Es difícil saber cuánto hay de teatralidad en los balbuceos de Plácido Domingo y cuánto de aturdimiento verdadero. La gente que por su posición fáctica o por su cargo tiene un poder sin control en un determinado ámbito, apellídese Villa o Domingo, con el tiempo llegan a sentir con sinceridad que ese ámbito es suyo por derecho. Allá por los ochenta oía por la radio a Jesús Hermida y sus contertulios baboseando con risotadas complacidas sobre la costumbre de Cela de arrimar su pierna a la pierna de la señora que tuviera al lado. Llegan a creer que todo, animado o inanimado, es suyo. Como decía aquel centurión de Astérix, «¡uno se pelea contra unos tipos, los vence, los invade, los ocupa, y después, sin ningún motivo se vuelven contra uno!». Tiene razón el tenor en que van cambiando los «estándares» con los que nos medimos (juraría que la gente que dice «estándares» levanta un poco la barbilla al pronunciar esa palabra). No es que antes hubiera galanteo y ahora no. Los límites de la convivencia y el acoso y del coqueteo y la desconsideración son muy parecidos. Simplemente antes las mujeres tenían que aguantarse, tenían que soportar la pierna fofa que le arrimaba el señorón sudoroso y poderoso de al lado, tenían que aguantar insinuaciones infantiles y audacias de machito y tenían que aguantar agresiones o coacciones directas. Claro que cambiaron los estándares. Desde MeToo, cuando señalan con el dedo, la sociedad empieza a mirar el punto señalado y a no a la persona que señala.
Así que podemos tener algunas dudas sobre la sinceridad de Plácido Domingo y del centurión de Astérix. Tengo menos dudas sobre los valedores que le salieron al tenor por columnas y tribunas públicas. El negacionismo (otra palabra de las de barbilla alta) no se fundamenta en la creencia sincera de que algo es falso, sino en una complacencia con lo que es verdadero que nos avergüenza o nos incomoda admitir. Si me resulta incómodo admitir que no me importan catástrofes y cambio climático y si me avergüenza reconocer que me da igual que Franco mandara pistoleros a asesinar gente, lo que hago es negar que esas cosas sean verdad. El negacionismo es muy fácil porque la mayoría de las cosas que sabemos no las sabemos por experiencia, sino por transmisión de otras personas. Quien escribe estas líneas nunca vio átomos ni vio con sus propios ojos el río Volga. Sé de esas cosas porque las leí o me las contaron, es una de las gracias de nuestra especie. Pero como digo el negacionismo es muy fácil: no sé cómo juntar los argumentos y fuentes que me hacen creer que el Volga existe y que la materia más común tiene átomos. Cualquiera puede negarme esas cosas con la certeza de que no diré nada irrefutable en la conversación. Así que con el asunto del tenor se llenaron las tribunas de negacionistas. Hay en esas posturas una mezcla de machismo y clasismo (siempre pensé que la mitomanía es reaccionaria, porque es una variante del clasismo). Siendo una persona tan destacada, en el fondo es una minucia la humillación o perjuicio de esta o aquella mujer. Y además las cosas son así entre hombres y mujeres por naturaleza. Como es incómodo decir esto abiertamente, salvo para Boadella, se niegan los hechos. Pero ninguno de los que proclamaron su inocencia, de los que decían que solo era un ligón y de los que hablaban de una dictadura feminista creía nada de lo que decían. Lo relevante es que era rico, poderoso y macho.
Lo importante de esos apoyos que tuvo el tenor, incluidas aquellas obscenas ovaciones aprobatorias en el corazón del mundo civilizado, son otras cosas. La agresión a las mujeres, de cualquier intensidad, sí que se sigue midiendo con estándares diferentes. La naturaleza de un agresión se determina por la conducta del agresor, no por la altura moral con que la enfrenta la víctima. Lo que convierte un acto en asalto a mano armada es la intimidación y el arma del asaltante. Si la víctima reacciona con serenidad, eso será un asalto a mano armada. Y si reacciona con una cobardía indigna, seguirá siendo asalto a mano armada. Pero si la agresión es hacia una mujer, los patrones cambian. La reacción de la víctima, y no la conducta del agresor, es lo que determina la naturaleza del acto cuando la víctima es una mujer. Si cede a la coacción, ya no hay agresión, según los listos. La soprano que perdió importantes actuaciones por negarse tuvo una actitud respetable. La que exclamó que cómo le dices que no a Dios es una fata irrecuperable. Pero la agresión es la misma, no importan las luces de la víctima, solo con las mujeres se razona así.
Las reacciones machistonas y vulgares proyectaron otra vez esa condición de menor de edad, dependiente y objeto físico de la mujer. Pero debemos reparar en las reacciones que fueron parte de una estrategia sostenida con una ideología y objetivos explícitos. Los grupos religiosos fundamentalistas están muy activos, agresivos y bien financiados y no dejan pasar altercados como los de Plácido Domingo. Este tipo de grupos, no importa que sean católicos, evangélicos con pentecostalistas, son el eficaz soporte de la ultraderecha en Brasil, Bolivia o EEUU. Son grupos bien financiados y estructurados internacionalmente. Los hace eficaces su cohesión y la facilidad con la que llegan a todas las capas de la población camuflados en actos sociales. Son la arteria por la que circula la savia fascista a la espera de situaciones propicias. En momentos de desconcierto colectivo y falta de rumbo, estos grupos cohesionados manejan con eficacia la frustración colectiva. Solo necesitan el momento propicio. Detrás de Vox y el PP hay una auténtica maraña de organizaciones ultracatólicas haciendo de esqueleto. Y la Iglesia oficial es el ecosistema fértil, aprovechando su anómala situación heredada de la dictadura. El dinero público llega a ellos por muchas fuentes y por supuesto también ese dinero privado que tanto se duele de los impuestos. Al final siempre hay intereses económicos de ricos y pobres, pero tiene que haber una ética y un componente compulsivo en la conducta para canalizarlos. Estos grupos, con la Iglesia a la cabeza, tienen como principal frente el de los derechos de la mujer. La igualdad ofende con fuerza su ideología y su organización social. Por eso asoman en episodios como el del tenor vertiendo toda su inquina.
Los grupos integristas, en los que hay que incluir al obispado, educan dos emociones negativas que acaban siendo mecanismos de control: el miedo y la culpa. Por eso Sanz Montes pedía a Dios que salvara a España, y por eso siempre tienen apocalipsis inminentes en sus sermones. Por eso quieren obsesionarnos con el cuerpo y con la diversidad, que nos haga sentir indignos aquello que somos. La escuela pública repugna al ideario ultraliberal, pero se la ataca a través de la arteria religiosa, como vemos con la censura parental. Se movilizaron contra Skolae, a pesar de que es uno de los planes de intervención educativa mejor documentados y estructurados, que mejor integran lo que sabemos de los resortes de la violencia contra las mujeres y que más competentemente tratan el desarrollo afectivo, la sexualidad y la diversidad. El programa se instala en los derechos internacionalmente reconocidos de la infancia y en la parte de la Constitución que va detrás del artículo 2. Pero precisamente educa la igualdad y el trato que induce con el propio cuerpo no es esa maraña enfermiza de tabús con la que la Iglesia quiere educar la culpa y por eso las tribus fundamentalistas fueron a la trinchera con su sarta de embustes. En los 104 folios que expresan Skolae no hay una sola línea que diga nada de inducir actos sexuales a menores. Extraña moralidad la que no es capaz de razonar sin mentir.
Por eso decía que, junto con el machismo rutinario, el asunto de Plácido Domingo provocó una actividad que es un componente de una estrategia más extensa. La Iglesia sigue igual que en la dictadura, en sus privilegios y en sus propósitos. Hay leyes que cambiar y cuentas que explicar y que normalizar. Que parezca que el siglo XXI es lo que va detrás del XX.
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