Hay un breve diálogo en La lista de Schindlerque concentra una notable agudeza. Es el momento en el que Schindler quiere comprarle al demente oficial de las SS Amon Göth a cuantos judíos del campo de Cracovia pudiera pagar para salvarlos de su oscuro destino. Schindler le pregunta a Amon que cuánto vale para él una vida humana. «No, Oskar —le replica Amon—. ¿Cuánto vale para ti?» Y es que no es lo mismo. Para Amon una vida humana valía menos que un cigarrillo y para Schindler en ese momento cada vida valía un reino. Este es uno de los momentos que hay que pasar en toda negociación. ¿Cuánto valen 42 diputados? Depende. Para Podemos valen poco. Ahí está Rivera con sus 57 diputados, seminuevos y en buen uso, que no le sirven para nada. Pero para quien tiene 123 diputados, esos 42 valen una legislatura, casi un reino. Así que una negociación incluye ese momento en que el PSOE pregunta cuánto valen para usted 42 diputados y Podemos replica que no, que cuánto valen para usted. El PSOE pretenderá que 42 diputados valen menos que 57 y 57 no valen nada; y Podemos pretenderá que 42 diputados valen casi un reino.
Pero hay otra maña en una negociación, que es la fragmentación del botín para hacerlo divisible. Si dos hermanos heredan un chalé y una caravana, quien se lleve el chalé saldrá ganando. Hay que partir la herencia en trozos más pequeños, asociando cada cosa a su valor monetario. Una vez tenemos el chalé y la caravana troceados en monedas, es cosa fácil repartirse los bienes. Pero las negociaciones pueden convertirse en un episodio tan ensimismado que llega a ser una verdadera enajenación en la que se pierde de vista su propósito. Cuando eso ocurre, la fragmentación del bien que se negocia acaba en un absurdo irreconocible. Si separamos las patas, el tablero y los cajones de una mesa, la despiezamos en partes. Pero si le damos hachazos, las astillas no son partes de la mesa originaria, ya no hay mesa. Es lo que pasa en negociaciones enajenadas. Algo sabemos los universitarios de eso. En algunos sitios hubo asignaturas de un solo crédito, cuyo examen final sería en octubre. Supongo que habría sesudas negociaciones en las que las áreas de conocimiento pelearían con celo por tener el mayor número posible de créditos. Habría que trocear el pastel en trozos pequeños para hacer repartos muy precisos entre negociadores atormentados. Y en tales negociadores perdieron de vista el momento en que no estaban despiezando una titulación en asignaturas sino haciéndola astillas.
Mucho hay que despiezar la tarea de gobierno para que aparezca en la mesa de negociación una Vicepresidencia para la infancia, sin presupuestos ni capacidad legislativa. Eso parece más efecto de haber partido la función gubernamental a hachazos, que de haber separado racionalmente sus competencias. Habrían sido chistosos los Consejos de Ministros con una Vicepresidencia que solo estuviera allí para contar reuniones con Cáritas y enseñar folletos de colores sobre pobreza y abandono familiar.
Y siempre aparecen en las negociaciones las pequeñas mezquindades que supuran las tareas comunes. Siempre puede haber un vecino que no entienda lo de los espacios comunes no divisibles y crea que, si hay ocho vecinos y ocho rellanos en la escalera, a él le toca uno y quiera poner un trastero en él. Seguro que algo hay de verdad en la acusación del PSOE de que Podemos quería áreas estancas de gobierno bajo su control, como si un gobierno pudiera formarse juntando aceite y agua. Pero seguro que no es toda la verdad. También el PSOE quería que las llamadas tareas de Estado fueran un espacio estanco y cerrado a cualquier socio. Después aclararemos algo más. Hay cosas de economía (tienen una pata de Calviño en el FMI), de seguridad o de defensa donde el PSOE no quiere rastas ni coletas. Seguramente los dos negociadores ignoraron eso de los espacios comunes no divisibles.
A las pequeñas mezquindades de toda negociación la izquierda añade la densidad de principios. Enseguida aparece la dignidad: que me humillan, que no soy un florero, que gané yo y antes van mis ideas que el poder. Envolver la necedad en principios hace imposible la autocrítica. Tan grave es la falta de principios como la confusión de su jerarquía. Si alguien pide socorro inmovilizado dentro de un coche, quien no entienda que el principio de ayudarlo prevalece sobre el de no andar rompiendo cristales es un inmoral. Había principios relacionados con la urgencia de dar pulso al país y enderezar un rumbo mínimamente justo. No entender su jerarquía respecto de presuntas dignidades fue una inmoralidad. Y el error produce daño en tres capas.
En la capa más baja se daña a la izquierda. Esta fue una ocasión para que una coalición de izquierdas se normalice en nuestro clima político. Además de retroceder en derechos civiles y rebajar la tolerancia al nivel de su mezquino fundamentalismo, la derecha quiere quitar de los impuestos de los ricos la educación, la sanidad y las pensiones, convertirlas en negocio privado y provocar un acceso desigual a ellas. Son la sustancia del bienestar y la justicia social. Es una inmoralidad que negociadores de izquierdas extravíen la relevancia de esta lucha en el rumbo de la negociación. En la siguiente capa se daña a España. Volver a otras elecciones hasta que votemos bien o hasta que un cambio en la Constitución haga irrelevante lo que votemos, alejarse de manera tan grosera y torpe de los problemas de la gente es imperdonable. No es la complejidad política. Es la incompetencia y la bajeza ética.
Y la tercera capa dañada es la democracia, por tres razones. La primera es la perversión del sistema proporcional y parlamentario que se pretende convertir de facto en un sistema mayoritario y presidencialista. Es malo pervertir la ley y es malo querer invalidar leyes que son justas. Nuestro sistema proporcional y parlamentario no es inviable, simplemente no se ajusta a la incapacidad de nuestros representantes y a la insufrible voracidad con que quieren administrar sus victorias cuando les toca. La segunda es que parece que hay dueños no elegidos que dicen quién se puede acercar y quién no a las llamadas tareas de Estado. La democracia exige que no se repita lo que ocurrió con IU durante décadas, cuya presencia en algún gobierno era un tabú no escrito. Las piruetas de Sánchez para que una posible coalición con Podemos fuera culpa de la derecha aparentan la necesidad de excusarse ante vaya usted a saber quién. No olvidemos que el propio Sánchez, en el poco tiempo en que se sintió outsider, mencionó este tipo de oscuras presiones. El empeño en no acercar a Podemos a los ministerios de Estado fue tal que abona esta inquietud. Y la tercera razón es que las derechas están enloquecidas y en el monte. El ultraliberalismo inmisericorde que ya iniciaron los gobiernos del PP y en parte los del PSOE ahora se desboca sin freno. Eso era de esperar y ocurriría si siguiera Rajoy a los mandos. Lo nuevo en la derecha es el gamberrismo, la macarrería política, la complacencia cínica en la grosería y en el sectarismo. Vox es un dialecto del fascismo, Casado brama mentiras con acento y estilo ultra y Rivera parece un globo dando bandazos mientras se deshincha, impertinente, gritón, mediocre y malcriado. Los consensos políticos y la eliminación de poderes espurios ajenos a la voluntad popular que inciden en la formación de gobiernos son aspectos del funcionamiento de la democracia. Pero, con su actitud actual de cabestros, mantener alejada a la derecha del poder es también parte de la normalidad democrática.
Personalmente, tengo poco interés en el dichoso relato. Y me fatiga darle vueltas a si tuvo más culpa Pedro o Pablo, aunque tenga mi opinión. Los dos por separado tuvieron margen para evitar el colapso y ubicarse en la situación resultante. El daño es para la izquierda, para España y para la democracia. Fue una vergüenza.
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