miércoles, 26 de julio de 2017

Leer en verano, mientras lo demás se rompe

De alguna manera las noticias de la prensa me están resultando armónicas con el verano. Para mí la imagen visual del verano es la de una grieta que se extiende. Quizá sea porque la sensación táctil que más recuerdo es la del agua en la piel cuando se seca, cuando se adelgaza como si fuera goma dada de sí y se rompe en bolitas pequeñas que se acaban yendo. O puede que sea porque la idea de calor me hace pensar en tierras duras y secas, con esas grietas características que las cuartean. O también porque es la época en que braman los hielos árticos al resquebrajarse y agrietarse. Lo cierto es que la prensa nos habla todos los días de grietas. No es que haya novedades radicales. Son las mismas grietas que se ensanchan lentamente. La convivencia pacífica que venimos llamando estado de bienestar, ese tipo de sociedad que quiere ser desigual, pero fijando unos límites que le permitan ser también protectora, se agrieta. No está rota pero brama como los grandes hielos en verano.
El FMI dice que España tiene que reformar el sistema público de pensiones para que sea sostenible. Recomienda que la gente recurra a pensiones privadas y que se alargue la vida laboral. Hay una vileza mayor que pegar un tiro en la nuca a alguien y es pegar un tiro en la nuca y negar que eso sea matar. El FMI dice que el sistema público de jubilación será sostenible si la gente no se jubila y si los que se jubilan lo hacen con una jubilación privada (después de pagar toda su vida la pública). Es decir, el sistema público de pensiones se hará sostenible si se elimina. No hay nada nuevo en lo que dice el FMI. Cada comunicado suyo es como uno de esos estrépitos que anuncian que el Perito Moreno se agrietó un poco más y está más cerca de romperse en icebergs de varias toneladas. El FMI es uno de los bramidos que anuncian que la sociedad se desagrega lentamente y que el estado de bienestar se rompe.
La prensa nos da cuenta también de las grietas locales. El cercano 18 de julio nos recordó el rosario interminable de indignidades con que los líderes del PP se refieren a la dictadura y sus víctimas. El PP nace del tejido de una dictadura que no está en pasado perfecto. El PP está hecho de fibra franquista y actúa como una astilla clavada en la memoria de España, que así sigue agrietada y no acaba de estar en paz. Es una tristeza que la prensa reitere cada día esa imagen caricaturizada de Venezuela con la que el PP pretende dar y negar credenciales democráticas, mientras el propio PP airea cada vez con menos pudor sus entretelas franquistas. Qué triste gracia deformar cada día el dolor de Venezuela por la delirante asociación que la propaganda hace de este país con Podemos (cuesta creer que todo se reduzca a eso), mientras que es Polonia, en el corazón de la UE, la que, tras destacarse como xenófoba, avanza hacia una dictadura formal.
Entre hombres y mujeres hay grietas. La más profunda es la que tiene que ver con que las mujeres mueran asesinadas por los hombres. Y esa grieta se ensancha, volvió a bajar la protección de las víctimas. Los datos sobre desigualdad de género se reciben siempre con desgana, como si fueran cosas que pasan en Polonia. Ahora quieren hacer un estudio con muchas cifras que expliquen «científicamente» qué le pasó a tal o cual chico aquel jueves por la tarde que mató a su pareja, qué motivó aquel arranque desquiciado. Quieren diseminar el hecho estructural de la agresión sobre la mujer en un laberinto de perfiles psicológicos irreductibles a un hecho global, hasta que los crímenes sean como la corrupción del PP: un montón de casos aislados que nadie sabe por qué ocurren, como la lluvia en el mundo de Rajoy. La muerte de Blesa nos recuerda también , por si fuera posible olvidarlo, las grietas que se alargan y ensanchan en una administración de justicia cada vez más politizada, y por tanto más cacique, que hacen posible esta impunidad con que una organización mafiosa puede hacer su trabajo delincuente. Y la grieta de Cataluña se ensancha y se ramifica en muchas grietas. Hay una quiebra cada vez mayor entre Cataluña y el resto de España; entre esos mediocres de la Generalitat que quieren salir en los libros de texto y la ley; entre el Gobierno central y la política; y entre todos y las formas democráticas y el menor atisbo de estilo y buen gobierno.

Nada nuevo. Muchas grietas que resquebrajan muchas cosas. Pero es verano, decíamos. En verano se lee más, o se lee distinto. Como en esta estación hay menos cosas en que pensar, la lectura gana espacio. «Sólo cuando abandonamos una cosa le damos nombre», decía Frédérik Pajak. No necesitaríamos palabras si todo lo que pudiéramos tener en mente estuviera presente. Bastaría con señalar las cosas con el dedo, como cuando el mundo era muy reciente en el origen de Macondo. Pero necesitamos palabras. Nuestra especie recuerda las cosas que no están y además las hace intervenir en su conducta y en su ánimo a través de los símbolos con que las retenemos después de perdidas. Por eso quienes investigan nuestros orígenes ven una señal de humanidad en que haya enterramientos. Cuando perdemos algo (o a alguien), queremos el símbolo. Tenemos trato intenso con la ausencia de las cosas y nos valemos de las palabras y los símbolos como sombras suyas. Nuestra mente y nuestro espíritu no se conforman con lo que está alrededor. Un ser que sólo pudiera pensar en cada momento en los objetos que tiene a la vista y no pudiera formar ningún pensamiento que no fuera con ellos y sobre ellos, sería un ser sin razonamiento. Razonar siempre supone ensanchar el momento, añadir ausencias a las cosas que tenemos delante, traer memorias y concebir posibilidades. La lectura ensancha la vida más allá de lo que la pueda ensanchar nuestra memoria. Ensancha las circunstancias y nos aparta de la vida real como apartamos la sartén del fuego sólo para retornarla enérgicamente y sacudir lo que se esté cocinando. Tuvimos siempre la necesidad de agitar nuestra vida apartándonos de ella mediante la ficción y el arte y volver a la realidad como la sartén que se retorna al fuego, con los materiales más vivos y rugientes. En verano hay menos cosas en que pensar, como si hubiera menos cauces y todo pudiera desbordarse caprichosamente. Es un buen momento para dejar que nuestra mente se extravíe y acumule mundos y riquezas para que cuando vuelva en sí lo haga rugiendo con materiales renovados. Los libros son un invento cultural relativamente reciente. Pero la literatura y el arte no. Estuvieron con nosotros desde que existimos, porque nunca supimos vivir sin añadir ausencias y creaciones a lo que estuviera pasando. Es verano y los libros están ahí, ofreciendo mundos y ausencias. Que el mundo siga agrietándose. Es verano y apetece leer.

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