Chu, el viejo y admirado chef de la película de Ang Lee Comer, beber, amar, curiosamente había
perdido el sentido del gusto hacía tiempo. En una borrachera con su primer
cocinero, este le dice que para él era como Beethoven, insensible para su
propia comida como el compositor era sordo para su propia música. Chu, entre
hipos alcohólicos, le confiesa su secreto. Hacía años que el gesto de su compañero
de borrachera cuando probaba lo que él cocinaba era lo que le revelaba el sabor
y matiz de su comida. A veces las cosas se muestran claras en la reacción que
suscitan. Cuando se convocó para el día ocho la huelga femenina contra acosos,
brecha salarial y otras brechas entre hombres y mujeres sonó rara. Ni se veía
claro quién la convocaba (se decía que «grupos feministas» con la misma pereza
con que se dice que la pólvora la inventaron «los chinos»), ni sonaba normal lo
de que fueran sólo mujeres, ni se le intuía seguimiento, ni se sabía a quién se
pedía qué. Pero, como el primer cocinero de Chu, la cara y reacción de los
críticos nos lo fue explicando todo mucho mejor que las protagonistas. Ya había
pasado antes con el movimiento #Me too, cuyos aires tienen bastante que ver con
el ambiente previo al ocho de marzo. Desde hace unos días, sólo unos días,
puede uno poner en Google el nombre del movimiento y enterarse de qué va la
cosa. Antes de estos últimos días, si poníamos en el buscador #Me too, con
cualquier ortografía, lo que salía eran páginas y páginas de críticas airadas contra
#Me too, no en qué consistía #Me too. Google no hacía trampa. Simplemente era
más sonora la reacción contra la proclama del movimiento que la proclama en sí.
Inés Arrimadas fue una de las que nos ayudó a entender la convocatoria del
ocho de marzo. Dijo con la mayor frescura que estaba en contra por si acaso la
huelga era contra el sistema capitalista. Nada menos que una huelga contra el
sistema capitalista. Según parece, las feministas eran como aquel Frente
Judaico Popular de La vida de Brian,
que pretendía secuestrar a la mujer de Pilatos y dar a Roma cuarenta y ocho
horas para desmantelar el imperio. Los indicios que Arrimadas veía de tanto
peligro era que la convocatoria fue apoyada por Podemos e IU y qué pueden
apoyar estas fuerzas que no sea el desmantelamiento del imperio en cuarenta y
ocho horas. Con la misma frescura añadió que todavía no había leído el
manifiesto, pero se ve que tenía un pálpito. Días después, con el manifiesto ya
leído, confirmó que es que «había ideología» en esa convocatoria. El problema
de Arrimadas es que lleva detrás su resultado electoral de Cataluña como cuando
una hoja de papel lleva detrás una linterna: se le transparentan su textura y
sus ideas.
Después siguieron. El PP y C’s empezaron a decir que la huelga era cosa de
comunistas anticapitalistas y, más llamativo aún, que era elitista e
insolidaria. Digo que es más llamativo, porque aunque presentan un nivel
parecido de desvarío, es normal que PP y C’s estén en contra de los comunistas,
pero no se ve qué pueden tener en contra de algo elitista e insolidario,
precisamente ellos. Después leyeron entre líneas el manifiesto y nos aclararon
que la huelga era una apuesta por el enfrentamiento entre hombres y mujeres.
Entendamos que no es sorprendente que haya críticas a la convocatoria de una
huelga, de cualquier huelga. Los fines siempre son discutibles y que la huelga
sea un buen medio también. Lo que llama la atención es el nivel de irritación
que provoca una movilización por la igualdad. Como rezaba la regla de Da Shi,
el personaje de El problema de los tres
cuerpos, «cuando algo es muy raro, es que hay gato encerrado». Cuando una
persona se muestra intelectualmente deshabitada y amontona incoherencias, es
que algo prejuicioso le nubla el entendimiento sobre el rema que se le propone.
Y la forma nerviosa en que se acumulan los desvaríos sobre esta convocatoria
hacía pensar en esos ladridos que suenan cuando alguien cabalga.
Los ecos de #Mee too se superponían o se añadían o impulsaban esta
convocatoria. No dejaron de aparecer columnas variopintas para desenmascarar,
no los acosos o actos violentos que denuncia ese movimiento, sino al movimiento
en sí y a la manera en que denuncia. Se distorsionaron sus contenidos y se
inventarios puritanismos y linchamientos inexistentes para que la proclama
contra los acosos fuera una especie de extremismo paralelo pero de signo
contrario. Hasta se discutió que fuera acoso el chantaje de mantener o
conseguir trabajo a cambio de favores sexuales. Se identificó de la manera más
burda la actitud de ofrecer el cuerpo a cambio de dinero con la coacción de
tener que dar el cuerpo para poder trabajar. Sorprendentemente, fingieron no
entender que la coacción existe con independencia de que la mujer ceda o no a
ella y se pretendió que cuando por necesidad o debilidad se cede, no hay
coacción ni acoso sino transacción libremente aceptada por adultos. Se inventó
que la llamada a denunciar cada acoso supusiera el fin del coqueteo y de los
actos naturales y espontáneos, dulces o estúpidos, de acercamiento erótico. Se
deliró incluso que #Me too incluyera la denuncia del coito porque la
penetración es burguesa y machista. En la catarata de reacciones desnortadas se
llegó a la comedia bufa. Un diario especialmente enfermizo en su extremismo
dijo que Iglesias quería que las mujeres fueran el día ocho sin tampones y que
las abuelas ese día no cuidaran a los nietos. Si la comedia alcanza el punto
adecuado de desbarro, también hay sitio para Sánchez Dragó, que tuvo a bien
endilgarnos una autobiografía sucinta y no solicitada por nadie para dejar su
testimonio: él estuvo en todas partes y vio todo lo que hay que ver y nunca
nunca vio brecha salarial entre hombres y mujeres. Decía J. Monod sobre aspectos
del vitalismo de Bergson: «No intentaré discutir (no se presta además) esta
filosofía. Encerrado en la lógica y pobre en intuiciones globales, me siento
incapaz de hacerlo». Así es. Se llega al punto en que uno es incapaz de
discutir algo.
Las reacciones, como decía, fueron la primera pista de que había algo
desafiante y profundo en la convocatoria del día ocho. Luego empezaron a
aparecer en las universidades pancartas de apoyo a la huelga femenina.
Empezaron a alterarse agendas en administraciones públicas en atención a esta
convocatoria. Hace ya tiempo que los sindicatos sumaron su voz. Se habla en
todas partes de temas de igualdad. En Galicia se van a reunir mujeres
columnistas. No se sabe cómo, se inundó el ambiente de la cuestión igualitaria.
Así son los problemas que se creen ahogados cuando se tapan con la alfombra.
Así surgió de la nada el 15M y así surgieron ahora nuestros jubilados,
amenazando con convertirse en un verdadero martillo en la opinión pública. No
se sabe cómo, pero ese segmento de edad que supuestamente sólo mira para lo
suyo, no entiende nada y es manipulable como ninguno, de repente salen como una
plaga y en vez de chochear señalan certeramente uno de los ataques más
sangrantes a nuestra civilización: el derrumbe premeditado y ordenado del
salario que se cobra cuando ya no se puede ni debe trabajar y el propósito
perverso de entregar nuestra vejez a los manejos de los bancos, a quienes tanta
calamidad debemos. No es gratis ni pacífico arrebatar a la mayoría una justa
participación en la riqueza nacional. La gente sigue sintiendo sus problemas y
a veces acaba filtrándose su indignación por las grietas, como demuestra esta
epidemia de denuncia feminista y de jubilados.
Esta semana toca lo que toca: recordar que cuando hay crisis ellas pierden
más, cuando se sale de la crisis ellas no salen, tienen que hacer el doble para
que se repare en su existencia, que el acoso leve sostenido y persistente es
violencia, que la capa de civilización que protege a las mujeres de la
violencia grave y directa es muy fina, que hay que denunciar los acosos graves
y los leves. No hace falta ser mujer, comunista, ni elite para entender esto.
Sólo tener piel.
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