Quién le iba a decir a Antonio
López, cuando empezó en 1994 a hacer un retrato hiperrealista de la familia
real, que en realidad estaba haciendo una caricatura, una especie de viñeta
cómica irónica. Se dice que, cuando Picasso hizo el retrato nada hiperrealista
de la poeta Gertrude Stein y alguien le hizo notar que no se parecía a la
retratada, él contestó que perdiera cuidado, que ya se parecería con el tiempo.
A Antonio López le pasó lo contrario. Mientras él pintaba y se afanaba en los
detalles, la consabida campechanía del monarca, la espontaneidad en la
compostura familiar, la inocencia de la corona y su simbolismo patrio fueron
desapareciendo en bandazos ruidosos, como los que da un globo deshinchándose.
Antonio López pintaba y la realidad se le iba, como si su cuadro le robara el
alma y lo que quedase fuera de él fuera un cascarón vacío. Así es la diferencia
entre la historia y la actualidad. Para la historia quedará una obra de arte y
para la actualidad una burla digna de La
Codorniz.
Carlos Vara digo en este periódico
con afilada intuición que el cuadro era el reverso del retrato de Dorian Gray.
Aquí es el retrato el que mantiene la inocencia y lo retratado lo que se afeó
de vejez y escándalo. Pero, reteniendo la imagen, quizá la familia real, con el
yerno delincuente, la infanta acorazada por la doctrina Botín y el Rey saliente
con opacidad aforada exprés, sea el retrato de Dorian Gray de la vida pública
española.
Siempre dije que la mayor
degradación no era la que ocultaba la verdad, siendo también infame, sino la
que desdibujaba en el ánimo colectivo la separación del bien y el mal. Los
gobiernos de Felipe González mentían cuando negaban tener que ver con los GAL o
la corrupción, pero al menos su empeño en mentir mantenía en el mal el crimen y
el robo organizado; no se echaron capas sobre capas para hacernos sentir que no
siempre un tiro en la nuca es un crimen. Esta legislatura intensificó todas las
atrofias y todas las perversiones que fueron creciendo estas décadas. El
cinismo, es decir, la exhibición impúdica del desprecio a las normas llega a
hacernos perder la perspectiva de cuáles eran las normas y a hacer borroso el
límite de lo aceptable y lo inaceptable.
Dicen que los faquires que se
tumban sobre un colchón de clavos pueden hacerlo porque, al ser muchos clavos,
no presionan lo suficiente. Si se echaran sobre uno solo, se lo clavarían.
Probablemente la sociedad española mantiene calma y convivencia porque lo
intolerable se le ofrece en dosis tan plurales que el conjunto de casos acaba
por no pinchar como pincharía uno cualquiera de ellos.
Sólo por este principio podemos
encajar dentro de lo aceptable que el partido que gobierna lleve robando de
forma organizada y sistemática desde los años ochenta y que de forma visible se
aleje de la carrera judicial (Garzón) o de la investigación (Ruz) a cuanto juez
se le ocurra acercarse. El agravante de lo que se va sabiendo de la trama
Bárcenas-Gürtel no es sólo el botín que se venían repartiendo estos quinquis
que ahora, con sus sueldos en el Portal de Transparencia, hacen corrillos
comparando ingresos y diciéndose que deberían cobrar más como fulanito o
menganito. El problema añadido es que se deja ver cuántas decisiones políticas
estaban compradas de antemano con moneda corriente, con el pueblo al fondo como
convidado de piedra.
El truco no es tanto ocultar como
alterar la perspectiva. Todo consiste en representar la realidad con escalas
diferentes sobre un mismo plano. Un cuadro podría tener una pequeña mota de
pintura parásita en un pliegue del vestido de una mujer retratada. Si echamos
un cubo de pintura sobre el rostro de la dama, el cuadro tendrá un problema
mayor que el de la mota de pintura. Pero si alejamos el cuadro y ponemos muchos
aumentos en la mota de pintura, con la perspectiva así distorsionada, parecerá
que el pequeño lunar es un defecto comparable al manchurrón de pintura. Sólo
así pueden aparecer con el mismo tamaño en un mismo plano los desfalcos de
Bankia, la mafia Gürtel, las atrofias universitarias y no sé qué papel del
contrato de Errejón. En vez de limpiar la basura, se pone una lupa de muchos
aumentos sobre quien la señale para mostrar que el grano que tiene en la
barbilla es tan grande como todo el basurero. Los ex-presidentes que tienen
sueldazos millonarios sin horarios de trabajo conocidos en grandes empresas que
pagamos todos en nuestros recibos se alejan en la perspectiva y a la vez se
pone la lupa sobre el horario de un contrato de poca monta de una persona a
quien le cambió la vida en un par de meses. Para que el cuadro quede completo,
se vuelve a hablar de la endogamia universitaria, debidamente ampliada para que
quede del mismo tamaño que Bankia y Rato, pero no tanto que sea mayor que la
beca de Errejón. Así se va componiendo una actualidad a distintas escalas que deja
al ciudadano mareado y sin referencias de dónde estaba el bien y dónde el mal.
A veces una imagen, un sonido, una
escena o un gesto tienen la santa oportunidad de sintetizar lo complejo en una
intuición simple. Ocurrió hace años cuando un niño africano desnutrido y en los
huesos se tambaleaba en el suelo y un buitre se le acercaba por detrás. Y a
otra escala infinitamente menor nos concentró en un punto el momento político
actual Sergio Martín con su pregunta a Pablo Iglesias que ya no hace falta
repetir. Llenar la televisión que pagamos todos de patanes y espantajos de
extrema derecha forma parte de ese cinismo que llega a alterarnos la medida de
las cosas. Pero Sergio Martín nos despertó a todos sintetizando toda la miseria
moral de nuestra actual vida pública en una frase admirablemente breve y
completa.
Antonio López debe estar deprimido.
Veinte años del mejor arte hiperrealista invirtió para mostrarnos una realidad
que se le fue yendo mientras él retocaba y retocaba. Y llega Sergio y en un par
de segundos emite una de las frases más zafias que se hayan oído y la realidad
acude en tropel y se deja representar entera en esos dos segundos. Qué
injusticia. Y no crean que me olvidé de la transparencia anunciada en el título,
que tiene ya su portal y todo. Llevo todo el tiempo hablando de ella.
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