Mejor que
intentar definir qué es eso de la “vieja política” es señalarla con el dedo.
Una parte esencial de la vieja política es ese sinvivir que se respira ahora en
los escaños del PP, esa ansiedad por saber quiénes irán en las próximas listas,
cuántas poltronas se perderán, qué habrá para los que no lleguen. Pablo
Iglesias y Albert Rivera son las caras visibles de lo que quiere presentarse
como “nueva política”. Llevan tiempo revoloteando como fantasmas, sin más
materialidad que la proyección de las encuestas y era cuestión de tiempo que se
encontraran en algún sitio. Y se encontraron el otro día en el programa de
Évole con las ventajas y desventajas de cada uno que se fueron haciendo
patentes.
Pablo Iglesias y
Podemos, a diferencia de Ciudadanos, tiene base social y movilización
colectiva. La movilización es la disposición de actividad que se tiene sobre un
asunto público. Puede ser tan enérgica como acudir en masa a una manifestación
a Madrid o tan tenue como intervenir con convicción en discusiones de café con
la voz algo más alta que los demás. Por ejemplo, González debe su última
victoria electoral a Baltasar Garzón. No es que él moviera muchos votos. Es que
era un intocable y de repente, al aparecer en las listas del PSOE, la
acobardada militancia socialista cogió moral y se movilizó, mientras en el PP
durante unos días sólo pudieron balbucear. La movilización es siempre un
beneficio, aunque no equivale a expectativa de apoyo electoral. En el famoso
referéndum de la OTAN los partidarios del No estaban muy movilizados, mientras
que los del Sí no lo estaban en absoluto. Pero fueron más.
Y decía que
Podemos tiene base social. Se tiene base social cuando hay sectores
significativos e identificables de población con una tendencia de partida a
formar parte de lo que representa una cierta ideología o partido político (o
equipo de fútbol). Digamos que cuando tenemos base social hay un grupo
predispuesto a darnos la razón antes de saber si tenemos razón. Aunque
fracasara Pablo Iglesias y aunque un día desapareciera Podemos, ese modelo de
mareas y movilizaciones sobre temas concretos y de conexión blanda entre
sectores movilizados sospecho que se va a reproducir una y otra vez,
precisamente porque encontró raíz y base social. Ciudadanos, en cambio, no
tiene esa base social (que sí tiene el PP) ni la capacidad de movilización de
Podemos. No sólo no habrá manifestaciones de Ciudadanos, sino que seguramente
tampoco serán habituales actos multitudinarios. Su fortaleza electoral es evidente,
pero también su debilidad. Ciudadanos no tendrá más fuerza que la que consiga
convenciendo de sus ideas. Aunque esto parezca sanísimo, si no consigue arraigo
social, es volátil. Quizá algunos recuerden que el CDS de Adolfo Suárez era tan
simpático que hasta históricos peceros como Tamames se le unieron. Pero a
aquella flor le faltaba raíz y el primer error político se lo llevó por delante
como un mal viento.
Pero en política
funcionan también los modelos. Ahí Rivera seguramente lleva ventaja a Pablo Iglesias.
A la gente le gustan modelos con los que identificarse, individuos que sean
ejemplo de lo que no saben expresar. Este es un juego muy sutil. Rubalcaba
siempre fue un tipo agradable, que hablaba bien y hasta parecía inteligente.
Pero no era un modelo ni era fácil recordar qué había dicho después de hablar
tan bien. Rivera es joven y aseado, parece solvente, no insulta y cuando habla
con energía y apunta con el índice a quien tiene delante, lo hace como dolido
por alguna insidia. Se parece al hijo treintañero que mucha gente querría
tener. Pablo Iglesias sin duda es llamativo y carismático. Atrapa la atención y
transmite energía y sensación de que sí se puede. Pero no se parece al hijo que
la gente querría tener y a una parte de la izquierda le parece gilipollas. Es
más arrollador y más líder, pero menos espejo en el que verse. La gente se ve
más reflejada en Rivera o Alberto Garzón y eso quiere decir que Iglesias tiene
que explicarse más para conseguir la misma credibilidad.
Iglesias molesta
a los poderes “orgánicos”, inmunes a las elecciones, precisamente porque no es
antisistema y los amenaza desde dentro del sistema. Nunca se vio actividad
mediática tan asilvestrada como la que se desató contra Podemos. Rivera gusta a
esos poderes porque da respetabilidad y limpieza al juego que los mantiene como
poderes, sin la sobreactuación del PP con los símbolos patrios, sin vínculos
tan agobiantes con la iglesia más conservadora y sin filiación histórica con el
franquismo. Nunca se vio apoyo mediático más intencionado a un partido, como el
que se está dando a Ciudadanos.
Algunas de las
razones por las que el debate favoreció a Rivera son pasajeras y pueden cambiar
para la vez siguiente. Otras no. Iglesias estuvo simplemente más espeso que
otras veces. Eso no tiene importancia, no siempre se está igual de ágil. Y tuvo
un problema de actitud. Frente al sambenito de antisistema radical, quiso ser
sensato y algo cómplice con Rivera (como en su día con Ana Pastor), pero Albert
Rivera no quería ser su amigo y eso le dio iniciativa. Hay algún problema que
Pablo Iglesias tiene que solucionar porque se le repetirá en todos los debates.
Rivera tiene muy fácil decir lo mismo en cualquier sitio, porque no es hombre
de arengar a las masas y movilizar manifestaciones. Su discurso siempre es
pausado porque sólo habla en situaciones tranquilas.
Pablo Iglesias,
en cambio, tiene que encontrar la manera de decir lo mismo en unos sitios y
otros. Ante masas enardecidas se habla sobreactuando y encorsetando el discurso
en eslóganes que puedan ser coreados. Y muchos de los mensajes de Pablo
Iglesias son críticas o acusaciones sobre otros actores políticos y sociales,
como es lógico. Tiene que encontrar la manera de retener esos mensajes sin ser
agresivo ni borde cuando se habla en torno a una mesa. Cuando Rivera le
reprocha el bulo repetido de que él es el candidato del Ibex, Iglesias tiene
que encontrar el punto de serenidad y a la vez de firmeza para decirle que sí,
que es el candidato del Ibex, que no hay ninguna conspiración ni él es el recadero
de nadie, pero que es una pieza que el Ibex quiere promocionar y tiene sus
razones. No puede titubear ni parecer que quiere decir otra cosa por no
estropear este ambiente de serenidad y buen juicio en el que estamos ahora tan
a gusto con Évole. Rivera (o sus asesores) ya encontró el vocabulario para
despachar cosas que le son enojosas de explicitar. Él no va a quitar
privilegios a la Iglesia ni ponerle trabas al papel que quiere tener en la
enseñanza. Aquí el vocabulario será relacionado con hastío y pasado: “otra vez
iglesia y no iglesia, siempre estáis con lo mismo, cansáis, esos tiempos
pasaron” … y que siga la iglesia a lo suyo. Ciudadanos propondrá medidas duras
en varios sentidos. Aquí el vocabulario rondará la idea de calidad. La calidad
nos lleva a exigencia y esfuerzo y ese será el pasillo por el que la dureza de
ciertas medidas será llevada hacia la calidad. Iglesias aún tiene que encontrar
algunas piezas léxicas para anclar su discurso en un debate sosegado. Y lo de
siempre: tiene que concretar. Mientras no tenga propuestas decididas siempre
será vulnerable ante alguien que pueda hablar más claro de sus propósitos.
En todo caso,
con los oídos aún molestos por el zumbido que deja tanto mequetrefe como
escarnece nuestra sufrida vida pública, no se puede negar que el otro día en el
programa de Évole sonaron acentos distintos y más frescos. Algo nuevo va a
haber en el próximo parlamento que nos gustará saludar como nueva política.
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