lunes, 7 de septiembre de 2015

Confluencia de izquierdas

España va mal porque debe más de lo que es capaz de producir. Y va mal porque el declive económico se acompañó con un declive en la moralidad pública. Las malas prácticas de nuestros dirigentes se pusieron en primer plano primero en las calles y después con la aparición de Podemos, que se extendió por el ánimo de la sociedad como una de esas olas que no se espera cuando sube la marea y nos pilla dormitando en la toalla, sin forma y sin límites precisos. Su radicalismo regeneracionista hizo que la corrupción, sobre todo del PP, empezara a pesar y a alterar la situación política. Pero también disparó debates en la izquierda. No dejó de hablarse de la relación que debía tener con IU y no deja de debatirse en público y en chismorreos informales de café si la izquierda “buena” está en un sitio o en otro. Tras el notable cambio político de las elecciones autonómicas y municipales, y en la recta de las generales, el debate sobre la confluencia de izquierdas vuelve con fuerza.
La idea pura y simple de que la unión de los afines los hace más fuertes es ciertamente pura, pero también ciertamente simple. No erróneo, simple. No toda suma robustece, como bien sabe IU. Unidos Venceremos se dice en futuro, porque no suele ser presente. Pero hay sumas provechosas, como se hizo evidente en las candidaturas de unidad popular que vencieron en puntos muy notables. La unidad que quiere Llamazares, y en general IU, consiste en un acuerdo nacional y de izquierdas, entiendo que impulsado por las cúpulas de los partidos. La unidad se basaría en la afinidad ideológica, a partir de la cual se llegaría a un programa conjunto. La ideología sería el foco de la propuesta.
No creo que sea este tipo de confluencia el que se produjo con éxito en Barcelona, Madrid, Santiago o Zaragoza. Nadie creó la plataforma Nunca Mais como un llamamiento de apoyo a la izquierda política para que esta combata el tipo de sucesos del Prestige. Nunca Mais se creó para movilizar a la gente contra esos sucesos y sus causas, sin que la ideología fuera un componente del llamamiento (aunque estuviera en la motivación personal de muchos participantes). Lo mismo sucedió con el 15 M y sucede con organizaciones movilizadas contra los desahucios, en defensa de la escuela pública, de la oficialidad del asturiano, o las mareas por la sanidad pública. Las confluencias que se dieron en las municipales y autonómicas fueron encuentros de gente ya movilizada sobre ciertos temas, donde Podemos fue la herramienta para que adquirieran un sentido conjunto hasta ser una alternativa política. El efecto de estas confluencias fue la modulación y “localización” de la acción política, con una orientación conjunta, pero nutrida con materiales locales de cada sitio. En Barcelona, la confluencia hizo muy barcelonesa la candidatura; la de Madrid se hizo muy madrileña y la de Santiago muy gallega. Fue fácil involucrar a independientes ajenos al partido que emulsionaba estas agrupaciones (Podemos), tan notables como Ada Colau o Carmena.
La unidad basada en la ideología, y el correspondiente foco sobre ella, tiene el problema de que crea distanciamiento con la población y con la especificidad de cada sitio. La gente se sensibiliza con el Prestige, con la corrupción o con la falta de atención en los hospitales y puede considerar ajeno el fortalecimiento del socialismo o del cristianismo de base. Esto no quiere decir que no haya ideología. La ideología está en las motivaciones personales de los políticos y en lo que determina la sensibilidad ante las situaciones. Es lo que impide, por ejemplo, que el sindicato de pilotos vaya a ser parte de cualquier candidatura de este tipo. Simplemente, no es el primer plano de la propuesta ni el criterio de unidad. Otro problema es que los políticos que predican con insistencia su ideología tienden a sentirse justificados por esa posición ideológica, más que por el efecto de su acción política. Sobran ejemplos de actuaciones parlamentarias limpiamente izquierdistas y perfectamente irrelevantes (en política ser minoritario no es un defecto; ser irrelevante sí). Los políticos deben exigirse más que su mera ubicación ideológica y deben decir más cosas que la repetición de su ideología. La unidad basada en la ideología es identitaria, refuerza a quienes la establecen en sus convicciones, pero se aleja del pulso de la población.
La relación entre IU y Podemos ha de ser natural, porque es natural que se encuentren mil veces en esas movilizaciones sobre problemas concretos. No estoy seguro de que Ahora en Común sea la proyección de las confluencias municipales exitosas que vimos y que no sea más bien una reedición del estéril Unidos Venceremos de toda la vida. Tampoco estoy seguro de que, no siendo el modelo conveniente, no acabe siendo necesario. Todo depende de la evolución de la que hasta ahora se mostró como la única herramienta realmente eficaz de cambio, que es Podemos. Podemos entró, como dije, sin límites ni forma. Arrastró a mucha gente de izquierda e hizo dudar a otros. Las discusiones públicas y de café pueden haber solidificado las razones por las que muchos izquierdistas no sumaron su apoyo.
Podemos tiene que cultivar una actitud amable y cómplice con las fuerzas de izquierda, sobre todo IU y no infravalorar el daño potencial de generar rechazo en una parte de la izquierda. Pablo Iglesias tiene que ser consciente donde fueron inconscientes muchos profesionales de la información. Las palabras dichas por un activista universitario tienen un contexto y dicen lo que dicen. Ponerle en plan hemeroteca esas palabras a ese activista cuando ya es un político de proyección nacional, como se hizo ampliamente en la prensa, es una memez, porque las mismas palabras, cambiado de manera evidente el contexto, dicen algo distinto. Pero Pablo Iglesias debe entender que ya no es un político nacional. Ahora es un político con poder institucional y las mismas palabras vuelven a cambiar de sentido al cambiar nuevamente el contexto. Hace unos meses llamar a IU pitufo gruñón sonaba entre friki y cómplice, casi guay. Pero ahora, aunque la intención no cambie, esas palabras desde el poder suenan arrogantes. Creo que se me entiende el ejemplo.

La petrificación de los apoyos a Podemos y de su rechazo puede haberle dado límite. La debilidad de Podemos puede hacer inevitable el tipo de unidad por las que aquí manifiesto mis reservas. O puede aprovechar sus bazas para recuperar permeabilidad y apoyo. En todo caso, las atrocidades que los mandones europeos hacen en Grecia para que no se extienda este tipo de iniciativas y el alivio de los mindundis que nos gobiernan me hacen sospechar que, en unión, en confluencia o a granel, estos movimientos no deben ir desencaminados.

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