La izquierda se desordena enseguida y a la mínima se convierte en grumos ensimismados ajenos unos a otros flotando en la actualidad sin tocarse. No tendría importancia si no fuera porque los fuegos artificiales distraen de los procesos que avanzan de manera inmisericorde y mantienen unidas a las derechas a fuego, por encima de sus antipatías y el calvario de aguantarse unos a otros. La broma de C’s en el desfile del Orgullo tuvo dos impactos, uno en el propio desfile y otro en la cháchara desgañitada que le siguió. Los izquierdistas tienden a dar mucha trascedencia a los temas sobre los que se forman opinión, como si no existieran temas menores, y a dar mucha jerarquía a cada idea clara que consiguen formarse, como si cada idea fuera una frontera que separa la pureza de la disidencia. Así que algunos progresistas creyeron que era buena idea encararse con C’s en el desfile (primer impacto) y en los días siguientes otros se empapizaron con polémicas sobre tolerancia frente a la lucha contra el filofascismo provocador. Siempre creyendo mirar al horizonte de la historia. Pero hasta de lo más tonto hay que aprender algo.
Empecemos por el primer impacto. Solo desde un descomunal despiste se puede pensar que C’s fue a la manifestación del Orgullo a expresarse libremente y a pelear por los derechos cívicos, en versión liberal. Buscaban una reacción en los convocantes con la que impostar heridas y persecución. No estoy opinando. Solo hago paráfrasis de los documentos de C’s que se hicieron públicos. Ya que no tienen historia ni ideas (compárese la altura moral con que Carmena está gestionando su primer puesto perdedor en Madrid con la que mostró Arrimadas con su primer puesto perdedor en Cataluña), tienen que recurrir a realitiespara parecer relevantes. C’s no solo está negociando con Vox, así en abstracto. Está pactando y aplicando medidas concretas contra los derechos que se reclamaban en el desfile y contra las personas de ese desfile. Todos percibimos burla en la imitación de los gestos de otro. C’s no fue al desfile a manifestarse sino a imitar a los manifestantes, hacían mofa de ellos. Como C’s no ejerció ninguna violencia, los manifestantes tenían a su alcance hacer con su provocación algo muy sencillo: no distraerse. El desfile del Orgullo es una manifestación cívica importante siempre y necesaria ahora, y está muy por encima de los numeritos circenses de C’s. Los manifestantes no debieron hacer aprecio de aquella pantomima. O podían recurrir al humor y la burla. Jugando en casa es muy fácil cachondearse de los graciosos y ridiculizarlos. Aunque Arrimadas no consiguió la hoja de servicios que buscaba, entrar en cualquier rifirrafe con el circo que pasearon los naranjas es un error que conviene ahorrarse. Después matizaré esto un poco.
Pero C’s no buscaba solo el impacto de la reacción de los manifestantes. También buscaba un segundo impacto, el que importaba, que los medios y la atención se concentraran en su bufonada. No importa que se les quite o se le dé la razón. Mientras se repita su nombre en la polémica, el objetivo de notoriedad se cumple. En su caso además no hay ideas que ofrecer ni principios con los que ser coherente, con lo que no hay límites. Y parte de este segundo impacto es que los progresistas se dividan entre quienes braman contra todo atropello a la libertad de expresión y quienes braman contra la provocación filofascista. Y así, además de notoriedad y cierta división en las filas enemigas, se puede conseguir que un incidente de poca monta se convierta en la imagen única de una enorme manifestación con un enorme caudal moral. C’s quedó muy lejos de lograr todo lo que pretendía, pero un poco de cada cosa que pretendía sí logró. Y, como decía antes, conviene aprender algo.
Debemos aprender, por ejemplo, a sacudirnos la intuición de que en una agresión el agresor y el agredido suman siempre cero: es decir, que lo que digamos en negativo de uno, lo ponemos de positivo en el otro; que tanta crítica volquemos sobre el agredido, tanta justificación otorgamos al agresor. Es una intuición equivocada. En una agresión la culpa del agresor es siempre la misma, cualquiera que sea la valoración de la conducta del agredido. Si un señor le pega una patada a otro sin motivo, estamos ante una agresión condenable. Si el agredido había insultado a la otra persona y la patada fue una reacción a la impertinencia, la agresión es exactamente igual de condenable. Pero ahora puedo añadir que el agredido era un imbécil y eso no quita grados de repulsa al agresor. Hubo bajeza moral fue en la presencia de C’s cuando está firmando con un partido machista y homófobo medidas contra la gente de esa manifestación. Y si hubiera agresión que condenar, se condena a la vez que se condena la bajeza moral del agredido. No suman cero.
También hay que aprender a no ver grandes principios en juego en lances de poca monta y a contextualizar las situaciones para distinguir cuándo los lances son de poca monta. Lo ocurrido con C’s es irrelevante. No sé cómo de hirientes fueron los insultos que recibieron ni cómo estaban de apretados los puños que se blandieron, pero Arrimadas y sus compañeros de parranda no corrieron ningún peligro (a buena parte) ni hubo riesgo de nada grave. No es a C’s a quienes escupen en su vida normal, a quienes discriminan e insultan, ni es de ellos de quien la ultraderecha quiere hacer listas. No tenemos que llenarnos la boca con el derecho al libre pensamiento ni zarandajas, porque no estuvo comprometido nada importante. El victimismo hiperbólico de C’s y su circense comparación con luchadoras históricas de derechos civiles es infantil. Y cualquier análisis tiene que contextualizar. Las manifestaciones colectivas con fuerte inmersión emocional, así sea en un concierto punk, un partido de fútbol o un desfile del Orgullo, da lugar a unas pautas de conducta diferentes de las que se siguen en las situaciones normales. En una manifestaciones colectivas el conjunto se traga al individuo y buena parte de su compostura, se grita y se dicen frases cortas y simplonas. En una situación normal quien hable y se comporte como lo hace en una manifestación parecería lelo. Esas situaciones de disolución en el grupo son excepcionales y a veces nos divierten, como en un concierto, y otras veces son la manera de mostrar fuerza expresándose todos a la vez. Nadie puede defender que se rompan farolas ni puede ver con simpatía que se insulte o se hagan gestos enérgicos amenazantes. Pero en el contexto de una manifestación es parte normal y nada preocupante de la simplificación de la conducta colectiva. Por lo que leí sobre el incidente del desfile, y ajustando como mejor pude los graves y agudos de las informaciones, el desfile fue sin matices el éxito de una causa justa. Y nada más, no hay nada relevante que añadir a eso.
La izquierda no debe distraerse. Lo relevante es que la ultraderecha ataca derechos civiles, con intentos de intimidación incluidos. Y lo relevante es por qué la derecha moderada se ensucia en charcos tan mefíticos. La política consiste básicamente en la relación de una columna de ingresos con una de gastos. La forma de ingresar y de gastar es el meollo que diferencia a las izquierdas de las derechas. El ojo de Sauron de las derechas está clavado en la educación pública, la sanidad pública y las pensiones públicas. Estas son la sustancia de la igualdad de oportunidades y de la justicia social. Pero son un enorme gasto que hay que aligerar para bajar los impuestos de los ricos. Y son un enorme espacio potencial de negocio privado y de consolidación de privilegios. Es la prioridad absoluta de las derechas y por ella están dispuestas a aguantar el ardor ultra y sus cruzadas autoritarias. Si alguien rompe una farola en una manifestación, la izquierda no debe distraerse con los numeritos de la derecha y enredarse en grandes principios por bobadas de poca monta; esto es, tiene que aprender a decir que no quiere farolas rotas pero que le importa un bledo que alguien haya roto una.
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