[Artículo semanal en Asturias24 (www.asturias24.es)].
"...
pero aquellos hombres no podían, ni aunque se forzara la imaginación, ser
llamados enemigos. Eran considerados como criminales, y la ley ultrajada, como
las bombas que estallaban, les había llegado del mar cual otro misterio
igualmente incomprensible" (J. Conrad, El corazón de las tinieblas).
La Comunidad Judía de Madrid va a
querellarse contra Antonio Gala por incitar al odio colectivo con sus
comentarios al hilo de los ataques israelíes sobre Gaza. Como no todos tenemos
la templanza de Sabina y Serrat, casi todo el mundo se siente asqueado de tanta
familia palestina quebrada y tanto padre de Gaza llorando al cielo con los
restos incompletos de su hija en las manos, de tanta supuesta defensa legítima de
Israel. Gala dijo que los judíos habían hartado a todos los que a lo largo de
la historia habían convivido con ellos. Tentó así nuestra inflamación colectiva
y torrencial con todos los hastíos históricos habidos contra los judíos. En su
caso los comentarios sumarios sobre los judíos ya venían de antes.
La ley del embudo es vieja
conocida. El doble rasero, las dos varas de medir, la paja en el ojo ajeno,
como Matrix, nos rodea, nos posee, está en el aire que respiramos. Aunque la
damos por descontada, sobre todo en los discursos más interesados que son los
propagandísticos, no acabamos de acostumbrarnos del todo a la ley del embudo. Nuestro
sentido de la justicia se resiste a identificarse con una acusación que
compartimos basada en principios que compartimos, pero realizada por quien los quiebra
y se considera a la vez con derecho a quebrarlos y a exigirlos.
Supimos esta semana que la familia
Pujol se había hecho muy rica a nuestra costa (en esencia, en eso consiste la
evasión fiscal). No deberíamos alborotarnos con la noticia, porque tenemos ya
indicios pertinaces de que todo el que tuvo algún poder en España fue un
servidor del pueblo, en el sentido en que decía serlo el malo de Dick Tracy:
aquel que se sirve del pueblo. Pero así es nuestra condición humana. Al
androide Data de Star Trek le intrigaba el capitán Piccard cuando tocaba con
sus dedos una máquina que de todas formas ya estaba viendo: “¿La sensación
táctil añadida a la visual hace que la sientas más real?”, inquiría curioso el
humanoide. Data nos preguntaría, extrañado por nuestro sobresalto, si una
desvergüenza que ya dábamos por descontada por su generalidad nos parece más
real por ser noticia.
La cosa es que Esperanza Aguirre se
lanza al ruedo para ofenderse en nombre de los catalanes y para horrorizarse de
la evidencia de que lo de Cataluña ya era “un régimen”. Ella, que como
Presidenta contrató cientos de veces con la trama delincuente Gürtel y que
tiene sembrados de familiares los organismos y aledaños en Madrid, lo dice
desde su cargo del PP, el partido que lleva desde los 80 cobrando, evadiendo y
pagando en “b”. Como digo, por más que compartamos la acusación y los
principios que la sustentan, nos resistimos a mirar a Pujol siguiendo el dedo
acusador de la condesa y nuestros ojos prefieren abrirse en pasmo mirándola a
ella y lo que la rodea.
Enseguida volvemos a Israel y Gaza.
Una secuela maldita de la ley del embudo es la quiebra ética. Entiendo que hay
quiebra ética cuando se subvierten los límites del bien y el mal. Por razones
de oficio, alguna vez me preguntaron por las mentiras del poder. Dije siempre
que la mentira no me preocupa especialmente, porque no altera la percepción del
bien y el mal. Que alguien robe y lo niegue deja en su sitio que robar está
mal. El problema de la manipulación del lenguaje es que las palabras del poder
enlazan las cosas malas con referencias emocionales torcidas que disuelven su
maldad en el ánimo de los sujetos. Hace años que España está en guerra. Tenemos
militares con armas, disparando a gente y recibiendo disparos de gente desde
hace tiempo. No se trata ahora de si son participaciones justas o injustas en
guerras. Se trata de que, a base de llamar a la guerra y los bombardeos de otra
manera, el hecho de que nuestros militares tiren bombas y las reciban, se
conecta con un espacio emocional ajeno a la gravedad de la guerra. No estamos
sobrecogidos por estar en guerra, nuestra ética al respecto está reblandecida.
Cuando oí a finales de los noventa a Aznar diciendo que España entraba en la
guerra de Yugoslavia, pero con palabras que quitaban eficazmente toda la
severidad al hecho, hasta el punto de no interiorizar que estábamos en guerra,
comprendí que éramos peores personas que unos minutos antes.
La ley del embudo tiene este efecto
maligno. Gala pone pie y medio en el fango atribuyendo una suerte de
perversidad esencial y sostenida en la historia al pueblo judío. Es cierto que
se tienta al diablo cuando una nación se funda sobre la raza y la religión. La
conciencia de patria tiene el efecto benéfico del altruismo compulsivo interno
y el efecto perverso de la hostilidad potencial hacia fuera y desde fuera.
Aquello que invoquemos como unión entre nosotros será lo que potencialmente
otros perciban como hostil. Si lo que nos une y funda nuestra nación es el
color de nuestra piel, el color de nuestra piel será lo que en algún momento
otros señalen como enemigo. Si es nuestra religión, religiosa será la tensión
que otros tendrán con nosotros. Siempre es mejor que, junto con el inevitable
egoísmo colectivo, lo que se invoque como base de la patria sean valores por
los que sí merezca tensarse y hasta pelear con otros.
Siendo entonces una maniobra de
alto riesgo crear un estado sobre bases raciales y religiosas, todo discurso
que señale de cualquier forma a una colectividad como portadora de un destino
inevitable en lo universal, como Franco quería para España, es un discurso perverso
que merece réplica. Y el discurso de Antonio Gala merece sin duda réplica y
advertencia. Y aquí entra la trituradora ética de la ley del embudo. La
Comunidad Judía de Madrid denuncia a Antonio Gala. Beatriz Becerra,
eurodiputada de UPyD, hace lo que hace UPyD, ir al hueco, y llevará el tema a
la Eurocámara. Imagino un pronunciamiento contundente y la ejecución de alguna
norma.
Ya se están publicando los
descontentos de quienes denuncian la doble vara de medir: en Palestina se
hacina la gente en extensiones imposibles, caen bombas sobre niños, se sitia
porque sí a la población. Pero la denuncia de la Comunidad Judía es contra
quien dice cosas incivilizadas contra los judíos. Y lo que llevará a la
Eurocámara UPyD será lo que se dice en el artículo de Gala, no los asesinatos
de Gaza ni los artículos que dicen que a esos niños los mataron “entre unos y
otros”.
Realmente, cuando se sustancie la
querella contra Gala y cuando veamos a Rosa Díez levitando henchida de justicia
histórica para los judíos, lo que apetecerá, como cuando la condensa Aguirre
acusa a Pujol, es mirar para el lado opuesto al señalado. Y antes de que nos
demos cuenta estaremos sin querer comprendiendo y medio defendiendo a Antonio
Gala y su inadmisible y ciertamente peligroso prejuicio étnico (y relativizando
la culpa de Pujol por acusarlo quien lo acusa). Esa es la quiebra ética de la
ley del embudo: que sin darnos cuenta, por respuesta a la provocación, acabemos
transigiendo lo intolerable y que se nos desplace otra vez la frontera del bien
y el mal. Es decir, que volvamos a hacernos peores personas.
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