El presente es para nuestro entendimiento una cucaña resbaladiza untada de
grasa. Nuestra mente resbala continuamente hacia el pasado, y recopila, y hacia
el futuro, y conjetura. Si el presente es encima el momento actual de España la
actividad mental normal puede provocar una hernia cerebral, porque los
componentes de nuestra actualidad unidos podrían cortar cualquier mayonesa.
Repasemos someramente lo más visible de la seguridad, el nacionalismo –
patriotismo, la corrupción y la representación electoral.
España es uno de los países con menos criminalidad de Europa; a la vez, es
uno de los países con más gente en la cárcel y donde más severas se están
volviendo las leyes y las penas; y a la vez, es un país con grave impunidad en
grandes delitos con repercusión masiva. Sencillamente España es un país de
gentes tranquilas, pero que tiene legisladores y gobernantes empeñados en
convertir en delitos conductas que no lo son y empeñados en proteger conductas
que sí lo son. La impunidad de los poderosos es desoladora y la acumulación de
escándalos no consigue que nos acostumbremos a que sea parte del paisaje. Pero
lo que pincha como una aguja es que, por contraste, cada vez más conductas
cotidianas sean delictivas, cada vez más formas de discutir o disentir sean
delito y cada vez los delitos que reducen las libertades tengan un sesgo
ideológico más palmario. En España la injuria a la Corona es delito, no se
puede criticar la conducta del monarca sin riesgo. Es delito la ofensa a
sentimientos religiosos, y la ofensa consiste en que alguien se sienta ofendido
o diga que se ofende. Hay más encarcelados por delitos relacionados con el
terrorismo que cuando había terrorismo interno, lo que quiere decir que la
ofensa a las víctimas o la connivencia con la violencia la determina algún
augur observando el vuelo de los cuervos. No son sin embargo delito los odios
que truenan los obispos contra quienes les place ni periodistas enloquecidos
asegurando que dispararían contra los líderes de Podemos si llevaran algún arma
encima. La última broma la tuvimos con la censura de cuadros en Arco porque se
referían a presos independentistas como presos políticos. Cuando ETA estaba en
plena actividad terrorista, era legal que sus palmeros políticos y mediáticos
llamaran presos políticos a los terroristas encarcelados. Era legal porque
sería legal en cualquier país civilizado, por estúpida o inmoral que nos
pareciera la opinión. Uno de los libros políticos traducidos de Chomsky
incorporó en la edición española una cita de Josu Muguruza, a quien se
presentaba como «víctima de estado», aunque todo el mundo sabía que los autores
del crimen eran militantes ultraderechistas. Y la edición de ese libro con ese
añadido fue legal en plena vorágine de crímenes y altercados. Las leyes
actuales no responden a ninguna evolución negativa del país, sino al puro y
simple extremismo de quienes están en el poder.
Cada vez que el PSOE firma pactos de estado en asuntos de seguridad está
convalidando estas leyes autoritarias que tanto están dañando la convivencia.
Si el Gobierno quiere un pacto contra el terrorismo, el PSOE debe exigirle un
pacto completo sobre seguridad, no puede socorrerlo cada vez que a este le
conviene y darle carta blanca para que actúe a su antojo por la expectativa de que
al final siempre se avendrá mansamente a firmar el pacto que blanqueará todo lo
demás. El colmo de la desorientación es que su portavoz haya apoyado el
disparate de censurar cuadros.
Al hilo de la crisis catalana, el patriotismo se desató como un mal viento.
Por si fuera poco tanto patriota catalán y tanta rojigualda rugiendo «a por
ellos» en los balcones, encima el único movimiento electoral apreciable tuvo
que ver con las ínfulas patrioteras que las tripas bajas de muchos votantes
reclaman a sus líderes. Así que las dos derechas, PP y C’s se enzarzan ahora
tratando de sobar cada uno más que el otro los símbolos nacionales. El mero
hecho de que Marta Sánchez intuyera que era momento para el desvarío de esa
letra suya del himno nacional y que pueda tener algún rédito electoral elogiar
semejantes coplones mal rimados indica la descomposición política del momento
actual. La letra no era ñoña ni sentimentaloide, era infumable y espantosa. Eso
sí es zaherir los símbolos nacionales. Si hay algo más doloroso que escucharla,
es escuchar después a la autora que perpetró el engendro detallar el trance en
que la puso tanto amor patrio como llevaba dentro y escuchar a politicastros
intentar sacar raspaduras electorales del desatino.
Todo esto tiene una constante. La racionalidad de cualquier ideología o
sistema de convivencia tiene unos límites. A mí, por ejemplo, si un vegano
radical me pregunta que por qué es más importante una vida humana que la de una
vaca, me habrá llevado al límite de lo que estoy dispuesto a razonar y sólo le
diré que porque uno es humano y el otro una vaca y punto. Y esa es la constante
de todo esto. Por delitos o por arrobo místico, estamos hablando de la Corona,
de la Iglesia, del terrorismo y de la patria. Son todos elementos que
introducen actitudes compulsivas y emocionales en la vida pública. Cuanto más
papel tengan, cuanto más patria sea todo, más terrorismo sea sonarse los mocos,
más liturgia sea obligada antes dioses y banderas y más intocable sea el Rey
Majestad, menos debatimos lo importante porque más reducida es la racionalidad
de la vida pública. Tuvieron que ser nuestros mayores quienes nos recordaran en
manifestación lo que nos saquearon.
Con la irracionalidad, avanza la falta de reglas. La manera desvergonzada
en que se manipula la justicia para proteger delitos continuados y la nula
responsabilidad política que se asume por nada causa desmoralización y, como
digo, contribuye a la sensación de falta de reglas. Rajoy sólo dice que todo
eso son cosas del pasado. En una de sus historias, Les Luthiers contaban que
alguien había preguntado si Mastropiero había hecho testamento antes de morir.
Claro, decía Mundstock, no lo iba a hacer después. Lo que en Les Luthiers es
humor inteligente en Rajoy es mentira necia. Naturalmente que la corrupción y
cualquier delito es pasado. Salvo que tengamos alguna unidad pre-crimen, como
la de Minority Report, los delitos son cosas que se hicieron en el pasado. Es
el tipo de cosas que pone a Rajoy al nivel del himno de Marta Sánchez.
Los mecanismos normales de cualquier democracia que corrigen o mantienen en
niveles no tóxicos todos estos desajustes están en España bajo mínimos. Los dos
partidos que se turnaron en el poder, ocuparon y anquilosaron instituciones tan
sensibles como el Tribunal de Cuentas (nicho de nepotismo y vagancia) o los
principales órganos judiciales. Ante la arremetida de partidos nuevos ajenos a
las complicidades tejidas durante la transición, la reacción de los dos
partidos fue la de atrincherarse en vez de evolucionar. Y, como reliquia y
losa, ahí tenemos todavía esta ley electoral que tergiversa de manera ya
grosera los resultados electorales. Una ley prevista para que tengan mucha
representación los dos primeros partidos es injusta, pero no tergiversa cuando
esos dos partidos tienen el ochenta por ciento de los votos. Pero cuando apenas
llegan entre los dos a un cincuenta por ciento, es ya una verdadera
manipulación que acentúa la enajenación de la población con el sistema de
convivencia.
Estamos en un momento sin rumbo en un país singularmente invertebrado. La
chorrada del BNG de si Galicia tiene que hablar sólo con naciones para no parecer
una región sólo es un ejemplo de que cada loco está a su bola y no hay adultos
dirigiendo este tren. Es difícil decir qué podría hacer mejorar las cosas. La
Corona está demostrando en cada crisis para qué es para lo que no sirve. Lo que
sea que haya que hacer ha de empezar por elecciones generales no trucadas inmediatas.
Tenemos derecho a decidir.
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