La jornada de
reflexión, y ya que así lo manda la ley, es un buen momento para reflexionar.
Para reflexionar sobre nuestro sistema en general y sobre la campaña en
particular, porque esta campaña dejó elementos para la reflexión. En democracia
la ley confía tanto en el pueblo que pone al mando a aquellos a los que el
pueblo vote. Pero a la vez ciertas precauciones de la ley electoral encierran
el supuesto de que el pueblo es manipulable y de poco fiar y que hay que poner
reglas a la manera en que se le dirige la información electoral para que no se
quiebre su delicada integridad mental.
Algunas son
motivo interesante de debate, como es la existencia de una jornada de reflexión
o que quede prohibida la divulgación de sondeos una semana antes. Otras son
pintorescas, como que el reparto de tiempos en las noticias lo establezcan los partidos,
en vez los profesionales de la información con criterios profesionales sobre
cuál es el interés público de las cosas. Por ejemplo, para preservar la
democracia los informativos pueden hablar de Ciudadanos y Podemos sólo 17
segundos. ¿Qué pasaría si le dieran el premio Nobel de la Paz a Albert Rivera
en plena campaña? Habría 17 segundos para contarlo. ¿Y si Pablo Iglesias de
pronto pidiera el voto para Esperanza Aguirre? Otros 17 segundos para el
bombazo, supongo.
Pintoresquismos
aparte, la campaña deja, como decimos, ejemplos para la reflexión. La endogamia
o cualquier ambiente cerrado sólo trae aire viciado, conductas previsibles,
frases manidas y falta de horizontes. En política como en la vida: siempre es
una riqueza la sensación de que todo el mundo viene de otra parte. Siempre
interpreté que mi papel, el de cualquier profesor en la universidad o el de
cualquiera en cualquier parte, es el de un poro, una pequeña abertura por donde
entra algo de otro sitio. En estructuras donde nadie trae nada de fuera de la
estructura, siempre se remueven las mismas cosas y siempre se hace el caldo con
el mismo hueso, cada vez más desaborido. La aparición de Carmena, Gabilondo,
García Montero o Ada Colau nos renueva lo que ya no teníamos costumbre de ver.
No sabemos, o al menos yo no sé, la calidad política que acreditarán. Pero
vienen a la política desde otra parte y son respiraderos por los que la
política transpira y se renueva.
Susana Díaz,
prototipo de endogamia política, calculó beneficios y adelantó las elecciones.
Ante la adversidad de la situación creada, hace llamadas, negocia y remueve
argumentos como se remueve el aire viciado de una habitación cerrada. Carmena,
en cambio, es como una esponja hinchada. Cuando Esperanza Aguirre tuvo la mala
ocurrencia de exprimirla, salió de ella en torrente inteligencia en sus
palabras, dignidad en su actitud, franqueza de propósitos y pequeñas grandezas
biográficas. Con 71 años es una ventana abierta, porque eso es lo que pasa
cuando en todas partes traes algo de otro sitio, que llevas almacenada frescura mientras tengas
aliento. Ada Colau es un baño de realidad en la situación política que lo
remueve todo. Gabilondo cuando entra en política trae a ella algo de sus libros
y enseñanzas porque vive en habitaciones abiertas. Y García Montero llega a la
política desde la poesía y desde la memoria, que buena falta nos hacen una cosa y otra. Son
sólo ejemplos. Pueden ser tan desastrosos como cualquiera de los zascandiles
que padecemos ahora, pero dan una sensación inicial de gente más real y con discursos menos
repetidos.
Volviendo a la
cuestión del voto, el hecho mismo de que haya debate sobre cómo afecta al voto
soberano el que haya o no propaganda el día antes o se divulguen encuestas los
días previos implica la percepción de que, efectivamente, el voto soberano lo
puede mover un mal aire de mayo. En período electoral los árboles se ponen tan
en primer plano, que la realidad se deforma y se pierden los contornos del
bosque. Contra lo que se cree, en período electoral las emociones se calman.
Los mayores descontentos por la educación, las actitudes más encrespadas por el
declive de la sanidad, las emociones más vivas por la disminución de libertades
o o por la
corrupción impune se viven durante la legislatura más que en elecciones.
Esa deformación emocional
y ese bosque que desaparece de la vista por la acumulación de detalles
momentáneos puede llegar a ocultar de la mirada el enriquecimiento de Villa y
las lógicas
sospechas que suscita, como puede un cirujano negligente cerrar una operación
con un algodón olvidado dentro del paciente. O alejar de la sensibilidad los
asaltos de Rita Barberá al dinero de todos. O enmascarar el persistente olor a
podrido del reino de Esperanza Aguirre. Pero, como un cuerpo extraño que un
cirujano nos hubiera dejado dentro, los eventuales votos que cubran estas miserias no evitarán que la putrefacción siga su curso, dañando y causando
dolor.
Ya dijimos en
este espacio lo que en una legislatura tan inmoral como esta debemos repetirnos. El voto
universal es condición necesaria para la democracia; nada es democracia sin
voto universal, ningún despotismo ilustrado bonachón ni ninguna dictadura del
proletariado. Pero no es condición suficiente. Se puede votar en un sistema
viciado de clientelismos y cacicazgos y el resultado no es una democracia cabal.
La democracia tiene algo de ingeniería. Se necesita un entramado bien
organizado que disperse el poder y que asegure responsabilidades permanentes e
intermedias antes de la próxima votación, para que no haya tan enormes parcelas
de poder ajenas a todo escrutinio. Sin ese entramado el voto ciudadano es como
una maceta en la que se hubiera plantado un roble: es demasiado indefenso para
reconducir tanto abuso y tanta disfunción.
Mañana debemos
votar, porque si no son nuestros votos los que pongan al mando a alguien, será
nuestra inhibición la que lo haga y es mejor que sea nuestra acción que nuestra
omisión la que marque el camino. Pero no debemos olvidar que lo que haremos
mañana es una parte de la cuestión. Sin votos no hay democracia, pero sólo con
ellos tampoco. Y nuestra democracia está seriamente menguada. Pasado mañana
sigue la otra parte de la cuestión.