertad y que la lucha por la igualdad sea entonces una imposición que niega otras opciones (imposición progre, si habla Vox, e imposición totalitaria, si habla la Iglesia; son dialectos de la misma lengua). El bufón sin gracia que tiene Vox en la Junta del Principado se encargó de recordar esto con medias palabras. Precisamente por eso son tiempos en que es especialmente delicado incurrir en malas prácticas que allanen el camino a las causas más innobles. No es lo mismo no invitar a Card a Celsius, que intentar impedir mediante presiones su participación una vez invitado. Uno puede no invitarlo porque no le apetezca su presencia, por grandes que sean sus méritos. Igual que los autores que decidieron no venir tienen todo el derecho a no ir donde no les gusten las compañías. Nada de eso es censura. Creo que en 1976, mientras expresaba su apoyo al golpe militar y mostraba su mejor consideración del general Videla, yo no habría invitado al admirable Borges a una conferencia. Y si mi universidad lo hubiera invitado, vería con buenos ojos que aparecieran artículos sobre la dictadura argentina y sobre la irresponsabilidad de Borges y que hubiera actos de apoyo a la democracia en Argentina. Pero no buscaría la manera de impedir que diera esa conferencia a la que yo no lo hubiera invitado. No es que crea que nadie merece mordaza, igual que creo que solo por pereza se puede pensar que nadie merece morir. Pero ni la censura ni la pena de muerte se pueden lanzar controlando sus límites. Solo traen daños. Una vez invitado Card, proceden manifestaciones públicas por la igualdad que él combate, pero Celsius debe seguir adelante y que vaya a oír a Card quien lo tenga a bien.
Los organizadores, por cierto, hacen bien en defender el festival recordando que la invitación a Card es un reconocimiento a su obra y no una opción ideológica. Pero deben saber mantener el pulso de la situación, sobre todo siendo como era previsible que hubiera reacciones. Tan ciertos son los méritos de su obra como la bajeza de su activismo sectario, y son normales ciertos pronunciamientos. Y deben cuidar ciertas expresiones. Es lógico que recuerden los méritos de Card, pero no que para hacerlo deslicen que no van a invitar a autores LGTBI solo porque esté de moda. La lucha de gente normal para vivir como gente normal puede ser reciente, pero no es una moda. Decir eso sí es ideológico o un infortunio.
A veces hay trifulcas desagradables que me provocan cierto consuelo. Muchas veces vimos tensión entre los gobiernos vasco y catalán con el gobierno central por los contenidos que se estudian en los centros educativos. No discuten por los contenidos de matemáticas o física. Los contenidos por los que se crean tensiones políticas son los humanísticos, los «inútiles». No son gratas las tensiones, pero reconforta observar que, para ser materias inútiles, se pelean con ahínco por ellas, como si en realidad si fueran ricas en consecuencias. Este es un recuerdo oportuno en esta semana en que los rectores, los custodios de la institución del conocimiento, quieren quitar estudios humanísticos por la «baja inserción laboral» de sus titulados. Es notable lo técnicos que se sienten diciendo «baja inserción laboral» mientras predican la ignorancia. El mismo tipo de consuelo contradictorio me producen las tensiones en torno a los libros y los escritores. Alberto Manguel no describe la biblioteca de Alejandría como una acumulación exhaustiva de libros. La describe como un intento de tener allí representado el mundo entero y sus obras, más como un antecedente de Matrix que de la Biblioteca del Congreso. Por ingenuo que parezca, no hubo invasiones ni cambios de régimen que no incorporasen quemas o prohibiciones de libros, como si efectivamente fueran parte de Matrix y no se anulase del todo un mundo sin eliminar sus libros. Consuela tal impulso maligno porque nos recuerda que, después de todo, los libros y sus historias sí son poderosos y trascendentes. Los que piensan como Card están muy activos, bien financiados y deseosos de prohibir y quemar. No es buena idea darles armas y facilitarles el camino. Que Celsius siga, con Card y su literatura, adelante.
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