“—¿Y cuál es tu concepto de libertad?
—No, no empecés con eso, todo el mundo lo sabe. ¿Y si a S. Martín los
soldados le hubieran planteado discúlpeme, General, antes de cruzar la
cordillera me define cuál es su concepto de libertad? Qué se yo, libres, no
entendés, libres.” (El
hijo de la novia).
España, algo
apolillada por rigideces de una transición que acabó siendo un régimen, se raja
por Cataluña. Y ya se sabe que cuando un mueble se resquebraja salen olores
viejos y trozos rancios de material en mal estado. Cómo no iba a resonar con el
crujido de Cataluña la voz del cardenal Cañizares instando a vigilias y misas
por la unidad de España. Cómo no iba a mentar Morenés con aliento de alcanfor
al ejército (será por la cosa del sentido común que tanto pregona Rajoy; ¿para
qué negociar o razonar si podemos resolverlo limpiamente a hostias?). Cómo iba
a faltar el Marca al sonido del
derrumbe, poniendo altavoz al casposo Que
viva España de Manolo Escobar tras el éxito del baloncesto y extenderse en
el orgullo untuoso de las banderas que ondeaban en el pabellón. Adornan el
estrépito de espectros, para que sea más coral, Linde agitando corralitos y
Tebas en su laberinto jurídico-futbolístico ejerciendo de Adelantado sobre el futuro
del Barça. Y no hay día que no recargue el cuadro la demagogia patriotera de los
independentistas. Sólo faltan unas declaraciones de Sergio Ramos.
Rajoy no dejó de
ser un ejemplo estos años de la caída de la moralidad pública y las maneras
democráticas en España. Pero también nos da muestra personal cada cierto tiempo
de cuánto se degradó el nivel intelectual medio de nuestra casta política. El
enredo que nos ofreció esta semana de cómo se gana y se pierde la condición de
español, como si la nacionalidad fuera un pintalabios, es para recordar. Ciertamente,
el tema amenaza con convertirse en una paradoja maravillosa. Podría darse el
caso de que el cien por cien de los catalanes fueran españoles y Cataluña no
fuera España y que los jugadores del Barça tengan derecho a jugar en la Liga,
pero no el Barça. Que Rajoy quiera poner orden y pedagogía en semejante trance
sólo puede conducir al esperpento.
Pero Cataluña es
sólo uno de los escenarios donde el momento político de España se está
manifestando como un zurcido mal cosido de piezas inconexas. Todos los pronósticos
sugieren que el PP tendrá muchos menos votos en las elecciones generales de los
que tiene ahora y a que el PSOE también bajará, aunque los dos sigan siendo los
primeros partidos. En Cataluña todo apunta a que el papel del PSOE y del PP va
a ser testimonial o de segundones. Esto quiere decir que la erosión del
bipartidismo no es circunstancial. Precisamente cuando las circunstancias
aprietan y exigen ideas y renovación, como en Cataluña, el duopolio se diluye
como un terrón de azúcar y la gente busca ideas y soluciones en un decorado
distinto. En el conjunto del país parecen aguantar los dos partidos por la frágil calma
inducida por la proclamación continuada de una recuperación económica en la que
la gente quiere creer, pero en el fondo no cree. Habrá que ver lo que sucede
cuando las consecuencias de esa deuda que no dejó de crecer vuelvan a tener su
sitio en los temores de la gente.
Asturias viene
dando un buen ejemplo del anquilosamiento orgánico del bipartidismo y de que
las piezas de España bailotean sueltas cada una por su lado. Casi seis meses
llevamos sin actividad parlamentaria ordinaria, el partido que gobierna tiene
apenas un tercio de escaños en el Parlamento y poco más de la mitad de los
votos que tenía hace dos legislaturas. Es realmente notable que no cambie nada
en las líneas generales de gobierno ni en los órganos internos del PSOE, ni
haya alteraciones visibles o movimientos en su militancia, como si no ocurriese nada y todo
fuera como ayer. Nos acercamos a la presentación de los presupuestos, la
herramienta básica de gobierno, sin que se haya hecho ni un solo movimiento
para alcanzar una mayoría que los respalde, como si la prórroga presupuestaria
fuera un desenlace aceptable. Asturias entre elecciones parece tierra de nadie.
Eso sí, cuando por fin nuestro parlamentín se desperece y se reúna será para
hablar también de Cataluña en el tiempo que les dejan libre nuestros asuntos
(dos de los doce puntos serán sobre ese tema). A ver si viene alguien de Madrid
y nos cuenta algo de lo que pasa por aquí.
Rajoy, a la vez
que daba vueltas al enigma de España, inauguraba el puente de Cádiz, “símbolo
de los pilares del entendimiento y la concordia”, según su ingeniosa expresión
para la historia. En una zona con casi un cuarenta por ciento de paro, uno de
los puentes más altos del mundo, terminado con el doble de gasto del
presupuestado, parece más un enlace de este presente de deuda y ruptura con ese
pasado reciente de grandonismo y despilfarro. Más valor simbólico tiene que la
justicia haya embargado el momio vitalicio de Rodrigo Rato por sus tropelías en
esa época de puentes de gasto duplicado (por cierto, ¿seguirán todas aquellas
amenazas que le atormentaban y que tanto compungieron a Jorge Fernández? ¿Qué
habrá sido de aquella seguridad personal tan amenazada y tan necesitada de
asistencia ministerial?).
El nudo
principal de toda esta cacofonía está ahora en Cataluña y lo bueno de todo es
que no hay incertidumbre. Pase lo que pase en las elecciones del domingo, todos
los caminos conducen a una negociación para cambiar la Constitución o para
cambiar los límites de España. A Rajoy con la idea de España le seguirá pasando
como a S. Agustín con el concepto de tiempo (“si nadie me lo pregunta lo sé, si
quiero explicarlo a quien me lo pide, no lo sé”) y al personaje interpretado
por Ricardo Darín con la idea de libertad (“qué sé yo, libres, no entendés,
libres”). Y si nadie lo remedia, nuestro parlamentín seguirá ensimismado y con actividad
sólo vegetativa y Asturias seguirá
tintineando en el panorama nacional con ese bailoteo que tiene el mango
desajustado de los martillos muy trabajados.
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