Asturias debería ser un silencio incómodo. El momento es uno de esos en los
que nadie dice nada o sólo dice vaciedades previsibles y todos se miran porque
alguien debería decir algo. Pero ya no es ni eso. La legislatura avanza en
blanco, pero el silencio aquí ya no es incómodo, ni la falta de novedades o de
política. Ya nos acostumbramos a que aquí nunca pase nada y que lo que ocurra
pase por sí solo. Cuesta aceptar que estamos a mitad de legislatura y ya parece
que estamos en el tiempo de descuento. Asturias está pasando esta legislatura sólo
con sus funciones vegetativas y poco más. Y Asturias no tiene impulso ni
inercia que la esté llevando a ningún puerto. Es más bien una de esas peonzas a
las que se les acaba la fuerza para seguir girando y simplemente va dando
tumbos. En el Telediario a veces comentan alguna exposición de pintura en el
espigueo cultural que hacen hacia el final (o hacían, acabo de darme cuenta de
que hace tiempo que no veo el Telediario). Alguna vez puse atención a tales
comentarios con malicia, intentando imaginar un solo cuadro al que no fuera
aplicable la prosa abstrusa y vacía con que explicaba la redacción la
exposición. Con los comentarios sobre la situación general de Asturias pasa
algo parecido. Salvo algunos detalles de coyuntura, podríamos recortar y pegar
columnas de opinión de distintos años y siempre encajarían con lo que está
pasando. Sólo que en el caso de los cuadros lo vacío era la prosa, no los
cuadros. Y en el caso de Asturias lo vacío es el asunto político y no hay prosa
que le dé enjundia.
Lo más importante de la política se expresa en los presupuestos. En
Asturias en los últimos años sólo tuvimos prórrogas presupuestarias y
presupuestos aprobados por el PSOE con la derecha. Es decir, cuando tuvimos presupuestos,
fueron siempre de mínimos y de circunstancias. El zigzagueo de los presupuestos
indica lo errático de la situación política. Recordemos las etapas de nuestro
extraño viaje. La legislatura empezó con una caída importante del PSOE, que sin
embargo se mantiene como primer partido. La izquierda (o las fuerzas del cambio
o como se llame) podía formar una mayoría, pero no hubo entendimiento entre
PSOE y Podemos y sí entre PSOE e IU, aunque nunca se haya visto claro cuál fue
ese entendimiento. Hubo lo justo para que Javier Fernández pudiera ser
investido, pero no tanto como para que gobernara con más de un tercio del
Parlamento. Todo el mundo se acusa mutuamente de los desencuentros. Pero en
este caso es justo señalar sobre todo a Javier Fernández. Él es el que tiene
más diputados y el que tiene más representación siempre es quien tiene que
buscar y saber encontrar apoyos. Últimamente se puso de moda el principio de
que el que gane no tiene que ceder nada y los demás tienen la obligación de
dejarle gobernar porque para eso ganó. Pero nuestro sistema es proporcional
precisamente para que el que gane tenga que pactar y buscar sus apoyos. Además
la legislatura empezó con un apoyo casi sin condiciones de IU. No puede ser
sólo la supuesta aspereza de Podemos el problema, cuando ni siquiera quien
permitió la investidura con mansedumbre mantiene ahora la confianza. Después
sucedió el vodevil del PSOE. Una parte del partido prefirió que gobernara Rajoy
a que gobernara Pedro Sánchez y rasgó el propio partido de tanto afán que
pusieron en tan pintoresco empeño. La razón es que el gobierno de Sánchez contaría
con Podemos y el sector en aquel momento dominante del PSOE prefiere a Rajoy en
solitario que a su propio partido con Podemos. Javier Fernández presidió la
gestora de aquel estropicio y había sido uno de los barones que aturdieron a
Sánchez en las primeras elecciones para que no formara gobierno. Es razonable
decir que la trayectoria de Javier Fernández es acreditadamente hostil a
acercamientos con Podemos, y más si apuramos la memoria y recordamos aquello
del Ayuntamiento de Oviedo. Mientras su gestora dejaba hecho unos zorros al
PSOE para poner a Rajoy en La Moncloa, aquí acordaba los presupuestos con el
PP. Será casualidad la concomitancia de las dos cosas. Así que la legislatura
arrancaba con una mayoría de izquierdas poco propensa a entenderse y teníamos
ya en el primer año a Javier Fernández acordando los presupuestos con las
derechas, facilitando la Presidencia de Gobierno al PP y cosechando halagos
sonrojantes de toda la prensa conservadora.
Pedro Sánchez se hizo rojo en el destierro y gana las primarias porque las
bases del partido no se habían embarcado en el viaje extravagante de sus
líderes y barones. Javier Fernández queda fuera de sitio como presidente de la gestora
y su pacto presupuestario con el PP ahora queda como una excentricidad. Para
que todo se enrede más, Barbón y sus sanchistas ganan la Secretaría de
Asturias, con lo que el partido en Asturias se distancia de Javier Fernández y,
lo que es más divertido, del propio grupo parlamentario. En algunos sitios no
precisamente pequeños hay incluso una reprobación explícita del Presidente. Así
que Fernández queda en minoría en el Parlamento y desautorizado por su partido.
La línea oficial del PSOE ya no es la línea del Gobierno del PSOE. Adrián
Barbón apoya al Gobierno, dice, pero Javier Fernández gobierna con su sombra
sobre la cabeza como si fuera la Panza de Burro de Las Palmas. Ahora dice que
él no será un obstáculo para los acuerdos que consiga la FSA con otras fuerzas
de izquierda. Con media legislatura por delante, ese es el fuelle: que el Presidente
no sea obstáculo. Eso sí, pone sus límites. La oficialidad del asturiano estaba
tan ausente del programa electoral del PSOE como la rebaja fiscal del impuesto
de sucesiones, relevante en lo económico y crucial en lo político. Pero unas
ausencias estaban más ausentes que otras de las intenciones.
No se trata de que ahora Javier Fernández esté haciendo mal. Ahora no tiene
opción fácil: ni quedarse, ni dimitir, ni convocar elecciones es fácil.
Simplemente la situación ahora es así. Podemos, sobre todo Podemos, debe
entender que las derrotas internas de Fernández sí crearon una situación
favorable para entendimientos con el PSOE. Algunas cosas que Podemos debe
aspirar a cambiar, como las prácticas clientelares, las canonjías que están en
mente de todos o las opacidades políticas no se pueden cambiar con un acuerdo
que se firme. Tiene que ser en un día a día desde una posición de fuerza y esa
posición se alcanza con un acuerdo que convierta a la formación en un verdadero
socio de Gobierno. Es importante que la actual mayoría progresista sea la que
dé forma al servicio escolar de 0 a 3 años que está sobre la mesa y que parecen
querer todos. La derecha quiere hacer con ese ciclo una gigantesca donación a
la Iglesia a través de la enseñanza concertada. El ansia doctrinal de la
derecha y la Iglesia es más impetuosa que la de los independentistas catalanes.
Podemos e IU tienen que entrar ahora en la estructuración de este nuevo
servicio público para evitar su tergiversación sectaria. Seguramente ahora el
ofrecimiento de Javier Fernández no tiene la carga de escepticismo que tuvo
otras veces, porque su extraña situación no le deja otra opción lógica que un
pacto de largo alcance con IU y Podemos.
Los problemas de Asturias (económicos, de despoblación, de organización
metropolitana, de comunicaciones, …, los de siempre) son complejos y resultado
de haber dejado a su aire demasiado tiempo demasiadas cosas. Los populistas
creen que las cosas tienen causas sencillas y se arreglan con actuaciones
sencillas. Los inmovilistas creen que todo es tan complejo que no encuentran el
momento y manera de empezar, de tantas cosas que hay que aclarar de antemano
(piénsese, como ejercicio, en la eutanasia o la oficialidad del asturiano). Los
políticos operativos no simplifican como los populistas las soluciones, pero sí
simplifican los problemas como para que sea sencillo el siguiente paso (o el
primer paso). A ello deben aplicarse Podemos e IU, a simplificar en cada
momento el siguiente paso en las tareas complejas. Que hagan un esfuerzo por
sacarnos de esta modorra.