¿No os parecen odiosos? Demasiada gente contestaría con un sí rotundo, pero no porque estemos de acuerdo. Odiamos, pero no las mismas cosas. Es verdad que hay una capa amable de bondad, que aplaudimos, nos saludamos por las ventanas y nos damos ánimos. Pero la red social parece una toalla a la que estuvieran retorciendo para sacarle los jugos más amargos, los hollejos del final cuando no queda nada que exprimir, como esa bilis que llega a la boca cuando la arcada ya no encuentra qué expulsar. Ante la inmundicia que aflora es normal reaccionar con repugnancia y así nuestra repulsión engorda el vitriolo que está abonando el terreno para después del confinamiento. Es momento de no hacer lo que no conviene, ni hacer lo que conviene pero no se puede.
En las variantes modernas del mito, un vampiro no puede entrar en tu casa si no lo invitas. Con todos sus poderes, sin la invitación solo puede merodear. Todos somos vampiros merodeando la mente de los demás, a todos nos importa qué creen, qué saben o cómo se sienten y nos sienten y queremos afectar a todo eso, por razones cariñosas, funcionales, interesadas o deshonestas. Tratándose de vampiros, lo importante no son los poderes de la gente con formación, ideas y capacidad. Ni es la ignorancia o bajeza de los necios de raíz. Lo importante es la invitación a entrar en la mente. Para abreviar podemos llamar a esa invitación empatía. Quien empatiza con nosotros es el vampiro al que ya invitamos a entrar. Una vez lo dejamos entrar en nuestra mente, ya puede poner sus cargas en nuestro cerebro con facilidad, de eso va la comunicación pública. Es empático quien hace que estemos a gusto con nuestro estado emocional: si estamos coléricos, nos hace sentir acompañamiento, energía y justicia en nuestra destemplanza; si estamos tranquilos, nos hace sentir nuestro sosiego y lo disfrutamos. Él puede reconocer nuestra placidez, pero también nuestros miedos y frustraciones. A ello se aplican los especialistas en comunicación. No buscan razones o ideas. Buscan acoplamiento emocional, el permiso para entrar en nuestra mente.
La red social es una caricatura de lo que pasa. Los vampiros maliciosos merodean, porque estamos en una situación propensa a repartir invitaciones. Es una situación que favorece la polarización. Esta es una palabra manida y rara vez reparamos en lo que quiere decir. Poco antes del coronavirus (ahora son más difíciles las valoraciones), un analista de la política americana decía que si Trump saliera con un rifle anunciando que iba a pegar tiros en Manhattan no perdería apoyos. Quienes se oponen a él lo odiarían más, pero quienes lo apoyan no verían relevante esa conducta. No sé si el analista exageraba por didactismo, pero parece claro lo que quiere decir. Todos tenemos prejuicios y todos aplicamos la ley del embudo. La polarización desboca esa tendencia y le quita frenos y contrapesos. Es un cierre de filas irracional con el que anulamos la ética más elemental y despreciamos la verdad palmaria. Para la convivencia, lo más grave de los casos Gürtel y Lezo no fue el saqueo del PP al dinero público, ni la mentira y ocultación correspondiente. Lo más grave fue que una mayoría seguía votando al PP, a pesar de que consideraban verdaderos los hechos y de que no les gusta que les roben. Ese es el efecto de la polarización: la gente se siente en emergencia, la ética no afecta a las valoraciones y no hace falta mentir, porque la verdad es irrelevante. La desfiguración del oponente es tal, que el cierre de filas con los afines es una urgencia. En una vida pública polarizada no rige la moral y no hay defensa contra el bulo. La mentira desvergonzada es útil porque, al no contar los hechos, no necesita ser creída y solo tiene que dar al odio lo que el odio necesita: lenguaje, palabras que gritar.
Esta degradación de la política es la preferida de los ultras, los que no tienen nada racional que ofrecer y solo pueden tener arrastre cuando la gente tiene miedo y odio y cuando es empático el lenguaje de la fuerza y el resentimiento. Y a la mayoría de la gente no se la puede llevar a ese punto más que mintiendo. La mentira primero deforma los hechos y, cuando la polarización hace que no importen, es el soporte expresivo del odio. La polarización es el medio en el que prospera la brutalidad y el bulo. Ahí tienen a Trump.
La mala fe, el bulo y la descalificación hiperbólica están siendo lluvia fina en medios y partidos conservadores y torrencial en los ultras, con una frontera borrosa entre los dos. Abundan llamamientos a un gobierno de salvación o de emergencia nacional. La historia de España parece una campana donde resuenan ecos con intensidad y sabemos qué ecos son esos de los gobiernos de salvación patriótica en nuestra historia. A todos nos complace que el ejército cumpla sus funciones en la emergencia, pero las alabanzas arrebatadas a los uniformados expresadas con lenguaje bélico embelesado desde tribunas agresivas son como el órgano de Maese Pérez: parece que en realidad hablaran voces difuntas y oscuras de momentos pasados y sombríos. Vox pide un gobierno de emergencia, tutela militar y enjuiciamiento del Gobierno; es decir, como tantas veces, un golpe militar y rojos a la cárcel. Decía al principio que es normal reaccionar con repugnancia a lo repugnante.
Pero decía también que no hay que hacer lo que no conviene. Esparcir nuestra repugnancia es apagar con gasolina el fuego de la polarización a la que con tanta intensidad se aplican los ultras. Quien se deje llevar a la cólera y la irritación está dando permiso para entrar al vampiro empático con la ira. Conviene mucha más templanza y paciencia de la que yo recomendaría en situación normal. El Gobierno acierta en no entrar al trapo de desmentir demencias. Ahora mismo no se puede rebatir el ruido más que añadiendo más ruido y contribuyendo a ese clima insano en el que solo crecen los que crecen con el ruido, el odio y la falsedad. La crisis sanitaria irá pasando y, si Europa hace sus deberes (y solo si tal cosa ocurre), la economía no se recuperará de golpe, pero tendrá una senda. En ese proceso chirriarán los desvaríos como tracas desafinadas. Se repartirán culpas, pero civilizadas, de esas que consisten en ganar o perder elecciones. El Gobierno tendrá que explicarse si no quiere cargar con esas culpas. Pero no será el único. Ojo al auto del juez Seoane por la denuncia extemporánea del Sindicato Unificado de Policía. Dice el juez que en situación de guerra se consideran traidores a los desinformadores, los que desmoralizan y desmotivan a la población civil. No solo será el Gobierno (y que tome nota del auto el CSIF).
Hay en el ambiente político nostalgia de los Pactos de la Moncloa y querencia de un gobierno de concentración (no de salvación patriótica). Pero los Pactos de la Moncloa no se hicieron con un gobierno de concentración. Un gobierno de PSOE con el PP (tan querido por quienes saben cuál es el bien de España, vote lo que vote la gente) no es lo bastante representativo. Si se amplía la base, no se puede ignorar alegremente que el tercer partido es explícitamente fascista. Los Pactos de la Moncloa partían de que todos los sectores tenían que hacer su contribución y toda contribución era un sacrificio. ¿Pedirán más sacrificios a los que ya no pueden vivir con su sueldo, más cesión de derechos? ¿Van a exigir a las grandes fortunas lealtad fiscal? ¿Se va a poner siquiera encima de alguna mesa?
Como digo, llegará el tiempo de balances y aprendizaje. Aunque olvidemos lo demás, hay algo que debemos recordar. ¿Qué haríamos hoy mismo si nos hacemos un esguince? Seguramente dudaríamos en ir al médico, dudaríamos de que nos atendieran y pensaríamos que, si nos atienden, no sería de la mejor manera. Lo que no debemos olvidar es que, sin sanidad pública, para la mayoría de la gente la atención médica sería siempre así, sin falta de emergencia. Y para que no sea así los ricos tienen que pagar los impuestos. Si empiezan por aquí, adelante con los nuevos Pactos de la Moncloa.
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