[Columna del sábado en Asturias24 (www.asturias24.es)]
En estos tiempos en que nuestros
políticos tienen en común lo fundamental, que es su oficio y su beneficio,
quedan algunas diferencias intrigantes entre la derecha y la izquierda. Una muy
notables es el efecto que les produce a unos que les pasen por su derecha y a
otros que les pasen por su izquierda. A la derecha yo diría que el que le pasen
por la derecha le hace un efecto de autoafirmación y alivio, a veces casi
catártico. Las proclamas de Vox (o Aznar o Rouco) entran en los pulmones del PP
como vaho de eucalipto. Refrescan y purifican. La derecha siente reforzada su
raíz cuando se habla desde más a la derecha, con ese desahogo que da el oír las
cosas claras y sin tapujos. Oír hablar a Vox (o Aznar o Rouco) sobre
autonomías, educación o toros debe ser para el PP profundo como aflojarse el
cinturón y ponerse en zapatillas. No querrán perder muchos votos por ahí, pero fuera
de época electoral les gusta que se diga desde algún sitio lo que se dice desde
Vox (o Aznar o Rouco).
A la izquierda, sin embargo, no le
gusta que le pasen por la izquierda. A ninguna izquierda. Explicarle a un
militante del PSOE que no queremos la monarquía porque no nos parece
democrático que la Jefatura del Estado se asuma por nacimiento y linaje es casi
irritante para ese militante. Es como si a un padre que está en un restaurante en
plena faena con su niña de tres años, que acaba de escupir la comida, chillar y
romper el vaso adrede y hacerse caca sin avisar, le decimos que hay que actuar con
refuerzos positivos y que la maduración emocional de la niña requiere conductas
templadas de apego. Cuando a un izquierdista le leen la cartilla desde la
izquierda, su sensación es que un sabidillo le está diciendo obviedades
facilonas, que la realidad es más compleja y que está en una actitud muy cómoda
cuidando su imagen de progre y sin querer entrar en los hechos.
El PSOE no aceptaría que nadie a su
izquierda sea más republicano que él. Simplemente, dirían, es complejo el
cambio de estructura del Estado, abriría disensiones y no es una prioridad; es,
añadirían, muy fácil andar por la vida de republicano y hacer como que no se
entienden las complicaciones. Quien dice la monarquía dice el concordato con la
Iglesia y tantas otras cosas. El PSOE no dirá que es más católico o monárquico
que IU, ni siquiera dirá que IU es más de izquierdas que ellos. Cree estar en
otro contexto y, como digo, las críticas desde la izquierda chirrían como las
palabras de cualquier listillo que nos quiere dar lecciones sin arremangarse la
camisa. Durante los gobiernos de Felipe González en los ochenta, las palabras
más ácidas y los gestos más intemperantes y desabridos de tales gobiernos no
fueron hacia Alianza Popular, después llamada Partido Popular. Fueron hacia el
PC, primero, y, cuando se fundó, hacia IU y los sindicatos. Quizá recordemos
aún cuando González llamaba borracho a Gerardo Iglesias y cuando Txiki Benegas
combatía una convocatoria de huelga general invocando el desorden de la
Revolución del 34.
Izquierda Unida siempre tuvo
también su izquierda, compuesta por partidos pequeños con un papel anecdótico
en las elecciones y en la opinión pública. Pero no ahora. Ahora la izquierda de
IU parece un hervidero y en él está llamando la atención con fuerza Podemos. No
sabemos qué fuerza electoral tendrá esta agrupación, pero desde luego sí
consiguió impacto en la opinión pública. Suficiente impacto como para que se le
hayan dedicado artículos y comentarios. Y suficiente impacto para que aparezca
el gesto torcido con el que la izquierda mira a su izquierda.
Se pueden leer desde hace algún
tiempo artículos críticos o displicentes escritos por personas de izquierdas,
en la órbita de IU o no lejos de ella. El guion sigue el patrón habitual con el
que la izquierda desdeña a su izquierda. Para empezar, nadie aceptará que
Podemos está a su izquierda. Para continuar, aparecen los argumentos prácticos.
Igual que el PSOE se desgañita pidiendo el voto útil para parar al PP, desde
Izquierda Unida se advierte de que Podemos puede fragmentar el voto de
izquierdas y truncar parte de sus excelentes perspectivas electorales. Y
después llega el rosario de críticas que se lleva siempre el que se mueve y con
su movimiento parece señalar el inmovilismo de otros. Lo saben muy bien las
feministas, que parece que tienen que ser perfectas todas y todos los días,
porque la mínima estupidez que diga la última estúpida del fondo será el asunto
por el que pedirán explicaciones a todas las demás.
Se criticó la forma de nombrar
candidato a Pablo Iglesias; no porque se haya nombrado de peor manera que como
se nombran los líderes de otros partidos, sino porque no se hizo de manera tan
pura como decían. Se critica su liderazgo por omnipresente y mesiánico, cuando en
realidad parece simplemente un líder, con el grado de centralidad que tienen
siempre los líderes (otra cosa es que, por ejemplo, IU ande falta de líderes;
Cayo Lara está muy lejos de llegar a la gente y Gaspar Llamazares, aunque tenga
razón muchas veces, habla que parece Lluis Llach entre canción y canción). Se
dio vueltas durante unos días a si usó la expresión “clase más baja que
nosotros” y si asomó por ahí la patita clasista, contra toda la evidencia de su
discurso y sus maneras. Se acusa a Podemos de falta de coherencia y programa,
con el desdén con el que siempre lo dice la derecha de la izquierda y la
izquierda de lo que está más a la izquierda. Hasta se pide que concreten de
antemano si estarían dispuestos a llegar a acuerdos con el PSOE o hasta dónde
llegarían y con quién, como si fuera normal que la oferta electoral de un
partido fuera con quién simpatiza más y como si fuera normal que un partido se
comprometiera electoralmente a apoyar a otro partido mayor.
En realidad, como digo, son los
reparos que se ponen siempre a quien se mueve y los tiquismiquis por los que se
busca justificar siempre el inmovilismo. Tiene más interés analizar cuál es la
razón del éxito, de momento mediático y de impacto, de Podemos. No creo que
sea, ciertamente, por la brillantez de sus propuestas ni por la consistencia de
su programa. Aparte de que ayude el hecho de tener un líder que sí transmite y
se maneja bien con los medios, creo que tiene más que ver con las maneras.
España parece hastiada de los
partidos y su funcionamiento. Tantas veces se dijo que no hace falta un
razonamiento extenso. Los políticos son personas normales que rigen su conducta
por estímulos normales. Su éxito se basa en ser de la confianza de alguien y no
en ser apreciado por los ciudadanos. Los vicios básicos de funcionamiento
multiplicados por décadas dieron lugar a esta oligarquía que tiene la política,
es decir, ser de la camarilla de alguien, por oficio y privilegio y que tienen
inutilizadas las instituciones del Estado. El voto de los ciudadanos cada
cuatro años no puede sancionar todo esto. Se necesitan listas abiertas y
porosidad en los partidos, de manera que la gente pueda participar en lo que se
cuece en ellos de forma más o menos permanente. Es el primer paso necesario
para ir levantando toda esta capa caciquil que nos lastra, para ir minando la
corrupción impune y para pensar en formas ambiciosas de funcionamiento y
convivencia. Este hastío es especialmente perceptible en la izquierda. El
hervidero que hay ahora a la izquierda de IU no es, como solía, el bullicio de
mini-partidos maoístas, trotskistas, leninistas y no sé qué más. Lo que burbujea
son bocanadas que intentan ser de regeneración. El éxito de atención de Podemos
es que consiguió sintonizar con esta ansia de juego limpio y de apertura de
canales de participación y con esta avidez de canales para intervenir.
Sin duda IU tiene cierta inocencia
en los desmanes que tienen patas arriba cualquier proyecto de país, pero no es
percibida como una alternativa a esta aparatocracia con que funcionan los
partidos. Por muchas siglas que acumule, en el hermetismo de los partidos y en
las maneras gremiales de la oligarquía política IU es más fama que cronopio,
más acomodado que incomprendido. El PSOE e IU no consideran que la presencia de
Podemos tenga que ver con ellos y hacen mal. Harían mejor en analizar y
respirar el descontento y hasta desconsuelo que está detrás de su momentáneo
éxito, en vez de perseguir matices de las palabras de Pablo Iglesias para poner
la cara de limón con que la izquierda mira siempre a su izquierda. No hay
democracia que funcione sin partidos (ni sindicatos). Ni hay democracia con
funcione con esto.
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