Podríamos pensar, apelando al segundo
esquema, que nos encontramos entre los ciegos del cuento indio, que nos
transmite Algacel, que hablan del elefante según la experiencia que de él
habían tenido: el que palpó su oreja decía que era un cojín; el que palpó su
pata decía que era una columna, y el que tocó su colmillo aseguró que era un
cuerno gigante. (G. Bueno, Estatuto
gnoseológico de las ciencias humanas).
En dos años España recortó las
becas en 275 millones de euros. Los comedores suben los precios, las matrículas
son más caras y bajaron las ayudas públicas para libros. ¿Cómo reflejará todo
esto el próximo informe PISA sobre la calidad de nuestra enseñanza? Seguramente
de ninguna manera.
En uno de sus ensayos, Foster
Wallace preguntaba retóricamente a sus lectores si sabían que había
diccionarios liberales y diccionarios conservadores. Incluso decía ya en la
primera línea que la lexicografía americana tenía “sórdidos entresijos”. La ideología
no es mala cuando es un cuerpo estructurado de convencimientos acerca lo justo
y lo injusto y se usa para razonar los datos y orientar las conductas. Es mala
cuando es una condensación de intereses y prejuicios y pasa a ser la razón para
deformar y encubrir. Y también se deforman los datos sencillamente por la
parcialidad de la observación. El tacto incompleto de las cosas y la
observación sesgada confunde los hechos hasta hacerlos irreconocibles, como les
pasa a los ciegos del cuento de Algacel.
El famoso informe PISA va
extendiendo su dominio en extensión, porque cada vez se adhieren más países, y
en intensión, porque cada vez influye más en las políticas educativas. Nadie
duda de que es el informe más amplio de cuantos permiten comparar sistemas
educativos y medir resultados. Pero no está exento de los problemas de los
diccionarios mencionados por Wallace: el informe es ideológico y está afectado
por “sórdidos entresijos”. Ni está exento de los problemas de los ciegos de
Algacel: la foto que saca de los sistemas educativos está sesgada y deformada.
Debajo de las cifras y tablas del
informe hay ideología, claro que la hay. Y hay sesgo. Es notable el tiempo y
recursos que de repente emplea la banca en la educación, siempre al amparo de
los datos y las siglas de PISA. Es singular que un cargo como el director
global de responsabilidad y reputación corporativas del BBVA sea un asiduo
teórico de temas educativos y el propio banco sea casi un think tank de la enseñanza. El presidente del Registro de
Economistas Docentes se une a la fiesta educativa y dice que “a los niños hay que
inculcarles una actitud de ahorro, de gestión, convertirlo en algo innato” (o
no habla el mismo idioma que yo, que puede ser, o debe hablar de algún programa
de ingeniería genética, porque no veo otro modo de hacer que algo se convierta
en innato). Un reportaje aparecido en El País se alborozaba por la
experiencia de un aula de 3º de la ESO que se había puesto manos a la obra en
innovación y los alumnos “abandonaron el aula con una misión: averiguar dónde
les saldría más rentable abrir un plan de pensiones”. Claro que hay ideología y
sesgo.
En una carta abierta al director de PISA aparecida
en The Guardian, cincuenta académicos
de todo el mundo recuerdan, entre otras cosas, dos detalles que tienen que ver
con la parcialidad del informe. Una es que PISA es un órgano de la OCDE y esta es
una organización que, por su naturaleza y objetivos, siempre va a hipertrofiar
el papel de la economía en la educación. La otra es que el informe está hecho
por especialistas en psicometría, estadística y economía. No hay historiadores,
sociólogos, filósofos o lingüistas. Y, lógicamente, desde el tacto parcial de
la educación el elefante puede acabar pareciendo un cuerno gigante y un plan de
pensiones para adolescentes acabar pareciendo la monda en innovación educativa.
En la carta abierta se menciona sin
nombres lo que en otros artículos se señala con nombres y apellidos y que
apunta otro problema inquietante: que el informe PISA tiene “sórdidos
entresijos”. No sólo son dineros públicos los que están detrás de la estructura
de PISA. Grupos privados con fuertes negocios en la educación están financiando
y orientando este informe. Carlos Manuel Sánchez cita el caso de la editorial
Pearson, que ya consiguió el millonario negocio de diseñar los exámenes y el
enorme poder de que los exámenes por ellos concebidos señalen hacia dónde hay
que dirigir la formación. Por ejemplo, ahora Finlandia ya no sale tan bien
parada en PISA. El poder de Pearson consiste en que se preguntan en Finlandia
qué está fallando en su sistema de educativo, en vez de preguntarse todo el
mundo qué falla en el informe para que un sistema como el finlandés parezca
casi mediocre. Sánchez recuerda que Pearson es la editora de Financial Times y The Economist y que ya tuvo que pagar en EEUU una multa de más de
siete millones de dólares por relacionar ilegalmente las actividades de sus
fundaciones sin ánimo de lucro con sus negocios. Como la lexicografía
americana: ideología y sórdidos entresijos.
Por eso el informe no será sensible
a la caída de las becas, como no lo es a la segregación que provoca el sistema
educativo en Madrid. Y por eso entienden que los llamados valores han de ser
los que se traigan de casa. Siempre es delicado cuál es el punto en que el
Estado debe corregir lo que viene de las familias y hasta dónde llega el
derecho de las familias a que el Estado no menoscabe su influencia. Pero desde luego
debe haber algún punto. Aunque el padre de Manolito, el de Mafalda, pensase que
no reporta beneficios saber que el Everest es navegable, seguramente es
razonable que el Estado intente que Manolito sepa que el Everest no es un río,
piense lo que piense su padre.
Se discute también la base
matemática. Tanto que la India se dio de baja de PISA. La India tiene una sólida
tradición de buenos físicos y como buenos físicos justifican su deserción
recordando a Bohr y las mediciones cuánticas: lo que refleja el informe, como
todos, no son las cosas reales, sino la manera en que las cosas reaccionan a la
manera de medirlas. Y la manera de medir de PISA es motivo de fuertes reproches
entre los matemáticos.
En España, por mucha tarea que
quede por hacer, si hay que quedarse con alguna simpleza, es más cierto que
tenemos las generaciones mejor preparadas de nuestra historia que cualquier
tiempo pasado fue mejor en educación. El informe PISA se está usando
abusivamente para: sesgar la educación hacia un pretendido pragmatismo
económico de cucharón y poca monta; decretar una alarma que justifique
cualquier cosa que se haga (¡pues no se está diciendo desde el Gobierno y el
BBVA que la baja formación es causa del paro! ¿Qué puestos de trabajo,
cualificados o no, están perdiendo nuestros jóvenes por no estar debidamente
formados? ¿No tendrá algo que ver en el paro la pobreza y en esta los cientos
de miles de millones de euros enterrados en malas prácticas bancarias?); hacer
reválidas, inducidas por PISA, que no tienen más objeto que separar a los
alumnos por rendimiento a unas edades en que toda separación acaba siendo
social sin excepción (en Finlandia no hay pruebas externas hasta los 18 años).
Así, con las cifras de PISA deslizándose como código de
Matrix, Wert y Gomendio pueden decir que la calidad de enseñanza no empeora
porque haya más alumnos por aula ni por las condiciones de trabajo de los
profesores (en un par de años, en Asturias se
duplicaron las medias jornadas, es decir, el número de profesores de 900 euros
al mes; compárese con los sueldos y los sobresueldos de los puestos nombrados
por el poder político, así sean cargos políticos o funcionarios, en el mismo
Principado de Asturias). Y nos dicen también que el precio de las matrículas o
la cantidad de las becas no afecta a la “equidad”. Aunque a tales paradojas no
les sacaría el sentido “el mismo Aristóteles si resucitara sólo para ello”,
Wert sabe lo que dice. El informe PISA no dirá que nada haya empeorado por eso.
Tiene otras prioridades.