[Artículo semanal en Asturias24 (www.asturias24.es)].
“—Es una lástima que tuviera que
intelectualizar tanto el asunto. Hace un trabajo excelente, y después va y lo
intelectualiza.” (J. Franzen, Libertad).
“—Piensa
demasiado, sargento. ¿No será usted un intelectual? —Yo no, no soy uno de ellos.
—Pues no actúe usted como ellos. (La vida
de los otros).
Un grupo de música hace dos cosas:
por un lado, componer y ensayar; y, por otro, actuar en directo. La que tiene
rentabilidad directa es la actuación en vivo. Esa es una actividad que se paga,
que se aplaude y que da prestigio. La composición de las canciones y los
ensayos no se cobran y se hacen sin el halago de un público cómplice. Y además
hay mucho trabajo inútil, por lo que tiene de tentativa y de búsqueda. Cualquiera
entiende que no podemos pasarnos la vida componiendo sin conseguir que haya
actuaciones con público. Pero seguro que también se entiende que sin ese
trabajo oscuro de sótano no habría producto que ofrecer a ningún público.
Puede ocurrir que, sin llegar a ese
extremo, el grupo musical en cuestión caiga en un desequilibrio, que ceda a la
tentación de actuar mucho, cobrar muchas entradas y sentir cada poco el agasajo
del público. Y puede ocurrir que, reduciendo el tiempo de estudio y
composición, la calidad de lo que ofrece en directo vaya menguando. En el mundo
académico se da también el fenómeno. Lo que luce es la actuación: la
conferencia, el curso, el libro publicado. El tiempo de estudio reposado e
investigación ni da dinero ni aplausos. Una vez ganado el prestigio, algunos ceden
a la tentación de la conferencia y curso pagados, de la gira interminable y del
libro ameno, ingenioso y sin fuste, va reduciendo el cuidado del estudio y la lectura
atenta y así también va degradando la calidad de lo que dice y escribe. Cada
uno tendrá sus nombres en la cabeza.
La discusión sobre esta delicada cuestión
se reproduce siempre que hay que hablar de ciencia básica y ciencia aplicada. A
la empresa y los gobiernos les suele gustar la ciencia aplicada, la actuación
en directo en la que se cobran entradas. Les gusta la parte de la actividad
científica en la que se hacen cosas que se puedan vender, sean máquinas para
hacer ecografías o aplicaciones para consultar el horóscopo con el móvil.
Financian con más dificultad la ciencia básica, el mantenimiento de la caldera
en la que bulle el conocimiento, relativamente alejada de la solución pronta de
problemas o la satisfacción inmediata de apetencias comerciales.
Con razón se alborozaba Arsuaga en
tiempos de las vacas locas, cuando había que decidir qué vacas habían comido
proteínas animales y debían ser sacrificadas por locas y peligrosas, y cuáles
podían seguir abasteciendo las carnicerías. El análisis de los isótopos
estables de algunos elementos químicos, tal como se venía haciendo en los
“inútiles” trabajos paleontológicos para reconstruir las cadenas tróficas en
especies extintas, fue la técnica que se aplicó para algo tan “útil” como
evitar un envenenamiento masivo. Ahí vio Arsuaga un ejemplo de que el
conocimiento básico es condición para responder a las siempre caprichosas e
imprevisibles necesidades prácticas; de que no hay actuación en directo si no
hay ensayo y tiempo perdido.
Wert lleva algún tiempo diciendo
que hay demasiados estudiantes en la universidad. Lo dice en distintos
lenguajes, de exigencia académica, de contabilidad o de eficiencia económica. Pero
el mensaje siempre es el mismo: sobran alumnos en la universidad.
Se está relacionando de manera cada
vez más simplona la formación, en todos los niveles educativos, con la
productividad y el beneficio económico. Puede verse como muestra el agudo
análisis del preámbulo de las últimas leyes educativas hecho por Xandru Fernández
en http://goo.gl/6tl7Hy. Hasta hay que
escuchar continuamente el desvarío de que nuestras insoportables cifras de paro
se deben a la formación inadecuada de los jóvenes. Tras décadas de guateques
político – bancarios ahora quieren buscar la causa del paro y el déficit en el
informe PISA. Un razonamiento pertinaz y de supuesta eficiencia económica
consiste en relacionar los titulados y tituladas que se forman con los que
hacen falta: no debería formarse tanto biólogo, tanto químico o tanto
historiador si no hacen falta tantos y acaban cada vez más en el paro. Curioso
argumento de economía planificada, tanto más enfáticamente defendido cuanto más
conservadora la entidad que lo sostenga.
La Fundación Conocimiento y
Desarrollo, presidida por Ana Botín, hace notar que cada vez hay más
sobreeducación, es decir, que cada vez es más habitual que los titulados
universitarios trabajen en algo que no requiere tanta formación como se les
dio. También muestra que desde 2007 se disparó el paro de los titulados
españoles con respecto a los titulados europeos. Todo apunta, según ciertos
discursos de los que participa el Ministerio de Educación, que cada vez
despilfarramos más el dinero que se gasta en formación superior, porque no se
absorbe esa formación en el mercado de trabajo.
La conclusión podría ser
ciertamente perversa. Cuantas más pobre sea un país y menos oportunidades dé,
menos sentido tiene estudiar porque no habrá actividad que absorba esa
formación. Los alemanes deberían estudiar más que los españoles porque allí sí
se rentabiliza más el esfuerzo y el gasto al haber más oferta de trabajo. Es
obvia la inconsistencia.
La relación entre formación y
desarrollo económico es tan evidente como la relación entre los ensayos y el
éxito de la actuación en vivo y como la relación entre la ciencia básica
“inútil” y las tecnologías aplicadas “útiles”. Tan evidente y tan indirecta. La
formación, el buen nivel cultural, mejora en general la calidad de vida
personal de la gente, hace mejor lo que va bien y hace menos malo lo que vaya
mal. Una población preparada y con inteligencia despierta se inserta con más
facilidad en proyectos colectivos complejos y tarda menos en adaptarse a tareas
cambiantes y cualificadas. La obsesión de relacionar directamente y sin otras
consideraciones la formación con la actividad económica es el mismo tipo de ceguera
que agotar el tiempo de trabajo en actuaciones en directo y desdeñar todos los
saberes que no cumplan una función para el día siguiente.
Por supuesto que la enseñanza
superior tiene que ser sensible a lo que la sociedad necesita. Pero debe ser
percibida como un derecho de quien quiere adquirirla y está dispuesto a
responder al esfuerzo y talento que requiere. La cifra de la que debemos partir
no es cuántos químicos hacen falta, sino cuánta gente quiere estudiar química.
A partir de ahí, cuando media Asturias quiere estudiar medicina, lógicamente se
ponen los límites para no atender a más gente de la que se puede formar.
Se están divulgando continuamente
datos malignos de lo mal formados que estamos sin grandes explicaciones (¿en
qué son más competentes los estudiantes japoneses de secundaria que nuestros
titulados?), sin perspectiva temporal (¿en serio dicen que vamos a peor?
¿Éramos antes Finlandia? ¿No es verdad que estas son las generaciones mejor
preparadas de nuetra historia?) y con afirmaciones gratuitas (¿qué
oportunidades de trabajo pierden nuestros jóvenes por mala formación? ¿Nuestros
físicos y nuestros filólogos tienen más paro porque saben menos que los
alemanes?). Y se emplean los datos malignos y su urgencia como premisa para una
serie de medidas que casi siempre son de reducción, de quitarse alumnos,
profesores y gasto de encima.
De un antecedente falso se deduce
cualquier cosa porque la implicación será verdadera. Pero quien sepa algo de
lógica sabe que de un antecedente verdadero no se deduce cualquier cosa. Los
datos negativos de nuestro sistema educativo no son argumento para hacer
cualquier cosa (quitar becas, subir tasas, reducir plazas). El gasto que un
país haga para dar formación superior a quien quiere formarse es un esfuerzo
justo y útil. Las estirpes que desprecien su formación, como las condenadas a
cien años de soledad, son las que no tendrán una segunda oportunidad sobre la
tierra.
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