D. Felipe y Dña. Letizia cumplen
diez años de casados. Muy a tiempo y muy a punto cumplen. En estos tiempos es
difícil que alguien hable de la monarquía en serio y, cuando se habla en serio,
es difícil reprimir el tarareo del God Save the Queen. Así que justo a tiempo
cumplen diez años los príncipes. Un aniversario tan decimal es la palanca justa
para mover la propaganda que rehabilite una monarquía tan tambaleante como un
rey cayendo de culo en Botsuana. A veces una imagen es el punto de partida o de
llegada de mil palabras y seguramente la imagen que anuncia y cierra la cruzada
mediática que ya nos posee y nos rodea como Matrix es la foto de familia: las
dos niñas delante, la pareja detrás, todos sonrientes; una mano del príncipe
baja hasta el brazo de una de las niñas y la otra baja también, pero menos,
hasta el brazo de la princesa; ella tiene ladeada la cabeza hacia el pecho del
príncipe, con un arqueo del cuello suave, casi praxiteliano. La foto parece de
domingo por la tarde, que me da a mí que es el momento de la semana en que más
nos parecemos unos a otros.
Dicen que el trabajo principal de
una familia real es ser modélica. Y debe ser eso lo que quiere atrapar la foto:
una familia modélica. Pero yo discrepo de los principólogos y maestros en
realeza. Lo que intenta ser la familia real no es un modelo sino un máximo
común divisor. Es una imagen de familia en la que converjan todas las inercias
y donde no esté ninguna de las singularidades. Nada de matrimonio civil, piercings, ateísmo visible o pantalones
rotos en las rodillas: sólo el cauce normal de las cosas. Así que la foto no
quiere mostrar un modelo de familia, sino un boceto. Unos cuantos trazos que no
den para diferenciar unas cosas de otras. Los bocetos a veces son los trazos
donde el dibujante experimenta y hace pruebas. Pero este no. Este estaba hecho
antes de que existieran ellos. La familia de esa foto con cuello praxiteliano y
aire de domingo por la tarde era un molde en el que vertería el material humano
que tocase para que adquiriera la forma ya preconcebida. Como cuando se pone el
molde un castillo en la arena, se fue quitando lo que sobraba (ex-marido,
divorcio, actividad profesional) y rellenando lo que faltaba (protocolos,
trajes, cosas de princesas). Todo hasta llegar ser un personaje de Roger
Rabbit, como el de la esposa del conejo que se excusaba de su sensualidad
porque “la habían dibujado así”.
Sí, los delineantes de princesas
parece que quieren que Letizia sea un boceto un poco más definido que la reina Sofía.
La reina es un esbozo sin apenas detalles. No habla casi nunca. No se asocia
con ningún gusto ni actividad. Sólo está ahí. Es la imagen de la que sabe y
calla, de la que aguanta y no hace. Si tuviera un amante, no saldría en la
foto, como la del rey, porque ella no tiene un segundo de protagonismo. De pura
inconcreción, la figura de la reina más que un boceto es casi un borrón. Podría
llevar burka, de tan desvaída que es su identidad. ¿Qué le regalarán en el
cumpleaños? Hay quien quiere ver algún tipo de bondad en esa imagen. Pero no
acabo de ver más que la imagen de mujer invisible, a la que sería machista
vencer intelectualmente de tan desvalida, según el prototipo inmortal que nos
dejó Cañete.
A Letizia parece que le quieren
poner algún trazo más, algún sombreado incluso, pero nada serio. Al final tiene
que encajar en el molde de prosa para reyes y princesas: “Ambos
aman la vida y sus pequeños placeres. Hoy, diez años después de su boda, son
socios, cómplices y compañeros de viaje en un oficio que solo ellos conocen;
difícil de explicar; basado en la absoluta ejemplaridad, utilidad, austeridad,
principios y discreción de una familia”. A eso tiene que sonar su imagen
pública. No, no fue el ABC quien
perpetró líneas tan rechinantes. Fue El
País, en plena reestructuración de su deuda.
Claro que la imagen se hace con
palabras y las palabras acaban por escapar entre los dedos. Raúl del Pozo dijo
diciendo y sin decir lo que había averiguado. Letizia no siempre tiene el
cuello graciosamente curvado como una escultura de Praxíteles ni Felipe se pasa
el día sonriendo. Y no siempre sonríe en casa. Total que la Casa Real, quien
quiera que sea, tuvo que decir que la pareja tenía “altibajos”. No es que
importe mucho que se griten en público, pero esa palabra, “altibajos” … Parece
ser que cuando un toro tiene medio estoque dentro y salen los muletillas a
agitar su capa para que el toro gire su cabeza de un lado a otro, no lo hacen
para atontarlo sino para que al moverse el metal que tiene dentro rasgue las
vísceras. No tanto como un estoque claro, pero para la nueva monarquía que
quiere fabricar la propaganda esa palabra “altibajos” era como una cuchilla dentro y al moverse produce escozor y
herida en esa imagen de domingo por la tarde. Así que la propaganda ahoga la
palabra con palabras para que no rasgue: “Ella,
por el contrario, es hiperactiva, expansiva, impaciente, apasionada, espontánea
y dura de pelar. Más de altibajos. Para ganársela hay que convencerla”, dice El País, en plena
reestructuración de su deuda. Los altibajos quedan anegados entre la
explosividad, hiperactividad, apasionamiento y espontaneidad de la princesa.
Casi apetece tener altibajos.
La cuestión es que la
propaganda quiere que un país hecho y derecho, con problemas de bulto, con más
ganas de futuro que perspectivas de futuro se quede embobado mirando si Letizia
viajó en autobús o si el príncipe es muy reservado, ahora que cumplen diez años.
La monarquía, por más que quiera la propaganda, no deja de ser un aliento
medieval en nuestra caras de siglo XXI. No sólo produce sonrojo que alguien por
linaje nazca heredando un estado, como si fuera Osel, el niño que nació Dalai
Lama. No sólo la corrupción y el delito crecieron en palacio con la mayor
frescura. La monarquía tiene además mucho de escopeta nacional. Es un espacio
de contactos y apretones de manos, un hervidero de apaños, de grandes apaños, mientras
los demás votamos haciendo como decidimos algo. Es uno de tantos mordiscos a la
democracia y a las buenas maneras. El país necesita una regeneración integral
que sólo puede empezar por arriba, por la política y con ella la jefatura del
estado. Es hora de que Letizia y Felipe salgan del estado y de la historia, se
griten a gusto, se engañen como Dios manda y que disfruten de una vida de
altibajos bien ganados. Hay que ir dejando de ser herencia borbónica y coger al
estado por los cuernos y hacerle la foto tricolor que nos civilice.
Justo ahora que se
cumplen diez años. Queda hasta estético.