Las afinidades son provechosas si no se llevan más allá de sus límites. La
afirmación es tautológica, porque lo único que puede haber fuera de los límites
de la afinidad es la disensión. Por eso, cuando se quiere llevar más allá de su
límite, en vez de afianzarse la afinidad y agrandarse la complicidad, nos damos
de bruces con el desencuentro y hasta con el conflicto. Como casi todo el
mundo, tengo amigos muy queridos. Pero no me planto en casa de ninguno de ellos
todos los días a comer obligándole a una sobredosis de mi compañía. Cuando se
fuerza la afinidad, no la acentuamos sino que nos salimos de ella. No creo que
nadie se alegrase de la muerte de Rita Barberá. Todas sus andanzas delincuentes
quedan pequeñas ante la severidad de la muerte. Seguramente todos los políticos
compartían el piadoso descanse en paz con que acompañamos la gravedad de un
momento así. Y hasta ahí llega la unidad y la afinidad. Pretender un pequeño
homenaje a Rita Barberá en el Parlamento fue forzar esa afinidad. Lo de menos
es que Unidos Podemos se ausentara en el minuto de silencio que se le dedicó.
Podían haberse aguantado, como cualquier amigo mío podría aguantarse con la
pertinacia de mis visitas diarias para comer. Pero estamos ya en la desavenencia,
no en la unidad.
En España hay nostalgia de unidad y pactos de estado. Cuesta entender que hay
más armonía en acuerdos limitados a lo que realmente se comparte que en pactos
nacionales donde no hay unidad de criterio y acción. En algunos casos ese
acuerdo reducido es un mal menor. Y en otros sencillamente no es ni siquiera un
mal. En el caso del terrorismo hay dos evidencias meridianas: que hay un
espacio muy relevante que todos comparten y que no hay unidad suficiente como
para que haya un pacto de Estado en el que todos se reconozcan. De esto último
se desprende que un pacto de Estado contra el terrorismo tiene más
posibilidades de crispar las diferencias que de profundizar en lo compartido, como
siempre que se fuerzan las afinidades.
Lo que se comparte en el caso del terrorismo es lo obvio y lo necesario.
Ningún partido quiere bombas, disparos ni crímenes absurdos. Todos harán lo que
se requiera para evitar este tipo de violencia. Y ningún partido relevante
quiere negociar, ceder o condicionar decisiones políticas por las exigencias de
grupos armados. Esto es lo fundamental y lo que garantiza que podamos esperar que
la gestión de cada gobierno continúe la actividad del gobierno anterior sin
quiebras. No es necesario un pacto de Estado para esto, como no lo es para que
cada gobierno continúe cada carretera del anterior y no se dedique a dinamitar
las autopistas que se hicieron antes. Pero no hay unidad de criterio en otros
aspectos.
No puede haber un pacto de Estado si uno de los firmantes está dispuesto a
utilizar el impacto emocional de la actividad terrorista contra los otros
firmantes. El impacto de una tragedia terrorista es uno de los momentos en que
el PP nos recuerda su condición de centauro, con cabeza humana y democrática,
pero con el cuerpo del caballo de la leyenda del general Pavía entrando en las
Cortes y el olor a choto del franquismo mal lavado que lleva encima. En la
época de Aznar se llegó a límites mostrencos. Cada día se acusaba con
desparpajo a Zapatero de complicidad con ETA y se gritaba en todos los foros
que el PSOE humillaba e insultaba a las víctimas. Se dijo que la matanza del
11M había sido urdida por la policía, ETA y mandos socialistas para echar al PP
del poder. Estaban dispuestos a dejar en libertad a los asesinos islamistas con
tal de sacar adelante aquella patraña enloquecida. En momentos que deberían
simbolizar cierta unidad nacional, como fueron los actos del décimo aniversario
del atentado y los que rodearon la coronación de Felipe VI, se llamó a Rouco
Varela para que oficiase sus homilías. Aparte de la inadecuación de encapsular
en formato religioso momentos de Estado como estos, la bocaza de aquel
arzobispo extremista volvió a extender aquella halitosis que Aznar había
esparcido con el 11 M. Ningún pacto antiterrorista debía firmarse que no
incluyera la condena explícita de todo esto y el compromiso inquebrantable de
no acercarse a estas bajezas.
Pasó el tiempo. El 12 de marzo de 2004 Rajoy se declaró moralmente
convencido de que ETA había cometido el 11 M, con la implicación de que debería
dejarse en libertad a los asesinos. Pero, como digo, pasó el tiempo. En 2015
Rajoy echó pelillos a la mar y sacó adelante el pacto antiyihadista que está en
vigor. El PP ni rectificó ni renunció a aquellas prácticas. Es cierto que con
lo de Barcelona no se llegó a los límites enloquecidos de Aznar. Pero el
ministro Zoido, algunos dirigentes del PP, algunos púlpitos y cadenas
vinculadas a los púlpitos y la prensa relacionada con el PP, con algún
exabrupto pero sobre todo con lluvia fina pertinaz, ya va sembrando la
culpabilidad de los independentistas, de los Mossos y de Ada Colau. Zoido no
quiere acciones humanitarias porque crean efecto llamada y con la misma
simpleza quiere llenar España de maceteros que hagan de espantapájaros de
terroristas. Se sigue utilizando el terrorismo para ajustar las cuentas en los
debates políticos. Hasta para la Gürtel le sirve al señor Maíllo la tragedia de
Barcelona. Los atentados apretaron al PP y está saliendo por sus poros esa
xenofobia y ese radicalismo católico que lleva en sus tripas bajas. Y aún es
agosto. Pronto desembarcarán sus señorías y oiremos más.
Como digo, no hace falta ningún pacto para garantizar lo fundamental, que
es que se haga lo posible para contener el terrorismo. Y se está haciendo con
éxito. La mortalidad que consigue el terrorismo es muy baja, a pesar del
impacto emocional. Pero nadie debería firmar un pacto antiterrorista, mientras
un partido vea en cada muerto, además de una tragedia, una oportunidad
política. De hecho, el pacto antiyihadista, no la lucha antiterrorista sino el
pacto en sí, sólo está sirviendo para encarcelar a titiriteros e inventarse
terroristas desquiciando entradas de Twitter. En la configuración de fuerzas
que aún se mantiene en España, el PSOE debería ser consciente de que él marca
la frontera del sistema. Por ejemplo, la Monarquía está fuera del debate
político mientras el PSOE no se ponga en contra. El PSOE firma pactos antiterroristas
porque cree en abstracto que se necesita unidad nacional al respecto, pero sin
mirar si realmente hay unidad nacional y hasta dónde llega. El no hacer
instrumento del terrorismo en otras pendencias políticas es una condición tan
obvia como la de no hacer cesiones a los terroristas cuando amenazan. Si no se
está de acuerdo en cosas así, y no se está, el pacto es forzar el consenso más
allá de sus límites y convalida prácticas inadmisibles bajo el paraguas de un
fingido consenso nacional. El oportunismo político es lo que nos toca estos
días, pero la posición que España debería llevar a foros internacionales sobre
la financiación del terrorismo procedente del Golfo tampoco se recoge en el
pacto antiyihadista porque tampoco hay acuerdo en cómo tratar este tema. El
pacto acaba reduciéndose a limitar nuestras libertades y provocar juicios y
denuncias enloquecidos por delitos estúpidos. El PSOE debe poner con fuerza
este tipo de condiciones aunque bloqueen un gran pacto nacional, que de todas
formas no es necesario para lo fundamental. Es la manera de sacar con aspereza
del consenso nacional el oportunismo insufrible con la tragedia terrorista.
Y al César lo que es del César. No me hace gracia la medalla de oro del
Parlament a los Mossos, que sólo hicieron lo que tenían que hacer. Siento
también el olor del oportunismo político independentista. Y además noto en los
nacionalistas el tufo del arrobo patriotero ante los uniformados. Todos
aceptamos de buen grado a los cuerpos armados, su función y su dignidad. Pero a
algunos nos tocó entrar en clase cada día al son de marchas militares,
recordamos la sobreactuación ante los uniformes y sabemos de qué está hecha esa
baba.
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