—¿Te das cuenta de que has llamado imbécil al arquitecto? —¿Por qué se lo
has dicho? No lo había oído. […] (El arquitecto sonríe). —Me ha llamado imbécil
y yo no me he dado cuenta, así que es posible que tuviera razón él. (E. Scola, La familia).
No es lo mismo el muro de Trump con México que las vallas con concertinas
que España pone en la frontera con Marruecos. Ni ese muro viene del mismo
espíritu que animó los disparos de la Guardia Civil a inmigrantes que nadaban
en el estrecho. Es la misma bajeza, la misma infamia, desde luego, pero no es
la misma obra. De hecho, el muro de Trump no necesita ser construido, sus
efectos ya están activos y extienden su estrago sin falta de piedras reales. Atribuir
a un grupo humano rasgos amenazantes o de inferioridad produce siempre
repugnancia, porque siempre es un acto de racismo agresivo y porque se
deshumaniza a quienes sólo son tratados como masa étnica, religiosa o
ideológica. Sea cual sea el grupo, la reacción civilizada tiene que ser de
repulsión y resistencia. Pero es que el muro de Trump, que ya ejerce plenamente
como símbolo, resulta que nos señala a nosotros. México es sólo una metonimia.
Lo que distingue a los señalados como plaga de traficantes, criminales y
violadores es el idioma español. Cualquier barbaridad que Trump haya dicho de
México, y son muchas, está expresada en términos aplicables a toda
Latinoamérica e irá poniendo a cada español una flecha fosforito sobre su
cabeza señalándolo. Y Rajoy pensó que él estaba justo en medio, con sus ingles
en el muro de México y una pierna a cada lado, a horcajadas entre los dos
mundos como su mediador natural.
A los mexicanos, y los que hablan parecido, Trump los tiene atragantados
porque pululan por su campiña. Pero a Europa también porque, como conjunto, es
exactamente lo contrario de lo que quiere ver en este mundo que él cree que
sólo es el extrarradio de su empresa y además Europa es parte de ese cuerpo del
que quiere despegarse para hacer de EEUU su muñón soñado. Por eso le dijo a May
que la salida de Europa del Reino Unido es maravillosa. Por eso se jalean
mutuamente él y cuantos quieren que los países europeos sean los cascotes que
queden de la demolición de la UE (Marine Le Pen y demás sabores de ultraderecha),
a los que Stephen Bannon incluso quiere financiar. Y Rajoy se sintió de nuevo
flotando en la mar océana entre EEUU y Europa como su inevitable mediador. Y ya
de paso, para no quedarse corto en campechanía, por el mismo precio quiere también
ser su hombre para el norte de África y para Oriente Próximo.
La extravagancia y cortedad de Rajoy serían sólo ridículas si no se
exhibieran en representación de un país que, como todos, vive en parte de su
fama y pierde mucho cuando pierde la estima de los demás. Hay tres
excentricidades que se imponen enseguida. La primera es que todos los líderes
europeos recibieron con reserva u oposición directa las bravatas de Trump,
precisamente por europeos, por la obviedad de su actitud hostil con Europa.
Rajoy, además de europeo, es hispanohablante y, por tanto, doblemente agraviado
por los gestos destemplados de Trump. Incluso Vargas Llosa, normalmente valedor
zalamero y lacayuno de cualquier cosa que venga de EEUU, se refirió a Trump
como «un tonto irrecuperable y un inculto pertinaz». Rajoy sin embargo se
ofrece como mediador entre el agresor y los agredidos como no dándose cuenta de
que es uno de los agredidos. Si, como dice el arquitecto de Scola, una prueba
de imbecilidad es que te llamen imbécil sin que te des cuenta, parece que Rajoy
cabe en el diagnóstico.
La mediación supone tener algún grado de autoridad reconocido por dos
partes. Y esa es la segunda extravagancia. Qué puede hacerle pensar a Rajoy que
España tiene para Alemania, Suecia, Francia y EEUU, por ejemplo, una autoridad
transversal que le permita atemperar posturas de unos y otros. Y la tercera
extravagancia es entre qué posturas quiere mediar. Un señor dice que sus
vecinos del sur y los que hablan en EEUU con muchas eses son ladrones y violadores
y a Rajoy le parece que esa es una postura necesitada de negociación y mediación.
¿Querrá pedir a Trump que no llame violadores a los hispanos y a los hispanos
que no violen tanto?
Si todo esto no fuera bastante ridículo en sí mismo, la payasada se
completa cuando oímos el resumen de la conversación que difundió Trump. Resulta
que Trump no se enteró de que Rajoy se le ofrecía como mediador de nada. O si
lo oyó, lo oyó como quien oye el zumbido de un mosquito. El resumen de Trump es
que presionó a Rajoy para que suba el gasto militar porque a EEUU le duelen los
riñones de cargar con tanto peso en la OTAN. Sólo puede uno imaginar a Rajoy en
esa conversación con una nariz postiza redonda y roja. Puede que esa oposición
desde la que la gestora del PSOE decía que iban a crujir a Rajoy en realidad le
esté dejando demasiado tiempo libre al Presidente.
En todo caso, todo esto es demasiado bobo para pensar que ese es el nivel
de Rajoy. Esos ofrecimientos no se hacen sin exhibir una potente maquinaria
diplomática en funcionamiento y es evidente que el gobierno no hizo ningún
movimiento para tal prodigio. Rajoy pretendía otra cosa. Rajoy sólo fue uno de
esos peleles que en los recreos adulaban al matón para hacerse los importantes.
Uno más. Recuerdo a aquel Hernández Mancha diciendo que era amigo personal de
Bush padre, cuando Matutes se esforzaba cada día en que lo conocieran en el PP.
Quién se va a olvidar de Aznar haciéndose el hombrecito y haciendo como que se
le escapaba el acento sureño del peor presidente de EEUU, mientras España se
enfriaba en Europa y acumulaba recelos en Latinoamérica. Y más recientemente,
cuando se convirtió en urgencia propagandística nacional el fracaso de Grecia,
son digno de recuerdo Guindos y Rajoy haciéndose los matones con la deuda
griega, ¡tan parecida a la nuestra!, como Cantinflas sin pistolas o el Gordo y
el Flaco en bobo, sintiéndose importantes al lado de Merkel, pero más Merkel
que ella misma, derrochando gansada sin gracia.
Y ahora otra vez. Donald Trump amenaza a Europa, humilla al mundo
hispanohablante y se pone al planeta por sombrero. Con sordina, pero con una
línea clara, todo el mundo va erizando el pelo y poniéndose tenso para sostener
su posición. En EEUU, el país que más sabe de Trump, la tensión es máxima y
cercana a la confrontación civil. El aparato judicial está firme y en guardia
frente a amenaza de socavar la división de poderes; la democracia, en
definitiva. Los periodistas ya fueron señalados como enemigos y los medios, con
las contrataciones masivas que se anuncian, parecen dispuestos a asumir el
papel resistente que asumieron los jueces italianos en los peores tiempos de la
Camorra. Y a Rajoy le parece que el lugar de España es el de vestirse de verde
con cascabeles alrededor del matón y distanciarse de la Latinoamérica
humillada, de la Europa amenazada y de la sociedad americana atacada. Recuerda
a los humanos de las películas de Blade que se hacen lacayos de los vampiros,
porque creen en su victoria y para entonces quieren ser mascotas antes que
alimento de los vencedores.
No se hablará de esto en el Congreso del PP. Para qué. Con esa oposición
del PSOE que les saca las muelas, según Rubalcaba y los editoriales del
régimen, están más relajados y tienen los pesebres mejor surtidos que nunca.
Pero lo gracioso es que Donald Trump ni siquiera se enteró de aquí tienen un
chaquetero pelotas para lo que guste mandar. Sólo le dijo rápido y con desgana
lo de subir el gasto militar y dejó de pensar en Rajoy casi antes de terminar
de decirlo. Qué payaso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario