jueves, 18 de diciembre de 2014

Toxo, Cándido y los Santos Inocentes


Los niños y las niñas siempre hacen preguntas incómodas. Unas porque la respuesta verdadera puede ser perjudicial para ellos (papá ¿alguna vez te emborrachaste?). Y otras porque la respuesta es difícil. Papá cómo saben cómo era el universo si no había nadie para verlo. Esa, por ejemplo, es fácil. ¿Tú te acuerdas de cuando naciste? Nadie se acuerda, pero sabemos cómo se nace porque siguen naciendo niños y viendo lo que pasa con ellos sabemos lo que nos pasó a nosotros. En estrellas muertas pasan cosas parecidas a las que pasaron al principio del tiempo. Viendo lo que pasa allí aprendemos cómo pudo empezar todo. Papá por qué nunca das limosna a los pobres. Esa ya es más difícil.
No es fácil explicar cuándo puede ser algo “malo” dar una ayuda a alguien. Seguramente es una cuestión de formato. Si Rajoy pasa por la Habana y en una cháchara informal le da un paquete de folios que tenía a mano al rector de la universidad, pues bienvenidos sean, porque al menos en los noventa en el país había un problema serio de escasez de papel. Pero si para dar esos folios firman un documento entre el gobierno español y el rectorado de la Habana, hacen discursos y proceden a la entrega del paquete de folios, la escena sería irritante porque susurraría que la Universidad de la Habana tiene bastante con un paquete de folios para estar en el sitio que le corresponde. Algo de eso pasa con las limosnas, pero es difícil explicárselo a un niño.
Y es que el otro día Rajoy, dicen los medios, firma el primer “gran acuerdo” con los agentes sociales en la legislatura. El Gobierno (Rajoy y Fátima Báñez), la patronal (Rosell) y los sindicatos (Toxo y Cándido Méndez) hacen un acto solemne, con discurso presidencial incluido, en el que firman una ayuda a parados que ya no cobran nada. Estos españoles pobres recibirán 426 euros cada mes durante seis meses. “Que se jodan”, decía exultante Andrea Fabra haciendo honor a su apellido, ¿recuerdan? Lo decía justo cuando Rajoy anunciaba hace un par de años toda la ayuda que iba a quitar a los parados, para que buscasen trabajo con más brío. Después de aquello, se les quitó el trabajo a muchos, muchísimos. Ahora les dan 426 euros al mes durante medio año. La escena recuerda al pasaje de Los santos inocentes de Delibes, cuando la marquesa ponía en fila a todos aquellos desarrapados y les daba cincuenta pesetas uno a uno, más que suficiente para estar en el sitio que les corresponde.
Y allí los sindicalistas como pasmarotes. Se ve sonriendo a Rajoy, Fátima la de la Virgen y a Rosell (aún en libertad sin cargos, rompiendo de momento la tradición reciente de la CEOE). Toxo y Cándido Méndez firmaban circunspectos. Hacían el papel de los desarrapados de Delibes con sus diez duros gritando viva la señora marquesa, qué buena es con los pobres. Qué harían allí. Debe ser lo que decía Toxo cuando se declaró póstumo hace poco. En ellos hay más pasado que presente y más presente que futuro.

El problema no es que se den esos euros a quienes no tienen nada. Es la cosa del formato, de la firma, del “primer gran acuerdo”. Puede que hacerles entender a Cándido y Toxo que no deberían estar allí creando esa escena sea tan complicado como explicarle a un niño qué hay de malo en dar limosna. Lo cierto es que, viendo la ancha sonrisa de Rosell (en libertad sin cargos), la Virgen de Fátima (o como se diga) y el Presidente, a mí se me vino una psicofonía (o quizás psicografía) de Manuel Vázquez Montalbán. Desde el más allá me llegaron sus palabras sobre aquella reforma laboral (todas las dentelladas a nuestros derechos se llamaron reformas) de Manuel Chaves (en libertad sin cargos, de aquella). Decía el bueno de Montalbán que ya había hecho un esfuerzo para convencerse de que la OTAN, el mercado y la incomunicación de los detenidos eran de izquierdas; pero que aquella sonrisa de Jiménez Aguilar, el de la patronal, le estaba haciendo temer que esa reforma laboral a lo mejor era de derechas. Y es que esas sonrisas patronales y gubernamentales mientras firmaban los dos sindicalistas póstumos y llenos de pasado me hace a mí temer que, con un formato de limosna, el acuerdo firmado es de derechas. Y que Paula Fabra debió decirle por lo bajinis a su marido Güemes (en libertad con cargos): “que se jodan”.

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