[Columna del sábado en Asturias24 (www.asturias24.es)]
Cuando estas líneas aparezcan en
este periódico, será el quinto día en que no se pueda divulgar ningún tipo de
sondeo electoral por ningún medio de comunicación. Además, cuando pueda leerse este
artículo estaremos en la jornada de reflexión, por lo que ya nadie podrá pedir
el voto. Así que reflexionemos sobre la reflexión de esta jornada.
Las normas cambian de un país a
otro, pero lo normal es que haya algún tipo de restricción sobre propaganda y sondeos
en los días previos y en el propio día de unas elecciones. Y estas normas y sus
porqués me traen a la mente lo que en una legislatura como esta es difícil no
tener en mente. Esta está siendo una legislatura muy ruidosa. La gente se
empobreció, la atención del estado bajó y subieron los impuestos y la
desigualdad. Hubo desahucios, escraches, cercos al parlamento y manifestaciones
tensas. Hay indignación y furia contra la clase política, por las dimensiones
de la corrupción y por sus privilegios y conducta de oligarquía. Mientras crece
el número de personas que no pide ya empleo por desesperanza, Emilio Botín camina
dejando charcos de satisfacción y casi no necesita pronunciar palabras de
felicitación a Rajoy porque le rebosan sin querer. La gestión del gobierno no
le cabe en el pecho.
En esta legislatura, como en
ninguna otra, se viene hablando de lo que la gente expresa realmente con su
voto y de ello ya hablamos en este mismo espacio. Si el partido del gobierno gana
las elecciones, o la gente está de acuerdo con su gestión, o la gente es idiota
por votarlo sin estar de acuerdo con su gestión o la gente es idiota por estar
de acuerdo con su gestión. Hace unos días se publicó una viñeta satírica en la
que Esteban González Pons mostraba un cartel que decía: “Soy tonto del culo y
el que nos vote más”. Algo así pensará mucha gente del centro a la izquierda el
lunes si el PP volviera a ser el partido más votado.
Como es lógico, el PP lo entendería
como una convalidación de su gestión y su conducta. Se les critica por todo
esto del deterioro de derechos y condiciones de vida, por la corrupción, por el
autoritarismo y demás, pero si ganan, dirán, es que efectivamente la gente
tiene cosas más serias en qué pensar que esas tonterías de sobres, maletas,
cobros ilegales o ministras de sanidad en Disneylandia. Y su argumento parecerá
difícil de replicar. La gente nos vota, dirán, porque está de acuerdo con lo
que hacemos, porque las demás posibilidades pasan por asumir que la gente sea
idiota. Y no será fácil replicarles porque queda feo decir en voz alta que los
votantes deben ser tontos del culo. Ni fácil ni acertado. El pueblo no es
tonto, como algunos creerán, ni sabio, como peroraba Zapatero.
Ya que es hoy la jornada de
reflexión, pensemos en por qué existe esta jornada en que ya no se puede hacer
propaganda. Se pretende básicamente que el votante no tome su decisión
condicionado por un estímulo de última hora. Se considera más limpio que el
último día “piense” sin injerencias, porque las influencias próximas al acto
del voto pueden distorsionar su percepción serena de la situación. La
existencia de esta norma parece asumir que, efectivamente, los votantes son
idiotas. Si la opinión que un individuo se fue formando de la situación de su
país puede ser manipulada a pocas horas de la votación por algún mensaje
propagandístico y si, efectivamente, hay que proteger su vulnerabilidad mental
con la prohibición de tales mensajes, es que oficialmente se toma al votante
por mentalmente indefenso, poco menos que tonto del culo. En la misma dirección
va la restricción en los sondeos. En los últimos cinco días la ley aplica una
versión social del principio de incertidumbre de Heisenberg: exponer los hechos
los modifica, es decir, publicar el estado de opinión de la gente afecta a la
opinión de la gente. Luego la gente debe ser corta de luces y de voluntad.
Es una incoherencia pretender que
lo que vota el sujeto expresa cabalmente su opinión, como pretendería el PP si
ganase, y a la vez que tiene que haber una jornada de reflexión en que se le
proteja de influencias porque el sujeto es medio lelo. Si el votante es sabio,
no deberá haber una jornada de reflexión. Si es idiota, no hay que tomar su
voto como argumento de que las cosas se están haciendo bien.
En realidad, todo esto es una
simpleza. No podemos pensar y actuar utilizando todo nuestro saber o tendríamos
dolores de cabeza sólo para atarnos los zapatos. Para escribir esto, todo lo
que sé sobre el Nepal, sobre la forma de freír un huevo o sobre la consistencia
de la nieve están muy en la retaguardia de mi mente y apenas afectan a lo que
pienso. Mi conducta y mi razonamiento están movidos por la pequeña parte de mi
saber que ahora está en vanguardia y que está relacionada con lo que hago.
Siempre pensamos y actuamos desde la porción de datos que nos vinculan al
momento y eso hace que siempre tengamos una cierta distorsión del mundo. Para
movilizar más conocimientos y suavizar esa distorsión necesitamos,
efectivamente, reflexionar, distanciarnos de las cosas y dejar que fluyan más
datos a ese punto de vanguardia de la mente, de manera que nuestra conducta sea
más ponderada, más ligada al conocimiento y menos al momento. Por eso nos
aislamos para estudiar o leer. No es que seamos idiotas. Nuestro hardware es así. Necesitamos
distanciamiento para pensar con más recursos que los que nos vinculan a lo
inmediato. Y una campaña electoral o publicitaria está diseñada para evitar el
distanciamiento y que hagamos lo contrario de reflexionar. Está hecha para manipular
nuestra percepción de lo inmediato y para que pensemos ligados a esa
inmediatez.
Por eso con las campañas los
grandes partidos crecen en nuestro mundo distorsionado y siguen siendo grandes
en votos, aunque luego la gente no los quiera tanto. Como diría Unamuno, ¿y
esto qué enseña?
Es a lo que vamos. Lo que enseña
esto de que haya jornada de reflexión y la intuición que conlleva sobre nuestra
labilidad de carácter y de mente es que el voto cada cuatro años es necesario
pero no suficiente para que la convivencia sea democrática. El voto es una
expresión puntual de una percepción deformada, se plantee como se plantee la
forma de hacer propaganda o de organizar la reflexión. Es un momento clave sin
el que ningún control ciudadano de la actuación de las autoridades es creíble.
Pero no puede ser el único acto por el que se controle cada actuación de la
policía, cada maletín suizo y cada cierre de urgencias infantiles de cuatro
años. El mensaje principal de que haya una jornada de reflexión es que la
democracia sólo funciona si, además de elecciones: a) funcionan las
instituciones que de manera orgánica, mecánica, contrarrestan unos poderes con
otros para que no se desmanden mientras el ciudadano no vota; lo que implica
que las instituciones dejen de ser parasitadas por los aparatos de los
partidos; y b) los ciudadanos tienen una participación y un control vivo entre
elección y elección; lo que implica listas abiertas y cargos que se tengan que
explicar permanentemente, no al aparato de su partido, sino a sus electores.
No sé si exagero la interpretación de la
jornada de reflexión. Si exagero, no creo que sea mucho.
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