Hans Castorp, aquel entrañable
personaje de Thomas Mann, se maravillaba de nuestra ceguera para el tiempo. Sentimos
el espacio porque tenemos órganos para ello. Nuestras piernas nos desplazan y
con el movimiento notamos el espacio. Nuestros ojos nos muestran que unas cosas
están lejos y otras cerca y con la sensación de distancia sentimos también el espacio.
Pero no tenemos ningún sentido que perciba el tiempo. Ni nuestros dedos sienten
el roce del paso del tiempo ni nuestros oídos oyen su curso. Castorp no
acertaba a entender cómo nos arreglábamos para medir algo que no podemos
percibir.
Y no vamos a arreglar semejante
cuestión ahora. Sólo parece evidente que, en ausencia de sentidos que sientan
el tiempo, tenemos que recurrir a símbolos para tratar con él. Y, en
consecuencia, la manera en que percibimos el paso del tiempo es muy sensible a
la manera en que lo simbolicemos. La Navidad no es sólo una de esas muletas
simbólicas que llegan cada año como un diapasón para que notemos cómo se amontona
el tiempo. Además de eso, todo el perifollo simbólico que la acompaña, y ciegos
como estamos para percibir el tiempo fuera de los símbolos, distorsiona la
manera en que sentimos el tiempo en estas fechas. En Navidad el tiempo que
percibimos se remansa, como si hubiera un dique que lo contuviera, y se solapan
las personas y los sucesos de nuestra vida, como se mezclan y confunden distintas
capas de agua cuando detenemos la corriente con algún obstáculo. Por eso todo
el mundo se acuerda de todo el mundo y todo el mundo llora por todo, ríe por
todo y se abraza por todo, como si todo lo que ocurrió estuviera efectivamente ocurriendo
en estos días en que el tiempo se aprieta y todo se arremolina.
Christopher Nolan, en la película Interstellar, excita nuestra imaginación
fantaseando con una versión de la quinta dimensión física. Tenemos tres
dimensiones espaciales por las que nos movemos sin problemas. Einstein añadió
que entre dos puntos no sólo hay distancia sino tiempo, que puede contraerse y
dilatarse según ciertas condiciones. Ya son cuatro dimensiones, pero por esta
cuarta dimensión no podemos movernos como por el espacio: siempre estamos en
presente y no podemos ir hacia el futuro o el pasado. Pero en la quinta
dimensión todo el tiempo se despliega ante nosotros, como se despliega el
espacio en el Muro de San Lorenzo. “En esa quinta dimensión, no tiene
sentido preguntar «¿cuándo nací?» o «¿cuándo morí?», porque, de hecho, siempre
estás naciendo y siempre te estás muriendo”, dice Neil de Grasse. Una
aproximación a esta quinta dimensión debe ser esta Navidad nuestra, donde
nuestros muertos queridos están todo el tiempo muriéndose, nuestros hijos no
dejan de nacer hasta el seis de enero, se ríen todas las risas del año y se
lloran todas las tristezas porque está ocurriendo siempre aquel desamor o aquel
quebranto.
La templanza con que se mira la vida
pública es también propia de una quinta dimensión. Imposible sentirse exaltado
en una dimensión donde Gallardón siempre está dimitiendo, Esperanza Aguirre
siempre huye perseguida por la policía local y no para de presentarse para
alcaldesa. En ese estado pentadimensional, la infanta está siendo continuamente
acusada de fraude, Felipe VI no deja de coronarse, Juan Carlos I se afora interminablemente,
Urdangarín está todo el rato en libertad con cargos y un muchachote del PP dice
sin pausa sobre el aborto que la que se abra de piernas se atenga a las
consecuencias, con su mano derecha en la entrepierna mientras los amigotes se
ríen con la boca llena. En el delirio de la quinta dimensión Rajoy sale de la
crisis una y otra vez, cinco millones de españoles están siendo despedidos todo
el tiempo, Fernández Villa está permanentemente desorientado y los funcionarios
reciben sin descanso su extra de Navidad.
Transite cada uno como mejor pueda
por este remedo de quinta dimensión, por este parque temático navideño, de
puntillas o a grandes zancadas, en pasado o en presente continuo. En enero se
abrirá la compuerta simbólica, el tiempo volverá a fluir, nos arrastrará
clavados al presente como a un salvavidas y las cosas volverán a pasar una
detrás de otra. Y empezaremos a vivir los contentos y las melancolías que se
remansarán en la próxima Navidad.
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