Se dice que una mentira muchas veces repetida acababa
pareciendo verdad. Y tan cierto es esto como su inversa. Una verdad demasiadas
veces repetidas acaba pareciendo una medio verdad que oculta algo. Lo de
Venezuela nos recuerda además que si algo necesita cualquier conocimiento es
saber dónde poner aquellas cajas negras de Skinner, es decir, saber cuándo el
análisis enreda y cuándo desenreda. Si pensamos en la presencia de Venezuela en
la actualidad española, posiblemente lo mejor sea no enredar. A simple vista el
tratamiento informativo de Venezuela es raro. Cada periódico dirá que es
verdadero lo que publica y ahí no vamos a entrar. Pero es una verdad demasiadas
veces repetida. No hay día que Maduro no sea lo más importante de la actualidad
española. Y eso es raro. Llevamos un par de años oyendo las mismas verdades
sobre Venezuela a diario. Verdades tan desmesuradamente repetidas a simple
vista parecen verdades a medias, propaganda insincera. Decir que algo es
propaganda no es negar su veracidad, sino la franqueza de sus propósitos.
Cuando Reagan pregonaba la falta de libertad de los sistemas del Este decía
algo verdadero, pero era propaganda.
A simple vista es rara, no sólo la frecuencia, sino también la
fijación con Venezuela. Ninguna de las verdades que se están diciendo sobre
Venezuela son exclusivas de este país, ni son más graves en él que en otros. La
tortura, la violencia paramilitar, la corrupción institucional y la pobreza creciente
es mucho más evidente en Guatemala que en Venezuela, por ejemplo (y sólo por
ejemplo; en Latinoamérica hay donde elegir). La violencia sobre las mujeres allí
tiene cifras de cacería. Lo raro no es que se publique que la ONU acuse a
Venezuela de torturas. Lo raro es que la tortura de Venezuela sea cuatro días
seguidos la principal noticia de España; y además sólo la de Venezuela, cuando
la lista de países acusados por la ONU es larga y a veces bien cercana.
Otra rareza de la información es la certeza abrumadora que
derrocha la prensa. En el llamado «Caracazo» del año 89 la represión ordenada
por Carlos Andrés Pérez contra los manifestantes mató a cientos de venezolanos.
Había empezado un período en que irían perdiendo derechos y salario en
proporciones que aquí no podemos imaginar, mientras la corrupción se desataba
sin límites. Las oligarquías venezolanas se enriquecían y controlaban de tal
manera los recursos del país que la democracia era un cascarón vacío. Cualquiera
de nosotros debería comprender contra qué se levantó Chávez. Y cualquiera de
nosotros debería percibir los ramalazos autocráticos, caudillistas y, sí,
populistas, que mostró desde el principio («está lloviendo pueblo»). A la vez,
cualquiera debería ver que una parte de la crispación de Venezuela es la
hostilidad de las oligarquías que pelean por sus ganancias y que, en medio de
la tensión, se acentuaba ese caudillismo chavista, todo ello con un armazón
formal democrático que en Venezuela se conserva más que en otros países de la
zona. A nadie se le oculta el vínculo de la oposición con aquellas oligarquías.
Y España se llena de lumbreras con las ideas clarísimas y contundentes sobre
semejante enjambre. Qué rara tanta certeza.
La presencia rara y oscura, puramente propagandística, de
Venezuela en la actualidad informativa de España viene de una tormenta perfecta
con al menos tres frentes. En primer lugar, despliegan gran actividad
personajes influyentes que tienen intereses allí, o median por ellos, principalmente
Felipe González y el tentáculo correspondiente de PRISA. La complicidad del
ex-presidente con Carlos Andrés Pérez era estrechísima. Quiso ejercer de
abogado de Leopoldo López por la democracia, decía, pero los menos despistados
quizá recuerden que se opuso a la extradición de Pinochet porque hacía 150 años
que España no administraba justicia en las colonias. González, y no Pablo
Iglesias, es quien tendría que explicar sus negocios y relaciones venezolanas. No
es, desde luego, el único interesado, pero sí el más influyente. En segundo
lugar, había un cierto vínculo entre la cúpula de Podemos y el chavismo. El
desembarco de Podemos fue una conmoción que provocó un estallido histérico de
propaganda adversa. El propio PSOE se apuntó a ese frente, igualando su
discurso con el del PP y siguiendo la pauta que marcó González relacionando al
nuevo partido con la revolución bolivariana. Lo cierto es que tal vínculo se
exageró hasta la estupidez. Poco pintaron los entonces veinteañeros fundadores
de Podemos en la escalada y maneras de Chávez. Fue mucho más intenso, más personal
y más político el lazo de Felipe González con Fidel Castro. Y hacen como que no
oyen que Iglesias está suscribiendo las actuaciones de Zapatero y pidiendo que
Maduro dialogue con la oposición. Y el tercer elemento de la tormenta perfecta
tiene que ver con los métodos de la derecha española. La democracia contiene
inherentemente la discusión de distintas posibilidades entre las que el
electorado acaba eligiendo. Pero toda democracia tiene un límite en lo que está
dispuesta a discutir o a aceptar. El PP siempre quiso tener alguno de esos
límites, un elemento de urgencia y excepción, en la política cotidiana para
conseguir dos objetivos: que cualquier alternativa sea antiespañola y que haya
siempre un elemento de distracción sobre lo que ellos hacen. El terrorismo les
sirvió durante mucho tiempo. Recordemos la zafiedad con que acusaban a Zapatero
de complicidad con ETA. La propaganda convierte a Venezuela en ese elemento a
partir del cual no se puede discutir ni elegir. Ahí está el señor Tirado, diciendo
la bobada de que el pacto del PSOE con Podemos convierte a Castilla – La Mancha
en sucursal de Venezuela; como cuando decían que Zapatero iba a entregar
Navarra a los terroristas. El tufo autoritario de estas prácticas es más denso
que el que despedía Chávez desde el principio. Y más en un partido que ni
condena la dictadura franquista, ni deja de homenajear su recuerdo, ni
manifiesta una mínima humanidad hacia las víctimas de aquel horror.
Intereses empresariales, ataque a Podemos y táctica
autoritaria y de distracción de la derecha, esa es la tormenta perfecta que
convierte a Venezuela en pura propaganda. Ya es doloroso de qué se nos quiere
distraer en España: paro, salarios de pobreza, merma de derechos, corrupción y
corrosión de las instituciones. Pero más doloroso es pensar en el sufrimiento
real de Venezuela y la manera irrespetuosa e insensible con que nuestros
politicastros se frotan las manos para sacar provecho propagandístico de ese
sufrimiento. Las delirantes excursiones electorales a Venezuela, aparte de su
bajísimo nivel político, mostraron también la baja talla moral de quienes mostraron
tal falta de respeto a un país en dificultades. España es el nombre de todos
los españoles tomados como un todo, pero también de los españoles tomados como
una clase distributiva referida a cada uno de nosotros (lo que en latín se
distinguía con cunctus y omnis). Como totalidad y país, es triste
que España sea uno de los agentes que empuja a Venezuela a una guerra civil. Como
clase distributiva, cada español debería conmoverse ante este drama y repudiar la
grosería con que se convierte en propaganda de tan baja ralea una situación tan
incendiaria. Como país deberíamos ser mejor de lo que estamos siendo. Como
individuos, sólo deberíamos exigirnos humanidad y compostura.
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