[Columna del sábado en Asturias24 (www.asturias24.es)].
En los pasatiempos de los tebeos de hace tiempo, a veces nos
proponían una imagen llena de rayas donde había que buscar un sombrero, un
paraguas o cualquier otra cosa difícil de ver porque sus contornos se confundían
entre tanta raya. Esta imagen nos acerca a ciertas tesis parciales sobre la
facilidad con que los niños adquieren su lengua materna, comparada con el
calvario que es para un adulto aprender una segunda lengua. Tales tesis dicen
que los niños pequeños tienen muy poca memoria a corto plazo y que por eso
ellos perciben con nitidez todo lo que se repite en las frases. Lo que se
repite son cosas como el número o el género que marcan las concordancias y, por
tanto, los niños "ven" con singular claridad la gramática de las
frases. Los adultos, con más memoria a corto plazo, no borran de su mente las
cosas que oyen y por eso lo que se acumula en su cerebro es un galimatías
sonoro en el que cuesta ver las concordancias o las recciones tanto como un
sombrero en un amasijo de rayas.
Las informaciones y manipulaciones, el extremo detalle de
las versiones que se formularon sobre los atentados del 11 M, pusieron a España
los últimos diez años ante un lío de rayas en el que no había forma de
encontrar ninguna figura reconocible. Cuando la verdad se asomaba, se ponían
más rayas al cuadro para que sus perfiles se confundieran y la historia se
extraviara. Hace diez años, mientras aquellas explosiones se nos espesaban en
el pecho y se solidificaban en nuestra garganta y mientras los móviles de los
cadáveres sonaban con desesperación, algunas cabezas se mantenían ágiles con
los números. Pedro Arriola le explicó a Aznar lo que importaba: si había sido
ETA ganaría las elecciones, pero si había sido Al Qaeda que las diera por perdidas.
Teniendo en cuenta que Arriola siempre quiso arrimar al PP a zonas
ideológicamente templadas y que le sobraban Zaplana y Acebes, es poco probable
que su diagnóstico en caliente tuviese la intención de iniciar una
tergiversación oficial de los hechos. Pero Aznar se tomó la observación con la
seriedad con que se toman siempre en el PP las observaciones de Arriola y él
tenía muy claro lo que era justo y conveniente para el país.
Ahora pasaron diez años y con la distancia llega el olvido
de los detalles, de tanto Tédax, tanta mochila, tanta furgoneta y tanto grupo
Mondragón. Con la memoria simplificada por efecto del tiempo, alcanzamos esa
claridad infantil tan eficaz y ahora, libres de tanta maraña de detalles y
rayas, nuestro cerebro puede ver lo ocurrido con la nitidez con que un niño oye
la gramática de una frase.
Las falsedades del PP, emisora episcopal y prensa afín
fueron distintas antes de las elecciones y después de ellas, y también fueron
distintos sus propósitos. Antes de las elecciones, la mentira consistió en
decir que había sido ETA y el propósito era ganar las elecciones. Aznar había
zurcido un discurso en el que Zapatero era pasivo o cómplice de ETA. Cada
acción de ETA provocaba un delirante reproche del gobierno al opositor
Zapatero. Aznar había llevado a la práctica el principio aquel de Goebbels de
hacer de todos tus enemigos un solo enemigo: Zapatero y ETA no eran dos, sino
el mismo enemigo dialéctico. La autoría de ETA encajaba en esta retórica y a
ella aplicó Aznar todos los medios del estado.
Pero se encontró con tres frentes. El primer frente era el
hastío e irritación que había sembrado con su gobierno. La insultante
frivolidad de la boda de su hija, la reforma laboral y la huelga general y la
guerra de Irak, entre otros episodios, estaban en el ánimo de la mayoría de la
población y sólo necesitaban una cerilla para inflamarse. El segundo frente fue
la rapidez con que se hizo evidente la autoría islámica radical y la relación
obvia que podía establecerse con su empeño de la guerra de Irak. Y el tercero
fue la evidencia de que había gestionado con mentiras interesadas la tragedia.
Los tres frentes fueron la tormenta perfecta para que muchos que no iban a ir a
votar o iban a votar en calderilla extraparlamentaria concentrasen sus votos en
el único sitio que podía echar al PP, que es el PSOE. El informe de Arriola
había sido parcial. Se le olvidó advertirle de que si se le ocurría mentir en
situación tan conmovedora diera también por perdidas las elecciones. La
ministra de educación saliente, Pilar del Castillo, bramó con fiereza que “esto
no quedará así”. Haro Tecglen, con la templanza de quien se siente en el tiempo
de descuento, diría semanas después en la radio que la señora ex-ministra se
había equivocado: vaya si quedó así.
Después de las elecciones cambiaron las mentiras. Ya no se
dijo que había sido ETA, sino que ETA tenía algo que ver. Y se explicó cuál era
el objetivo de la matanza: quitar al PP del poder. Las bombas se habían llegado
a poner por un entramado conspirativo en el que participaron en distintas dosis
todos los que tenían interés en apartar al PP del poder, así sea Al Qaeda, ETA,
o el sursuncorda, pero también cargos policiales puestos por los socialistas,
porque de desbancar al PP se trataba. Que el amasijo de rayas no nos empañe el
recuerdo: parte esencial de la teoría de la conspiración era que sectores de
nuestra policía echaron pelillos a la mar con ETA y apañaron una matanza en
Madrid para quitar al PP del poder. Jaime Ignacio del Burgo escribe ahora que
se dijo tal cosa para ridiculizar la teoría de la conspiración. Pero lo que él
dijo sin decir en su día en la comisión de investigación y lo que la prensa
afín y la radio de la Iglesia dijeron diciendo todos los días fue exactamente
eso: que entre ETA, Al Qaeda y policía filosocialista habían echado al PP a
bombazos.
Pero, como digo, además de las mentiras cambiaron las
intenciones. Ahora ya no se mentía para ganar las elecciones, que ya habían
pasado. Hay una parte de la mentira asociada con la psicología de Aznar. Sólo una
parte. A Aznar parece que las palabras que suelta se le solidifican en la mente
como si se hicieran piedras y hasta le cambian la morfología cerebral. Dice una
mentira y se la cree hasta el punto de quedar orgánicamente incapacitado para
pensar desde fuera de ella. Pero el grueso de la finalidad de la propaganda
mentirosa era crispar, aullar por las elecciones robadas. Era agitación:
desconfianza y desorden, el rugido por el regreso y el azote.
En marzo de 2006, Rajoy dijo, al hilo del abracadabra de El Mundo con la mochila de las narices,
que había que anular la investigación y el sumario. Él sabe de leyes, porque
nos recordó en esta legislatura que era registrador de la propiedad. Sabe que
tales anulaciones implicarían la puesta en libertad de quienes él sabía que
eran los asesinos; con lo que luego tronaron en el parlamento cuando aquel
Pedro Sanz salió a un pasillo eufórico y tembloroso de entusiasmo porque le
había pillado a Zapatero con el móvil la palabra “accidente” sobre el asunto de
la T4. Las víctimas “malas” no tuvieron un instante de piedad ni reposo.
Aznar petrificó la derechona con esa teoría de la
conspiración y de las elecciones robadas y consiguió electores enfurecidos. Los
votantes del PP empezaron a votar muy enfadados y a hacer de su papeleta un
instrumento de desagravio. Aún hoy tenemos las consecuencias. La impunidad
política de actos deshonestos y clamorosamente delictivos es extravagante hasta
para nosotros. A esa impunidad lleva el frentismo, él ellos o nosotros que se
sigue rugiendo en las portadas de la prensa conservadora. El votante enfadado
cierra filas y no deja sitio en su ánimo para la crítica o la censura de los
suyos. Por eso los suyos saquean con desvergüenza y sin coste. El 11 M fue la
situación propicia para la crispación y el encono que Aznar introdujo y dejó
como una mala baba en nuestra vida pública. La falta de control que trajo
consigo está aún adherida a las entrañas de nuestra crisis.
El 11 de marzo de esta semana no se celebró un acto civil
unitario de recuerdo. Se hizo una misa, donde no estaban los presidentes
electos de hace diez años. El protagonista fue el presidente de los obispos.
Todo un símbolo. En el altar estaban aquellos cuya emisora de radio se
desgañitó para desviar la investigación de los verdaderos culpables; en primera
fila, aquel que pidió anular la investigación. Rouco Varela hizo lo que la
Iglesia hizo siempre en España, siempre: dividir, cizañar, encrespar, dominar,
sembrar oscuridad, traficar con el miedo y la culpa, ser la peor derecha. El 11
de marzo la Iglesia gritó su impiedad y que en España su presencia ya no es
nunca simbólica. Mirar este 11 de marzo hacia las víctimas, todas juntas, nos
traía la gravedad del recuerdo y una solidaridad que hace arena cualquier
palabra que quiera expresarla. Mirar hacia el altar nos traía los versos de
Ángel González:
Comed, este es mi cuerpo.
Bebed, esta es mi sangre.
Y se llenó su entorno por millares
de hienas,
de vampiros.
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