Es normal cansarse cuando uno corre o hace esfuerzos. Pero el agotamiento al que se llega casi quieto o con poco movimiento, como en las pinacotecas o en Hipercor un sábado por la mañana, es un agotamiento físico y mental, es cansancio con aturdimiento, como si los pensamientos se hicieran demasiado gruesos para deslizarse y se embutieran como grasa en la cabeza. Parece que nuestros representantes están jugando a eso, a fatigarnos con unas negociaciones espesas como un caldo gordo e insípido, hasta que se nos olviden las elecciones, desaparezcan los últimos ecos de la campaña y en nuestro aturdimiento ya no sepamos qué queríamos que pasara cuando votamos. Seguramente los más inocentes de este desgaste son los de C’s.
Ellos fueron los primeros en fatigar nuestra inteligencia con el trile de formar gobierno con PP y Vox y a la vez negar que estén pactando con Vox. Se apoyan en Vox en Andalucía para echar a un partido que llevaba mucho tiempo en el poder con ilegalidades y malas mañas. Y se apoyan en Vox en Madrid para mantener a un partido que lleva mucho tiempo en el poder con peores ilegalidades y mañas dignas de una banda. Pondrán enseguida en la Presidencia madrileña a una persona que, desde ese partido y con esas mañas, puso a buen recaudo sus bienes mientras nos endilgaba a los demás las deudas de su familia. Para quitar a los corruptos y para mantenerlos, siempre suma con Vox y nunca pacta con Vox. La volatilidad y la absoluta falta de principios de C’s hizo pensar a la gente que Rivera era un político sin escrúpulos capaz de todas las incoherencias con tal de llegar al poder. Unamuno había dicho de este tipo de políticos que, contra lo que se decía, eran los políticos más coherentes, que solo conocían la causa de su propia ambición y la servían de manera insobornable. Pero ni eso se cumple. C’s se apartó de la regeneración, se apartó de la moderación, se apartó de la fiabilidad, pero no por el poder. En realidad, por nada. Se infectaron de ultraderecha solo para dar al PP el poder en algunos feudos donde ellos serán solo segundones. Dieron tales bandazos que ya parecen aquel Maestro de las Pistas que se Bifurcan de Torrente Ballester, un espía que urdía tramas de tal complejidad, que estuvo varios meses persiguiéndose a sí mismo sin darse cuenta. Por eso son ya inocentes de este aturdimiento nuestro. Son ellos los que están ya aturdidos. Solo desde el embotamiento se puede entender que Aguado le pida a Ángel Gabilondo que se abstenga por altura de miras y permita que gobierne el PP en Madrid. Cuando alguien le dice a quien ganó las elecciones que se abstenga para que gobierne quien las perdió sin necesidad de buscar apoyos, es que está ya aturdido, le aprietan los zapatos y ya no puede ver un cuadro más (por cierto, lo de Madrid es demasiado grave para que Errejón no confunda la transversalidad con el contorsionismo; lo último que necesitamos es que él también se aturda).
Sánchez parece pretender que poco a poco las negociaciones sean un playoff que haga tabla rasa de las elecciones y que con una demora tan cansina no nos importe. Hay tres cosas que Sánchez no puede permitir que ocurran porque serían una pésima señal del estado de nuestra democracia. La primera es que no puede haber otras elecciones. Eso indicaría que nos representa una generación de políticos preocupantemente incompetentes para hacer lo mínimo que se les encomienda. Los parlamentos de 2015 y 2016 eran perfectamente normales para formar mayorías. Y el actual da un resultado aún más sencillo de administrar. Sería una señal funesta la evidencia de estar representados por incapaces.
La segunda cosa que no debe ocurrir es que Sánchez se apoye en C’s, porque sería una señal muy dudosa del estado de nuestra democracia. La propuesta de C’s incluía supuesto de que echar a Sánchez era una prioridad nacional y que había que sumar fuerzas para tal empeño, incluidas las fuerzas ultraderechistas. A partir de ahí no hubo disparate al que no se apuntaran. Pero la banca, la cúpula empresarial, la parte provecta del PSOE que está a lo suyo y los apoyos mediáticos correspondientes dijeron enseguida que tenía que gobernar el PSOE con C’s. Parecen decir que las votaciones fueron esa algarabía que hay que hacer, pero que después las decisiones son cosa de los adultos y hay que formar un gobierno moderado con PSOE y C’s. Que finalmente se forme un gobierno del PSOE con C’s en estas circunstancias traslada la sensación de que, vote el pueblo lo que vote, esa oligarquía marca los límites de lo que se puede hacer. En 2015 Sánchez no quiso un pacto de izquierdas porque entre PSOE, Podemos e IU juntaban 161 diputados y no era suficiente; y entonces se presentó a la investidura con C’s, con quien sumaba 130. Y después Sánchez, sin galones, reconoció que había tenido presiones de los mismos que ahora dicen que tiene que pactar con C’s. Ahora suman con UP 165 y Adriana Lastra vuelve a decir que es que no llegan, a pesar de que Zapatero había gobernado con 164 diputados y Aznar con 156. Si después de que la oferta electoral estrella de C’s fuera que hay que echar a Sánchez, si después de que C’s pactara con corruptos y con la extrema derecha en todas partes, así todo vuelven otra vez a apoyarse en C’s, debemos pensar que hacen lo que les mandan y que nuestra democracia no admite un pacto de izquierdas, es decir, no es democracia. Sánchez no puede trasladar este mensaje. Tiene que pactar, como diría él, sí o sí, con Unidas Podemos, en las mejores condiciones que pueda, faltaría más, pero con Unidas Podemos.
Y la tercera cosa que debe evitar Sánchez son los cordones sanitarios que le pretende imponer la derecha y sus agendas delirantes. No se puede negociar la independencia con los independentistas, pero se puede hacer política con ellos. Iñaki Gabilondo recordó esta semana lo que todos dijeron durante décadas a quienes daban apoyo social a aquella violencia descerebrada de ETA. Decían que en democracia todos pueden defender sus ideas y nadie puede pretender que matar a otro es obligado por las circunstancias. La parte de Bildu más cercana a ETA ya condenó explícitamente la violencia y explícitamente la violencia de ETA. Y la otra parte de Bildu ya la había condenado hacía tiempo. ETA ya no existe, ya todo el mundo hace lo que tanto se dijo que había que hacer: defender sus ideas como personas normales y no como tarados; y ya todo el mundo, todo el mundo, guarda la debida compostura con el recuerdo de las víctimas de ETA. Puede haber razones para que Sánchez se sienta alejado de Bildu y evite su complicidad, pero no tiene lecciones que recibir de quienes insultan a las víctimas de Franco (¿recordamos a Rafael Hernando? ¿Estamos oyendo a Vox?) y son capaces de negar la única y dolorosa violencia sistémica que sigue viva, la violencia de género (ahí están los tres de la plaza de Colón). Ahí también Sánchez puede mejorar o empeorar la democracia.
Pero no se ve determinación. Se mantiene una interinidad insoportable y nos envuelven en un sopor con el que parecen querer sumirnos en la peste del olvido que obligaba a los habitantes de Macondo a poner papeles en las vacas que recordasen que hay que ordeñarlas y que la leche está buena con el café. Pero es una peste temporal. Al final mucha gente recordará por qué votó a Sánchez, qué quería frenar con aquel voto y por qué coreó «con Rivera no». Si quiere doblegar a Podemos es muy fácil. Como el Padrino, solo tiene que hacer una oferta que no pueda rechazar: anule usted la ley mordaza, retire la ley de educación y la reforma laboral, tómese en serio los impuestos y la evasión fiscal, acabe con el chiste de torear el Impuesto de Sucesiones, redoble esfuerzos en la igualdad de género, enfrente los privilegios medievales de la Iglesia, garantice por ley las pensiones y la sanidad pública. Atrévase y verá cómo Unidas Podemos no se atreven a votar que no. Y así esto parecerá una democracia y los oligarcas recordarían que lo que se vota va en serio.
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