[Artículo semanal en Asturias24 (www.asturias24.es)].
Dicen que la economía es la ciencia
de la escasez. Hay escasez cuando se quieren hacer más cosas que recursos hay
para hacerlas. Ante la escasez hay que decidir cómo se manejan los recursos y
qué cosas son las prioritarias: se hace economía.
Si esto es cierto, seguramente la
política es también una disciplina de la escasez. De una escasez especial que
es la escasez de ciertas condiciones humanas. Nos puede importunar un congénere
por usar la taladradora a las cuatro de la mañana, por orinar en el ascensor
que tenemos que usar o por cortarse las uñas de los pies en el autobús en el
que viajamos (no son ejemplos caprichosos; dos de los casos fueron reales).
Sentimos entonces nuestro pequeño mundo escaso en todo eso que condensamos en
la palabra “respeto”.
Otras veces sucede que algún vecino
está demasiado pendiente de nosotros y le afecta que llevemos la falda muy
corta, que tengamos un piercing en la
nariz o que aquel por el que sentimos amor y celos sea de nuestro mismo sexo.
Sentimos entonces en el ambiente escasez de tolerancia.
Ante la previsible escasez de
bondad y miramiento con el prójimo, ante la esperable voracidad con que se
manejan las situaciones de ventaja, tenemos que tomar decisiones sobre cómo
ordenar las pulsiones que se dan en nuestra convivencia: hacemos política, una
de las ciencias de la escasez. Lo que ocurre es que a la palabra “política” le
pasa lo que a la palabra “embrague” y su derivado “embragar”, que las solemos
usar en sentido inverso al que tienen. Apretamos el embrague y decimos que
embragamos cuando los que saben dicen que en realidad el coche iba embragado y
al pisar ese pedal lo desembragamos para cambiar la marcha. Hay momentos en que
nos sentimos tan mal e injustamente administrados y sentimos tan ajenos a
nuestros afanes a quienes nos gobiernan que pronunciamos la palabra “política” como
si hubiéramos mordido un pomelo helado. Sentimos aversión por la política
cuando nos aprieta la escasez en la convivencia y lo que sucede es justamente
que se está dejando la escasez a su aire sin política. Sentimos que nos hastía
la política en los casos en que en realidad falta.
Nos adentramos en los calores de
verano con escoceduras por una convivencia que nos aprieta de escasez como si
lleváramos ropa tres tallas más pequeña. Ya nos apretaba la sisa cuando Fátima
Báñez confió la recuperación del trabajo a la Virgen del Rocío. Pero cuando un
militante del PP hace el boceto de una reforma laboral en la que se prevé
despido libre durante un año y nulas obligaciones del empresario con convenios
o pactos sectoriales; cuando a ese militante lo hacen presidente del Tribunal
Constitucional; y cuando como presidente de ese órgano decide la legalidad de
la ley de la que él mismo es autor y la devota del Rocío ponente, la
convivencia que nos tiraba de la sisa se estrecha hasta hacernos excoriaciones
en los sobacos, como esos desodorantes radiactivos que nos los dejan en carne
viva.
Esta convivencia que llevamos
puesta como una prenda raquítica nos hace llagas inguinales cuando una nueva
ley permite a la policía detenernos sin tener que alegar que hayamos cometido ningún
delito, sólo por incordiones, y además mantenernos en un registro de
sospechosos habituales. Mientras busca la manera de poner la medalla de oro a
Nuestra Señora María Santísima del Amor con el mismo afán con que
José Arcadio Buendía intentaba hacer el daguerrotipo de Dios, Jorge Fernández se
asegura de que los desahuciados de carne y hueso no vuelvan a manifestarse y
despertar de la siesta a Soraya y su niña nunca más (“en su puta vida”, diría
yo). Gallardón ya se había ocupado de cerrar el acceso a cualquier reclamación
a la justicia con tasas que nos dejen a la intemperie y con la convivencia tan
apretada de escasa que tengamos que mantener contenida la respiración y juntas
las rodillas.
Esperanza Aguirre rara vez deja de
abogar por estrechar el sistema, ensanchar la tierra antisistema y llenarnos de
bubas a base de menguar la convivencia. Esta semana siguió hilvanando desvaríos
ensimismados sobre la desazón existencial que le produce el señor de la coleta.
Por algún azar o coincidencia debió fijarse en que Pablo Iglesias no se
reflejaba en los espejos y empezó a atropellar lecciones de historia y a
tropezar argumentos para que le tomemos en serio que nos las vemos con un
vampiro que oculta su verdadera naturaleza. Desde Twitter ya convocaron a todo
tipo de cazafantasmas para que aporten palabras y pruebas de la amenaza.
No tiene ya mayor significado que
sus argumentos tengan continuidad en declaraciones salteadas de líderes
socialistas, incluido su nuevo líder, tan convencido de tener aura y magnetismo
que cree que el destello de su sonrisa hace innecesarias las ideas. Sí lo tiene,
por lo que dice de nuestra sociedad, la continuidad que tienen estas y otras
razones en El País, con una línea tan
visiblemente quebrada desde la renegociación de su deuda con el gobierno.
Antonio Elorza nos volvió a complacer esta semana tijera en mano, recortando
palabras que hayan aparecido en alguna declaración de Pablo Iglesias y
volviéndolas a juntar para formar otras frases con significados ocultos que nos
aclaran por qué no se refleja en los espejos (¿¡Corea del Norte!?, por Dios).
Al leer la prensa actual, a su deuda doblemente debida, no deja uno de admirar
la gracia profética de Quevedo, cuando al poderoso caballero don dinero le
atribuía enterramiento en Génova. Será casualidad, seguro.
Wert sigue encargándose de la
educación y la cultura como los mafiosos “se encargan” de la gente y las cosas:
quitándolas de en medio. En su caso no digo más porque puede que lo mío sea
alérgico. Sólo saberlo ahí me produce prurito.
En la película de La isla un clon le pregunta a un humano
quién es Dios. El humano le dice que, cuando uno desea intensamente algo, Dios
es el que te ignora. No es mala táctica definir algo por lo que se nota en su
ausencia. Es más fácil definir la cultura o la educación por lo que ocurre
cuando faltan que por lo que son en sí. En este sentido encaramos este verano
con una idea clara de lo que es la política, a base de experimentar su
ausencia. En griego clásico polith era
el ciudadano y la política el arte de gobernar a los ciudadanos. Como la
economía, es el arte de no de dejar la convivencia en la pequeñez y la penuria
espirituales. Lo que nos falta este verano, además de luz en nuestro pequeño
Mordor, es política.
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