Salvo que
alguien crea vivir el fin de los tiempos, el independentismo catalán ganó mucho en las elecciones. Si estuviéramos en el
penúltimo día de la historia, deberíamos decir que hasta cierto punto perdió:
plantearon las elecciones como un plebiscito con tanto convencimiento que
mezclaron churras con merinas en una candidatura (Junts pel Sí) y tendrían que
hacer una de esas mezclas que provocan olores fétidos para juntarse con los
desobedientes de la CUP y con todo ello junto no llegaron al 48% de los votos
emitidos. “Menudo gatillazo del independentismo”, decía Eduardo Inda con ese
temblor tenso con que los niños dicen llorosos “no me dolió” al recibir un
guantazo de algún matón en el recreo. Pero no estamos en el fin de los días. Vendrán
más elecciones. Los independentistas ganan por dos razones.
La primera es
que la independencia de Cataluña ya es una cuestión en la política española e
internacional con entidad propia que reclama una consulta. Esto no es una
obviedad. La razón democrática más sólida para oponerse a un referéndum de
independencia sería, si ese fuera el caso, negar la mayor y considerarlo como
una forma de impostar como pendiente un tema inexistente sólo por las
veleidades separatistas de algunos. Es como si el gobierno español quisiera
anexionarse Portugal y pidiera un referéndum sobre el particular. El gobierno
portugués tendría plena legitimidad democrática para negarse, porque el
referéndum sustanciaría la cuestión de la anexión, cuando no hay tal cuestión
política. No siempre la independencia fue un tema pendiente de resolución y no
basta con que
haya independentistas para que lo sea. Pero ahora, y más después de estas
elecciones, sí lo es y ahora ya no hay solución estable que no pase por algún
tipo de consulta.
La segunda es
que la posible independencia de Cataluña es cada vez menos una tierra
misteriosa erizada de incertidumbres y cada vez más una opción posible dentro
del seny catalán. Ese 47% no indica
que el independentismo se queda corto, sino que se está acercando a la mayoría.
Como dije, la historia no acaba aquí, y esto es un proceso con tendencias muy
nítidas.
La independencia
es la única opción que ofrece ahora mismo un camino por recorrer; con niebla,
con trampas y cantos demagógicos de sirenas, pero un camino. Nuestra clase
política nacional no cree necesitar una hoja de ruta para la integración de
Cataluña en España porque asume que ya está en ella y por eso se opone a la
independencia sin ofrecer a los catalanes ningún otro proceso. Pero se ve a
simple vista que hace tiempo que Cataluña se está yendo. Cataluña en España
parece una de aquellas calcomanías que entraban en los chicles y que se
despegaban despacio pero sin remedio del dorso de la mano a medida que la
mojábamos. Quienes trabajan en la universidad, o en laboratorios farmacéuticos,
o en equipamientos mecánicos, o en recursos humanos, o en cualquier cosa que
obligue a ir de vez en cuando a Barcelona, notan que Cataluña se viene
despegando sin ruido de España como una calcomanía sumergida en agua desde hace
tiempo.
El PSOE ofrece un
estado federal. Y repite lo del “estado federal” como si hubiera una idea
asociada con esa etiqueta. Dígase claramente cuál es la diferencia para
Cataluña entre ser una autonomía y ser un territorio, como quiera que se llame,
dentro de una estructura federal, trácese una ruta. Podemos propone una especie
de proceso constituyente. Es evidente la necesidad de cambiar la constitución
porque España no cabe en su pellejo. Pero Podemos tiene que ir más allá y
explicar a Cataluña qué diría de Cataluña esa nueva constitución según su
propuesta. De nuevo, muéstrese un camino. No deberían ser los independentistas
los únicos que tienen un camino claro en mente.
El PP realmente
no dice nada. Se escuda en la ley
porque es la forma de no decir nada y parecer que está haciendo algo. Es infantil esa letanía de que no se puede hacer nada porque nos saldríamos de la
ley. Hace poco era legal protestar ante edificios gubernamentales y era ilegal
segregar a los niños en la escuela por su rendimiento a edades tempranas.
Cambiaron las leyes y santo remedio, ya es ilegal protestar ante edificios
gubernamentales y ya es legal hacer con niños de doce años un pelotón de los
torpes. Las leyes se pueden cambiar y eso es lo que España tiene que negociar
con Cataluña, un cambio de leyes. En su día la plana mayor del PP protagonizó
una sonora recogida de firmas contra el Estatut que ahora ahoga su discurso. Y
en vez de aprender instigan un insensato procesamiento de Artur Mas para añadir
ruido al ruido (por cierto, hasta que
lo vi bailar el otro día no me di cuenta de que en realidad nunca soporté a
Artur Mas; lo había visto queriendo que los deportistas catalanes se federasen
en Andorra, por la cosa de la construcción nacional; chapoteando en el tres por
ciento y la financiación ilegal; privatizando y recortando servicios esenciales
y prestaciones; me había hecho chirriar los oídos con su demagogia nacional-victimista;
en la pitada futbolera culé al himno y la bandera, le había visto la sonrisa
más equivocada que cabe en política; pero hasta que lo vi el otro día agitando
las muñecas y los hombros no me di cuenta de que yo nunca había soportado a
este hombre).
Aparte del evidente éxito independentista, estas elecciones dejan apuntes
de interés para las generales (aunque, como se suele decir, los resultados no
sean “extrapolables”). Uno es que con el tema catalán Rajoy está mostrando su
tamaño real, su pequeñez moral y su falta de ideas. La ocurrencia de poner a
Albiol al frente a ver si con la estridencia facha y xenófoba se pescaba algo sí
que fue un gatillazo ridículo. Cataluña puede diluir su mentira reiterada de la
recuperación económica. Otro apunte es que el éxito del PSOE parece consistir
en perder poco. En las dos comunidades más pobladas, Andalucía y Cataluña, celebró
como un triunfo sus peores resultados de la historia (para qué hablar de nuestra
Asturias, donde siguen felices y a lo suyo con la mitad de votos que hace dos
legislaturas). Otro más es que a Podemos se le movió el paisaje y, como la
Alicia de Lewis Carroll, sin moverse se encontró con que ya no estaba allí.
Consiguió en su día eclipsar la cuestión independentista con radicalidad social
y maneras de nueva política. Entonces era útil no enredarse en esta cuestión.
Pero Mas provocó que el paisaje se moviera y la independencia fuera el gran y
casi único tema. Podemos siguió a lo suyo, en plan Ada Colau, y en el nuevo
escenario, al seguir fuera del debate de la independencia, resultó una
candidatura inaudible. No se puede no hablar de lo que está en primer plano. Y
hay que hablar claro: sí quieren un referéndum, no quieren la independencia, sí
quieren otro encaje legal: aclárese qué nuevos elementos de soberanía proponen.
Con más claridad hubieran estado más cerca de los focos. Están a tiempo para
las generales. Otro apunte. Ciudadanos no ganó en Cataluña, pero sí en España.
La claridad fue bien recibida y Ciudadanos parece en condiciones de alimentarse
de un PP carcomido al que sólo le falta un soplo de aire.
Cataluña continúa despegándose, ahora ya a tirones, ante unas generales con
sabor a examen final. Con un poco de suerte en las generales Artur Mas ya no
estará allí (no soporto a este hombre). Y puede que Cataluña esté, pero como la
amada dormida de aquel verso. Como ausente.
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