El día 8 fue un día para zanjar memeces. Creí que iba a ser un puñetazo en
la mesa, pero no fue eso exactamente. Los puñetazos en la mesa suenan fuerte,
pero no crean resonancias, no son el tipo de sonido que hace que vibre una copa
de la vajilla. Y además los puñetazos en la mesa son gestos enérgicos, como
estallidos que quieren zanjar algún asunto. Algo de todo eso fue el día 8, pero
no exactamente eso.
Como digo, el día 8 fue un día para obviar boberías y asentar evidencias de
sentido común. Solemos pensar que las cosas complejas hay que analizarlas y que
los problemas deben razonarse. Pero pocas cosas hay que no se degraden con el
exceso, y el análisis y el razonamiento no son la excepción. Si desarticulas
una mesa separando el tablero, las patas y los cajones, se puede decir que
estás analizando la mesa y despiezándola en componentes. Si después a los
componentes les pegas hachazos, no los estás analizando en componentes más
finos, sino que ya estás destrozando la mesa original. Hay que distinguir
cuándo estamos razonando una cuestión y cuándo estamos enredando y mareando la
perdiz, es decir dando hachazos a los términos del problema. Por ejemplo, en su
candidez Zapatero montó un comité de bioética sin darse cuenta de que su único
efecto sería que no se pudiera legislar sobre los temas en los que la Iglesia
tiene doctrina sin marear la perdiz. Las cuestiones básicas de la igualdad de
sexos son evidentes: las mujeres tienen más desempleo y trabajos peor pagados, cargan
más con la dependencia y la familia, sufren formas graves y menos graves de
violencia y acoso específicos por su condición de mujer y soportan una carga
notable de prejuicios. Pocos brutos se atreven a bendecir en público una
situación así. El machismo retórico zafio y directo no abunda. Pero sí se deja
oír en la forma post-machista de enredar, marear la perdiz y pretender hacer
problemático lo obvio a base de fingir razonamiento cuando se están dando
hachazos a la cuestión: los maltratadores no forman una organización ni hacen
proselitismo, como los terroristas, no hay violencia de género sino suma de
casos individuales; por qué va a ser distinto si es ella la que le pega a él,
hay que estar contra toda forma de violencia; si las chicas no se matriculan en
ingenierías es porque no quieren, nadie se lo impide, ¿no es paternalista
protestar contra lo que hacen por su propia voluntad?; el acoso está mal, pero
¿va a resultar ahora que cualquier hombre está a merced de que una mujer quiera
denunciarlo?; morderse el labio inferior, mirar con deseo, arrastrar e
infantilizar la voz, …, siempre se coqueteó así, ¿ahora vamos a ser robots?; si
hacemos una lista de los gestos que son acoso, vamos hacia un puritanismo
progre peor que el de la Iglesia; … Columnas y tertulias se llenaron con este
tipo de mandangas, que tienen por supuesto réplica una por una. Pero el día 8
se dijo que las gansadas post-machistas con sus correspondientes réplicas son
un enredo cansino y paralizante, mientras por cada mujer muerta sigue habiendo
muchas más aterrorizadas, mientras la diferencia de renta entre hombres y
mujeres rechina con el sentido común y mientras las mujeres tienen que evitar
parques de noche y volver acompañadas porque ya se sabe. El día 8 se acabaron
los razonamientos, las mujeres pararon para que quedara en la sociedad el molde
de su actividad y salieron, salimos, a la calle para zanjar las evidencias sin
pamplinas.
Pero no se zanjó la cuestión con un puñetazo en la mesa, decía antes.
Aitana Castaño, en su habitual y agilísimo palique digital, dijo que nunca
había visto tantas sonrisas manifestarse. Y así fue. Hubo firmeza sin cabreo.
Fue festivo, cómplice y sonriente sin graciosada. No se zanjaron las cuestiones
con un puñetazo, que siempre es un gesto de desafío, sino algo más parecido a
ese recurso asertivo que se llama disco rayado, la sordera estratégica que
mantiene el discurso inalterable ignorando la perorata de la otra parte. En la
manifestación se enfrentaron directamente las desigualdades y se hicieron oídos
sordos a novelistas que creen que sus escoceduras antifeministas son rebeldes e
incorrectas y a pretendidas provocaciones que «incendian» las redes sociales y
que no pasan de graciosadas alatristes y avinagradas.
Claro que la reacción política hizo fácil esta actitud de zanjar debates
picados de viruelas. A la derecha le cogió todo esto con el pie cambiado. No
podían sumarse a este jolgorio progre ni había forma decorosa de oponerse, por
lo que no hubo más que improvisación, tartamudeo y una indefensión intelectual
casi tierna. La determinación de este 8 de marzo entró como un estilete en
argumentario conservador y lo partió en cachos inconexos. Balbucearon huelgas a
la japonesa, hablaron de huelga de elites, deliraron totalitarismos, se dijeron
fuertes y no víctimas y, en el culmen del desbarro, Cayetana Álvarez, la que no
tiene más currículum de vida pública que no perdonar a Carmena, titula «No a la
guerra» sus desvaríos contra la jornada. C’s, un partido líquido que cabe en
cualquier hueco que le dejen los demás, de repente se hizo pastoso y con
grumos, y ahí siguió con que es que ellos no son anticapitalistas. Qué dirían
cuando vieron esas mareas gigantescas por todas España. Si todo eso era
anticapitalismo estamos al borde de una revolución. Y, cómo no, la Iglesia
volvió a lanzar su oscuridad medieval sobre nuestros temas de convivencia. Qué
fácil se hizo que se manifestaran sonrisas que ignoraran tanta ocurrencia
nerviosa.
Pero decía que esto no era un puñetazo en la mesa también porque esto sí
tiene resonancias. Rivera e Inés Arrimadas tenían parte de razón. Sí que había
ideología. Se hubieran sentido un poco fuera de sitio en este barullo. Los
temas sociales no suelen ser aislados. Tiras de una uva y sale un racimo
entero. Ya pasó antes con desahuciados y mareas sanitarias o educativas. La
movilización del 15 M manifestó que nuestra sociedad no está en paz. El éxito rápido
de Podemos fue un síntoma, no una enfermedad. La contracción de su apoyo no fue
aprovechada por nadie, porque no se cura el sarampión extirpando granos. Por el
poro feminista salió en chorro parte de indignación sorda que se acumula con la
creciente desagregación social. El poro de los jubilados y las pensiones está
también supurando agitación. Cualquier uva puede llevar consigo el racimo. Si
nuestros representantes creen que la resistencia a esta devastación social se
reduce a los aciertos o desaciertos de Pablo Iglesias, sólo conseguirán que la
representación política flote sobre la sociedad como el aceite flota en el
agua. La denuncia feminista exhibe muchas de nuestras heridas sociales y cala
muy hondo en las bases de nuestra convivencia. Si mucha gente se junta por la
causa feminista, acaba juntándose por la causa. El obispo de S. Sebastián y
Albert Rivera, cada uno desde sus debilidades, acertaron al ver en el día 8 lo
que el yagunzo protagonista del Gran
Sertón de Guimaraes Rosa:
«El demonio en la calle, en medio del remolino …».
No hay comentarios:
Publicar un comentario