El último sondeo del CIS pasó por la actualidad como escabulléndose. Hablaron
de él los analistas pero apenas los políticos por una razón obvia: no hubo
buenas noticias para nadie, lo que implica que tampoco fueron desastrosas para
nadie. Una melancolía sin tragedia.
El PP sigue bajando pasito a pasito, a pesar del 155 y las mesas repartiendo
banderas rojigualdas. La hostilidad independentista había creado un estado
emocional propicio para que rugiera la palabra «España» como una prolongada
onomatopeya que no dejara oír a los jueces detallar el volumen de los delitos y
golferías continuadas del PP. Pero cuando Rajoy se quiso instalar en una patria
grande y libre se encontró con que Rivera ya estaba alli y le había birlado la
unidad de destino en lo universal. Rajoy es un político demasiado desacreditado
para protagonizar un golpe de efecto. Sigue en la Presidencia por pura suerte.
La sensación de parálisis y consunción que dio tras las elecciones de diciembre
no era táctica. Si no hubiera habido en el PSOE una quinta columna trabajando
para él, si Pablo Iglesias se hubiera ahorrado un par de episodios y si Sánchez
hubiera sido sólo un poco más listo, se hubiera formado un gobierno de
izquierdas y el PP se habría convertido ya en una chatarrería donde C’s estaría
escarbando buscando piezas utilizables a buen precio. Sin el poder, con ese
cuarto de distancia que marca todo el mundo con quien pierde el mando, el PP
tendrá que enfrentarse a sus diferencias internas, a su pasado y al sálvese
quien pueda cuando empiecen a menudear Costas y Correas arrepentidos. Lo
sostiene en el poder la incapacidad de una izquierda que lo sigue dejando como
único refugio de la sensatez. Pero el voto sensato y tranquilo tiene ya donde
guarecerse. El PP confía ahora en sacar réditos de crispaciones emocionales
populistas. Por eso desatan una campaña para ampliar la cadena perpetua inflamando
al público con la cólera de las víctimas. Por eso vuelven a sobreactuar con los
símbolos nacionales y quieren llenar las escuelas con ditirambos al ejército.
Por eso en Asturias desquician la oficialidad del asturiano delirando quiméricas
conspiraciones separatistas y alucinando furiosas coacciones y violencias de
cómic.
Pero el sondeo es melancólico, no trágico. El PP sigue siendo el partido más
votado. Los efectos de sus leyes siguen rampantes: salarios menguantes con
beneficios crecientes, encarcelamientos por apologías de ETA sin ETA, pleitesía
hacia la Iglesia para no cometer delito de odio, prescripción en cadena de los
delitos de corrupción y en las escuelas menos filosofía, más religión y ahora además
instrucción militar. Son el partido más votado, hacen lo que les da la gana,
mantienen sus leyes extremistas y el PSOE los apoya a cambio de nada cada vez
que quieren aparentar sentido de estado. No todo va mal para el PP.
El sondeo pone al PSOE en tierra de nadie. No tiene ninguna combinación para
formar gobierno. Ni con Podemos ni con C’s. Y una coalición con el PP, con la
fragmentación actual del voto, ya no sería una gran coalición a la alemana. Si
lo que dice el sondeo fuera el resultado de las elecciones, Pedro Sánchez
estaría en los pasillos mareado sin saber a quién pedir cita. El PSOE necesita un
discurso propio, claro y reconocible. Sus continuos apoyos al PP en lo que cree
cuestiones de Estado y el ninguneo que recibe a cambio lo hacen una fuerza
inaudible. El sondeo muestra que las bajadas de Podemos no hacen subir al PSOE.
Y el CIS muestra otras dos cosas: que en realidad Podemos resiste y que C’s
empieza a quitarle votos por la franja moderada.
C’s se benefició del hartazgo de todo el mundo con las continuas
estridencias independentistas. Rivera es bien visto por los apoyos del PP y
puede llegar a electores moderados a los que no llega el PP. Tiene pocas
posibilidades de meter la pata porque no tiene poder en ningún sitio. Basta con
que Inés Arrimadas hable lo menos posible. Cuando habla, no sólo exhibe su poca
consistencia, sino que nos hace temer antes de tiempo que C’s es de derechas. El
sondeo también es melancólico con Rivera. Se suponía que era ya la fuerza más
votada, pero El CIS dice que le saca muy poco a Podemos y que sigue lejos del
PP. No es seguro que quede más agua electoral que sacar del pozo de Cataluña.
Sólo pueden confiar en que los jueces sigan demoliendo al PP.
Podemos tiene también un mensaje agridulce. Se confirma que baja, pero que
resiste. Y además no parece que nadie le esté quitando votos. Su descenso
alivia al PSOE pero sólo porque no le está quitando votos, no porque el PSOE se
los esté quitando a ellos. Podemos sigue teniendo una posibilidad de crecimiento
en el espacio que perdió porque ese espacio no lo ocupó nadie. Pablo Iglesias
tuvo ya muy notables intervenciones parlamentarias, pero en momentos clave
tendió a la sobreactuación. Sobreactuó en su perfil crítico, hasta mentarle a
Sánchez la cal viva de otros. Sobreactuó en su perfil conciliador hasta la
condescendencia. La cordialidad que mostró con el PSOE en la moción de censura le
beneficia, pero la condescendencia que mostró otras veces se percibe siempre
como autosuficiencia. Sobreactuó también su perfil provocador con la pantomima
de aquel gobierno del que él iba a ser el vicepresidente o aquel Tramabús que dejó
de circular. Pablo Iglesias suele ser eficaz en sus intervenciones. El problema
es que sus sobreactuaciones suceden en momentos muy relevantes, en los que
justo hay que escribir con buena letra sin salirse de los renglones por arriba
o por abajo. A Podemos lo desdibujó el conflicto catalán, no sólo por la
debilidad de su mensaje en ese conflicto, sino porque el ruido de las naciones
apagó el interés por las cuestiones sociales y de regeneración democrática que son
el discurso natural y distintivo de Podemos. A este respecto Podemos tiene que
aprender a modular sus mensajes y reducirlos a lo que sea relevante en cada
coyuntura. No se puede soltar siempre todo lo que se piensa, no porque haya que
ocultar, sino porque los mensajes de más y a destiempo crean ruido y distraen. Por
ejemplo, por discutible que sea, Podemos puede querer un referéndum en Cataluña.
Si la mitad de la población quiere la independencia y más del ochenta por
ciento quiere un referéndum decir que el referéndum no es una posibilidad es
hablar por hablar. Pero no se puede dar prioridad a ningún referéndum cuando la
situación se desquicia con un Parlament en el monte, vivas a repúblicas
inexistentes y policías golpeando sin sentido. Otro ejemplo. Podemos quiere
acordar con C’s un cambio en la ley electoral perfectamente atinado. Pero introducir
el voto a los 16 años en este complicado asunto es llamativo y distrae de lo
fundamental. Podemos puede tener sus razones para pensar que eso es lo justo. Pero
no se puede meter en las negociaciones el lote completo del pensamiento propio
hasta hacerlo una pieza inmanejable en el juego de acuerdos y cesiones. Todo lo
que se añada a lo fundamental es ruido y distracción. Por lo mismo, Irene
Montero tendrá sus razones para pensar que «portavozas» es un neologismo
conveniente, pero esa idea suya acaparó titulares y comentarios y por unos días
hace más difícil que Podemos consiga atención sobre otras cuestiones de
regeneración y política social. No salirse de las líneas y adelgazar los
mensajes para centrar la atención en lo que importa son algunas de las maneras
a las que tiene que aplicarse Podemos para rellenar su propio espacio. Y buena
falta hace que lo consiga.
El sondeo del CIS indica que hay partido. Todos están a tiempo de acercarse
a lo que pretenden, pero todos están sin margen. En unos meses deberán moverse
algunos banquillos y algunas poltronas.
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