Hay gente que merece la muerte. Sólo por autoengaño o pereza se puede
repetir la monserga de que nadie merece morir. Pero tenemos toda la razón los
que no queremos en ningún supuesto la pena de muerte. Hay individuos que
cumplen sesenta y cinco años y que siempre fueron malas personas y no merecen
la solidaridad de nadie. Pero tenemos toda la razón los que apoyamos esta
movilización de pensionistas que exige que todos podamos encarar la última
madurez y la vejez con recursos dignos. Pero no se exige esto porque creamos
que todo el mundo lo merece. Como no merece atención sanitaria un desalmado que
entra pegando tiros en una escuela y resulta malherido por la policía. Y tenemos
razón en atenderlo y curarlo, pero no porque lo merezca. Nuestros servicios
públicos y nuestro sistema penal no están concebidos para que cada uno se lleve
lo que merece. Ni tampoco extendemos la capa de civilización a quien se ganó
nuestra repulsa porque queramos ser buenos y misericordiosos. Lo que hacemos
con los sistemas de protección y con los castigos por los delitos es moldear
nuestra convivencia, tomar la sociedad como si fuera plastilina y darle la
forma en la que nos gusta vivir. Reprimimos las conductas intolerables con la
fuerza y la cárcel. Como una sociedad organizada siempre es más fuerte que los
delincuentes, puede elegir la forma en que reprime las conductas indigeribles.
La represión no se discute y no falta en ninguna sociedad civilizada. La
elección es si arrinconamos al crimen de manera que lo normal sea vivir al margen
de su sordidez o si ponemos tan en primer plano la infamia del acto criminal
que tengamos la roña de su inmoralidad en nuestra vida corriente y en nuestro
ánimo. Y lo que hacemos es lo que nos conviene y lo que nos hace mejores, con
independencia de lo que merezca el infame. A un niño que pega a otros, rompe
cosas y chilla para desquiciarnos no le aplicamos toda la fuerza que tenemos,
pero no sólo porque sea un niño y pueda no merecerlo. Es que no es así como
queremos vivir, no nos hace falta para controlar al niño díscolo estar todos
los días en ese estado infeliz en el que quieres dar puñetazos. No lo
necesitamos, tenemos fuerza de sobra para hacer otras cosas. Y hasta para tener
compasión e intentar que aprenda otra conducta. Con los niños siempre. Puede
que con la asesina de Gabriel no, puede que con otros adultos sí. Como digo, la
fortaleza de las sociedades civilizadas permite la represión y la consideración
de todas las posibilidades, incluidas las más benignas y desde luego incluida
la posibilidad de que el rencor, el miedo, el dolor o la ira que acompañan al
crimen sean materias con las que traten profesionales (jueces, policías,
servicios sociales, …) y no la materia de la convivencia ordinaria.
Cuesta sacar algo positivo de la miserable sesión parlamentaria sobre la
cadena perpetua, salvo el resultado de la votación. No hay gráficas en las que
quepa la bajeza moral del PP. C’s se va acreditando como un partido perfecta y
esféricamente inmoral. Pero no es ese el principio ni el foco de la historia.
No se puede encarar la vileza mostrada por las derechas más que desde
convicciones básicas y firmes. Y no las vi en la izquierda que votó contra la
cadena perpetua. El ingrediente principal del fango con el que el PP quiere
llenarnos de mierda era la impúdica presencia de los padres de víctimas de
crímenes horrendos y conmovedores, como Diana Quer o Mari Luz Cortés, con el
pequeño Gabriel casi de cuerpo presente. El PP quiere que el desgarro de las
víctimas y la extrema maldad de la asesina estén tan en primer plano que en
nuestro ánimo no quepa más que lo que merece la canalla y nos olvidemos de cómo
queremos que sea nuestra sociedad. Y la izquierda no mantuvo ante la mirada
dolida y severa los padres de las víctimas la entereza y asertividad que nuestra
convivencia reclamaba. Se permitieron salir del hemiciclo con unos azotes en el
culo y una lección infligida. El PSOE ahora quiere marear la perdiz, quiere
derogar la cadena perpetua pero que la derogación no llegue nunca. Podemos bajó
la mirada ante los padres y musitó que a lo mejor podía hacerse un referéndum
sobre esto. Es decir, lo más parecido a un linchamiento: tenemos a estos
infames, pueblo, qué hacemos con ellos. Y no es que las ideas en Podemos, y
espero que en el PSOE, no estén claras.
Faltó presencia, afirmación y altura. El dedo de los padres nos señala, nos
exige y nos imputa complicidad con el mal o falta de empatía con el bien. Respetuosamente:
el padre de Diana Quer no era mejor que yo antes de que muriera su hija;
respetuosamente: después de que muriera tampoco; tiene derecho al dolor y a la
ira, tiene mi solidaridad y mi acompañamiento en el llanto, y hasta tiene mi
comprensión de su debilidad si me insulta;
pero, respetuosamente, no tiene mi inferioridad moral ni cívica. Sigue
sin ser mejor que yo. Alguien en el hemiciclo debería haber hablado a la nación
respetuosamente y con firmeza mirando a los ojos de las víctimas con entereza.
No se puede convertir la solidaridad con las víctimas en un gimoteo melindroso
deshabitado de principios.
El PP tiene razón, desde luego, en que nuestro código penal es demasiado
blando. ¿No estaba por allí, con lo ojos inyectados de ira, Fernández Maíllo, a
quien no se puede investigar porque los delitos que se le imputaron en Caja
España habían prescrito, de tanto que se tarda en investigar a un aforado? La
ruina de las Cajas fue un saqueo inmisericorde al país. ¿Cómo es que nuestras
leyes dejan que esos delitos prescriban? ¿Qué tal vive Rodrigo Rato? ¿Sigue en
peligro, como dijo Jorge Fernández para justificar que se pasease por el
Ministerio del Interior como si no estuviera imputado por delitos espantosos?
¿No piden a gritos el endurecimiento de las leyes la presencia en el senado de
Pilar Barreiro o las regalías en que se solaza Federico Trillo, aquel que jugaba
a pinto pinto gorgorito con los restos de nuestros militares y las bolsas que
deberían identificarlos para sus familias?
Recordaba estos días, con datos precisos, Javier Fernández Teruelo que
España es un país con pocos homicidios, menos que los envidiados países
nórdicos, y sin embargo tenemos más población reclusa que la mayoría de Europa.
Tenemos un código muy duro para una criminalidad muy baja. Recuerda también
este jurista que el horror de Gabriel no es nuevo, siempre hubo asesinatos de
niños, pero ahora menos que nunca. El PP no quiere la cadena perpetua (los
periodistas deberían imponerse el sano hábito de contar las cosas con sus
propias palabras, y no las de los interesados: ni las extorsiones de ETA eran
un impuesto revolucionario, ni la amnistía fiscal fue un afloramiento de
activos ocultos, ni la cadena perpetua es una prisión permanente revisable)
porque haya problemas nuevos ni más graves que aconsejen un cambio llamativo.
Acumuló tanto fango en estas décadas que ahora nos quiere enmerdar a todos con
sus miserias. La experiencia catalana parece haber ratificado a C’s que no hay
calamidad que no venga cargada de oportunidades. La manera desvergonzada con
que cambia de criterio según sople el aire (qué ridículo resultó Rivera el día
después de la manifestación feminista) revela su falta de escrúpulos y su
inmoralidad. Lo que hubiera hecho este chico si le hubieran tocado los tiempos
de ETA.
La sociedad española perdió un asalto. Los basureros llenaron de basura el
hemiciclo, los informativos y nuestras conversaciones. Los que resistían en el
barco de la civilización no mantuvieron el tipo y bajaron la mirada. Respetuosamente
y con firmeza, mirando a los ojos de las víctimas, el código penal es como todo
lo demás: la forma en que modelamos la sociedad en que queremos vivir.
Respetuosamente, tienen nuestra solidaridad, pero no nuestra inferioridad ni
moral ni intelectual.
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