sábado, 28 de diciembre de 2013

Prórroga presupuestaria. Parlamento cerrado por obras


[Columna semanal en Asturias24 (www.asturias24.es). Sábado, 28 / 12 / 2013.]
El cierre de los presupuestos en Asturias es, efectivamente, un cierre. Una liquidación en toda regla. Las decisiones políticas y ejecutivas más importantes de 2014 serán una reposición de las tomadas en 2013, como si fueran una serie barata en un canal televisivo de poco presupuesto.
Sus Señorías, no sin esfuerzo, lograron pactar sus salarios en reuniones habidas antes y después de las vacaciones veraniegas. Debió haber diferencias entre ellos, pero desde el principio sabían que aquello no podía quedar sin hacer. Todos sabían además que sobre sus emolumentos tenían que coincidir en lo esencial, así que se dejaron de partidismos miopes, renunciaron a todo protagonismo y todos a una, como Fuenteovejuna, dieron al mundo un ejemplo de actitud constructiva y llegaron a un acuerdo unánime, sin vencedores ni vencidos, sin mayorías ni minorías. Por alguna grieta debió entrar algún soplido de la irritación pública con sus exenciones fiscales, sus kilometrajes y sus privilegios y no lo olvidaron en la retórica con la que hicieron públicos sus acuerdos. Por eso insistieron en que ahora sí iban a pagar IRPF por no sé qué concepto que hasta ahora no tributaba. Todo un baño de normalidad ciudadana.
Con tan buenos augurios, cabía pensar que la negociación presupuestaria sería también modélica. Dada la situación, también tenía que haber coincidencia en algunos mínimos. Era evidente que aquello sí que no podía quedar sin hacer. Por la economía, por política, por responsabilidad, por autoestima, por decoro. Por la gente. Como diría la Iglesia, por tantos. Pero se ve que el esfuerzo de las negociaciones de sus salarios fue agotador y no tienen fuerzas para más.
Javier Fernández parece haber entendido mal la transparencia por la que clama la población. Él interpreta lo de ser transparente en un sentido muy literal y convierte la transparencia en invisibilidad e irrelevancia. No hay presencia, no hay liderazgo social ni representación exterior. Cualquier ministro del tres al cuarto puede venir por aquí a decir que la variante ya no entra en ninguna agenda sin la menor agitación. El Presidente es el primer responsable de entenderse con alguien, ese es el mandato que recibe y su compromiso de partida. Suyo es el fracaso del desacuerdo. En varios lances dio la sensación de pinchar a sus socios, sobre todo de IU, de tantear su resolución, a ver si se atreven a romper, como especulando a ver quién pierde más.
Ignacio Prendes, el grupo entero de UPyD, da la sensación de ir siempre con un pinganillo en cada oreja, uno para repetir lo que le dice Rosa Díez y otro para escuchar la abrumadora cantidad de consejos que debe recibir de tanto asesor como se gasta (como nos gastamos, quiero decir). Él e Izquierda Unida rompieron su acuerdo con el PSOE, en primer lugar, como dije, porque el Gobierno no hizo su trabajo, que era entenderse con ellos. Pero no podrán evitar que todos percibamos lo obvio: el punto que cambió la disposición de los dos a entenderse con el Gobierno fue la reforma de la ley electoral y el berrinche principal fue un aspecto de poco fuste: la circunscripción electoral única de Asturias y el correspondiente baile de escaños a favor de los dos enfurruñados, que así exhibían sus prioridades. En eso se fue la estabilidad del gobierno, como se dice ahora para todo, con la que está cayendo. El discurso de IU sí parece una reposición, tan inevitable y cíclica como el Juan Tenorio el día de Todos los Santos en la televisión tardofranquista. Tienen una enorme expectativa electoral, lista para ser dilapidada por necedad. Tiempo habrá de balances.
El PP parece una niña pequeña moviéndose a un lado y otro porque le tocó delante un señor muy grande que no les deja ver la función. El Foro se plantó como un tronco en la derecha asturiana y el PP da vueltas alrededor buscando un sitio por donde asomar la cabeza. Gabino buscaba lugar por la responsabilidad y altura de miras, a ver si quedaba hueco en ese pastizal. Cherines asomaba la cabeza por otro lado, el de la coherencia estratégica y la doctrina, sin muchas ganas. Y el Foro sigue ejerciendo de derechona y pintándose la cara con ribetes asturianistas. Ninguno de los dos llegó a entrar en el debate, aunque es verdad que tampoco se les esperaba.
Sus Señorías, todos cargados con sus razones, dejan a la Comunidad Autónoma en prórroga presupuestaria. Ya no se trata del daño contable. Es la sensación reiterada que dan de que no son capaces de nada y la percepción de que no hay nada en Asturias que no sea decadencia. Debería dolerles ser el epicentro de esa imagen interior y exterior de Asturias. Ya que los dos ex-socios del PSOE intentaron una experiencia pionera en Asturias con la ley electoral, porque incluía una cierta apertura de listas, podían coger carrerilla y proponer otro experimento audaz. Si no son capaces de hacer unos presupuestos y hay que funcionar con prórroga, sencillamente que cierren el parlamento por un año y dejen a los funcionarios que ejecuten de oficio las partidas presupuestarias. Para qué cargar este año con sus tres mil o cuatro mil euros al mes, sus kilometrajes y dietas, sus iPads y todas sus lindezas. Las reposiciones siempre fueron más baratas que las series originales. Si vamos a tener a Asturias conectada a la máquina en funcionamiento vegetativo, al menos ahorrémonos los costes y no sigamos tirando dinero como si hubiera un parlamento gestionando nada. Seamos pioneros.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Tesauros, ruidos y silencios

[Columna del sábado en Asturias24 (www.asturias24.es)]

Una parte de la inteligencia de Google descansa en los tesauros, catálogos de palabras relacionadas por afinidad. Si escribimos “subvenciones para autónomos en Asturias”, Google nos propone páginas donde se habla de fomento del trabajo autónomo, de subvenciones para emprendedores, de ayudas para autónomos y cosas así, a pesar de que no usamos las palabras “ayuda”, “emprendedor” ni “fomento”. Google no usa nuestras palabras, sino una red de palabras afines, un remedo de nuestro humano sentido común, para hacer búsquedas sensatas.
Un problema es que las leyes no tienen tesauros. Las leyes llaman por su nombre a los delitos y a las obligaciones, pero el nombre en cuestión no está enlazado con otros en un tesauro. Hay una legislación que establece cómo y quién puede declarar la guerra a alguien, cuál es trámite y cuál el papel del Gobierno en tal situación. Pero si lo que hacemos en Irak no es una guerra sino una “acción militar”, si el campo de batalla es un “teatro de operaciones” y si los bombardeos son “incursiones aéreas”, la legislación se marea y la justicia hace eses sin entender la situación. Esos tesauros que vinculan palabras y hacen tan sensato a Google no existen para las leyes, y así no hay forma de relacionar ante un tribunal “bombardeo” con “incursión aérea”. Hasta pudo llamar Federico Trillo a la zona ocupada una “tranquila región hortofrutícola” y seguir tan tranquilo redactando sus memorias de la campaña de Perejil.
Otro problema, quizás mayor, es que nuestro ánimo tampoco tiene tesauros. Lo que tuvo Clinton con su famosa becaria fue una relación “inadecuada”. Si la relación hubiera sido sexual, hubiera incurrido en falsedad y hubiera ofendido la moral de muchos de sus electores, henchidos de valores familiares. Si el ánimo tuviera un tesauro tan eficaz como el de Google, en este contexto reaccionaría igual ante las palabras “inadecuada” y “sexual”. Pero no lo tiene. Los republicanos estuvieron bien atentos a eso y sembraron el ancho mundo de expresiones que dejaban desfallecido el derecho internacional y extraviado el ánimo de los americanos, como cuando llamaron “entregas extraordinarias” al envío de presos de guerra a países donde fuera legal la tortura. Nuestro cerebro entiende bien la identidad de las cosas que se dicen con distintos nombres, pero lo que mueve el resorte de la resignación o de la agitación, lo que nos hace conformarnos o rebelarnos, es el ánimo, no las razones. La indignación y la templanza son estados emocionales no ideas.
Y así se llenó la política española de esos llamados eufemismos, esas expresiones que tan abusivamente se usan para lo ilegal y lo injusto aprovechando esta carencia de tesauros que unifiquen en el ánimo todo lo que es idéntico. Cómo olvidar aquella ley para “aflorar activos ocultos” con la que Montoro nos subía nuestros impuestos a todos y amnistiaba los delitos de Bárcenas y otras altezas. Artur Mas, el Príncipe Valiente de Cataluña, puso en marcha el “ticket moderador sanitario”. De esa manera se refería al “copago” de la atención médica, que ya era un eufemismo en sí: ¿por qué se empeña todo el mundo en decir “copago”, con una sílaba de más? No hay copago, hay pago a secas. Los alumnos no copagan sus matrículas, las pagan, aunque no paguen todo lo que cuesta su plaza.
Soraya Sáez de Santamaría, cuando se recuperó de aquel llanto suyo por los desahuciados, se le pasaron los hipos y se sonó los mocos de tanto disgusto por los débiles, explicó que iba a haber “un recargo temporal de solidaridad”, para que nuestro cerebro entendiese que subían los impuestos, pero nuestro ánimo sintiera como que nos gobiernan comunistas utópicos. Y tenemos todos los días en el telediario del régimen las “reformas y ajustes”, que son siempre recortes, y anuncios de “profundización” en esas reformas, que son siempre más madera. Y ahí quedan aquellos pagos en diferido, desaceleraciones transitorias, movilidades exteriores y demás heridas de la inteligencia.
Podríamos decir cosas muy sesudas sobre los eufemismos, pero mejor nos conformamos con lo fundamental. Los eufemismos son ruidos. Son la vuvuzela estridente en la oreja del que intenta decir algo, la mancha de chorizo en los apuntes que los hace ilegibles, el japo que el matón del patio echa en las gafas del empollón para que no vea. A menudo se discute vociferando una sentencia para a continuación proferir abucheos, vítores o gritos de todo tipo que hagan ruido y no dejen espacio sonoro para ninguna réplica. Eso es el eufemismo de la vida pública. Son palabras diseñadas para que no se oigan las palabras que dicen algo, expresiones sin razones ni entrañas que circulan con impunidad porque no hay tesauro que las ancle debidamente en nuestro ánimo.
Cuando Montoro dice que no se quitó la paga a los funcionarios, sino que “se difirió” en el tiempo y cuando la CEOE dice que no se trata de facilitar el despido sino de “moderar los privilegios” de quienes tienen trabajo, son la viva imagen del macarra de recreo pegando capones al escuchimizado con la pandillona detrás gritando uuuuhh para aumentar el escarnio. A ellos les gusta creer que son hábiles fintas dialécticas, pero son sólo alaridos y escupitajos de quinquis.
Y como no hay necedad que no pueda ser más necia, no sólo inventan palabras que sólo hacen ruido. También quieren reducir a ruido las palabras que sí dicen cosas. Rajoy dice ser un fanático del estado del bienestar, y por él y por su causa quita médicos, maestros y justicia gratuita. Jorge Fernández quiere fortalecer el derecho de manifestación y la libertad de expresión y para eso convierte en delito las expresiones feas y las manifestaciones que llenen de gente los sitios. Gallardón enseguida sacará pecho por los derechos de la mujer, por su derecho a procrear y por su protección contra la violencia machista y para todo ello prohibirá el aborto (sí, yo también sentí un cosquilleo en La Fuerza cuando se tropezó en las escaleras). Así quieren sacarles las vísceras a expresiones como estado de bienestar, libertad de expresión o derechos de la mujer hasta dejarlas convertidas en onomatopeyas, casi en eructos. Algo de esto vimos en el funeral de Mandela, pero esa es otra historia.
En lo que llevamos de legislatura el Gobierno y el PP ya mostraron una inclinación a la estridencia de alaridos y eufemismos tan firme como su afán por silenciar por ley a las mayorías y convertir al país, de verdad, en una mayoría silenciosa. Apetece contextualizar en este griterío nuestra espesa afonía política: el amago de muleta de Gabino de Lorenzo, el envite de Javier Fernández a sus antiguos socios, las cuentas con los dedos de UPyD o las perplejidades y tribulaciones de Izquierda Unida. Pero esa es otra historia.

sábado, 21 de diciembre de 2013

Gallardón protege al concebido


A mí esta ley concebida por Gallardón me pone nostálgico. Me lleva a los ochenta, cuando éramos tan jóvenes y nos hacíamos alguna de las preguntas que se hace ahora Gallardón, aunque desde otra … concepción. En los ochenta nos preguntábamos también qué diferencia veía el PSOE entre la buena o mala formación de un feto si la mujer gestante no quería tenerlo. El PSOE dijo entonces que el aborto no era delito si el embarazo interrumpido se había debido a una violación, si ponía en riesgo la vida de la madre o si había malformación en el feto. Y la pregunta que nos hacíamos entonces era por qué en los demás casos el aborto sí era un delito. No es una pregunta retórica. Si resulta que el embrión era ya un ser humano, su eliminación tiene que ser delito siempre, sin supuestos. Nadie aceptaría que se pudiera matar a un niño hecho y derecho por haber resultado de una violación. Pero si resulta que no se puede determinar si un embrión es, en sentido propio, un ser humano sin remitir a credos en los que las leyes no pueden entrar, entonces no hay ninguna razón para que sea delito que una mujer meta baza en lo que se cuece en su cuerpo y decida abortar. Aquella ley, además, establecía el derecho de objeción de conciencia de los médicos, con sólo decir que objetaban. Es decir, era una ley que establecía el derecho a saltarse esa ley con sólo avisar de que te la ibas a saltar (conste que pensaba lo mismo de la objeción de conciencia con la mili; lo que había que hacer es lo que se hizo: cambiar la ley, no reconocer el derecho a no cumplirla).
Esta ley de Gallardón no nos hace retroceder treinta años, como se anda diciendo en los aledaños socialeros. La ley del PSOE ya nació con musgo, ya era rancia en los ochenta. Los gobiernos de González se distinguieron por su prudencia. Todo paso progresista era arriesgado, había que sopesarlo todo, dividirlo todo por dos. Parecía que González gobernaba con el culo apretado de tanto cuidado que ponía. Y así se plantó en el 96 con esa ley timorata y contradictoria y con varias comunidades autónomas con un cien por cien de ginecólogos objetores. Lo mismo da un referéndum de Ceaucescu que la objeción de conciencia de los médicos de una comunidad autónoma: el cien por cien siempre es indicio de trampa o coacción.
En los ocho años de Zapatero tampoco tuvieron tiempo a hacer una ley del aborto normal y corriente. Que miren y aprendan de Gallardón: en dos años pelados tuvo tiempo de hacer la ley en los ratos libres que le dejaba el desmantelamiento de la asistencia judicial de la población. Bibiana Aído tuvo el notable mérito dialéctico de convertir en polémico lo que ya estaba superado por la población. Su ley era buena, pero su presentación nefasta. Como la ley realmente no la hacía ella, sino sus técnicos, y lo que ella tenía que hacer era presentarla, pues fue uno de esos casos en que uno querría a unos hombres de negro con maletín que pasaran preguntando amenazadores: ¿usted qué es exactamente lo que hace aquí? No hubiera sido tan difícil explicar que a una adolescente de dieciséis años a la que se le reconoce el derecho de elegir sus estudios y a la que se considera mayor de edad penal, nadie, ni sus padres tampoco, la pueden obligar a ser madre, de la misma manera que nadie la puede obligar a abortar arrancándole el feto contra su voluntad. Pero se explicó como si estuviera en una asamblea progre universitaria y sus palabras hicieron retumbar las meninges de la España profunda. Por poner el contrapunto de lo que es hacer bien y mal las cosas, el matrimonio homosexual, el que un hombre hable de su marido, era más perturbador que el aborto. Lo del matrimonio homosexual provocó pruritos y escoceduras íntimas de berrinche en el fundamentalismo católico, pero se hizo tan bien, que el PP no se atreve con ello: pone recursos a ver si alguien dice que es ilegal, porque no se atreven a tomar la decisión política de anularlo. Lo del aborto, que era más fácil, se hizo tan mal, que claro que se atrevieron.

Así que el PSOE, que gobernó veintiún años desde 1982 para acá, alternó la prudencia con la estupidez y no fue capaz de dejar nunca una ley justa que no insulte ni a las mujeres ni al sentido común con una cierta tranquilidad social. Si lo sabrá Rubalcaba que estuvo todo este tiempo ahí. Más que de líder, yo lo mantendría de cronista del socialismo español. Y ahora llega Gallardón a defender al concebido a capa y espada. Para eliminar el supuesto de malformación del feto, se hace rodear de personas con minusvalías varias y clamar por su esencial igualdad, como si fuera eso lo que se discute. Y como si no fuera su gobierno el que precisamente está quitando las ayudas de dependencia a las familias de esos que ahora exhibe y que requieren atenciones especiales que resultan demasiado costosas para mucha gente. Y como si no fuera su gobierno el que está poniendo cuchillas allí donde muchos niños quieren pasar para ejercer su derecho a la vida. Claro que son niños ya nacidos y esos no cuentan. A quien hay que proteger es al concebido. Gallardón es más bobo e insustancial de lo esperado, pero no más facha. Ya se sabía que Wert y él eran quienes tenían la encomienda de sumergir a España en las tinieblas del nacional catolicismo 2.0. Pero que nadie se engañe: de lo que pase a partir de ahora con las mujeres tendrán mucha culpa los veintiún años socialistas.

sábado, 30 de noviembre de 2013

Democracia silenciosa


Mis compañeras tenían el vicio de preguntarme:
—¿Me amas, Viskovitz?
A aquella pregunta yo respondía callando.
Entre otras cosas porque nunca se puede estar seguro de que la pregunta sea realmente ésa. Si quien te la hace es una morsa o un pulpo, la puedes descartar por el contexto; pero, aunque quien te hable sea madre de tus hijos, te conviene no comprometerte con una respuesta concreta, porque si se ha apareado contigo es que viene de otro banco, y para ella «amor» significará seguramente alguna otra cosa, como «rascar la vejiga natatoria» o qué sé yo. De la misma forma, si te pide que se la rasques, puede que en realidad quiera mucho más de ti, y te conviene no contraer obligaciones.
(A. Boffa, Eres una bestia, Viskovitz).

¿Por qué no nos callamos, aun cuando con eso yo pierda el empleo de profesor de este delirio llamado lengua portuguesa? Formaremos así un nuevo Departamento en esta universidad, el de los cánones del Silencio, así con S mayúscula, y en él evocaremos lo que se olvidó de repercutir, de llegar hasta aquí.
(Joao Gilberto Noll, Lord).

El silencio de Rajoy hay días que parece un juego. Seguro que todos intentamos camelar a niños alguna vez con el juego de quedarse callados y el que esté en silencio más tiempo gana. Otros días parece una broma. Recuerdo al calvo de Les Luthiers sintetizando la biografía de Johan Sebastian Mastropiero: “Dos palabras sobre su vida: realizó estudios” (fin de la cita). Sea por juego o por broma, Rajoy lleva toda la legislatura callando, como Viskovitz. Cuando le preguntan por rescates bancarios, su nombre en los papeles de Bárcenas, las cuentas en B de su partido, los viajes a Disneylandia de su ministra o cualquier otra cosa, él reacciona como si el periodista le hubiera preguntado si le amaba: él responde callando, no vaya a contraer obligaciones, nunca se sabe lo que realmente te están preguntando. Las pocas veces que se decide a hablar lo hace a través de un monitor porque le falta práctica y necesita estar a solas para concentrarse. Uno se lo imagina como el personaje de El discurso del Rey, en un cuarto concentrado para decir las cosas de un tirón.
Pero Rajoy nota mucho alboroto en el país y quiere jugar a quedarnos callados todos a ver quién gana. Lo de callarse él era una indicación para que nos callásemos todos, pero no lo pillamos. Así que ahora saca una ley para que callemos de una vez. Con esa ley es delito todas las formas de protesta que le interrumpieron la siesta este par de años. En realidad es delito lo que la autoridad quiera. Es delito, por ejemplo, injuriar a España. ¿Cómo se sabe que España fue injuriada? Si uno dice “mierda de tiempo”, ¿injuria a la madre patria? Si uno se troncha de risa cuando oye decir “madre patria” o “al alba y con tiempo duro de levante”, ¿ofende a España? Lo mismo pasa con la ofensa a un policía. La policía tiene la función de obligar a que alguna gente haga lo que no quiere hacer o de impedirle hacer lo que pretende hacer, es decir, su trabajo trata con la frustración y correspondiente mala leche de otros. Podría parecer natural que oigan tantos improperios como los árbitros de fútbol. Pues ahora la ley dice que hay que tratarlos con mimo. ¿Cómo sabremos cuándo los injuriamos? Si nos pegan con una porra por manifestarnos, ¿tendremos que decir con flema y gesto profesoral “me extraña su actitud, tal vez quiera reconsiderarla”? No hay un Catálogo Oficial de Injurias (conozo un diccionario de insultos, pero no está homologado), por lo que supongo que será injuria lo que el policía o la autoridad diga que lo es sobre la marcha. Acabaremos como el loro de Reboiras de La Saga / fuga de JB, a quien la Guardia Civil estuvo a punto de darle el paseo porque cantaba el cara al sol con retintín.
Y no nos podremos manifestar ante edificios gubernamentales ni armar alboroto donde vivan Sus Señorías. Para eso están los registros, para que la gente haga sus peticiones por escrito y con educación y para ver si aprendemos a callar de una vez, como el Presidente. Y además el Gobierno hará un fichero de infractores. “Que me he quedao con tu cara”, parece querer decir Rajoy. Digo que parece, porque decir decir no dice nada, él sigue callando.
Lo poco que dice el Gobierno sigue siendo tan paradójico como para desafiar la teoría de los tipos de Russell. Ya nos habían explicado que se endurece la enseñanza con reválidas para combatir el abandono escolar, que se suben las tasas judiciales y universitarias para garantizar la igualdad de oportunidades; Gomendio y Wert, Isabel y Fernando, habían introducido en el BOE, en silencio como Rajoy, la supresión de becas Erasmus para favorecer la movilidad de estudiantes; y el CIS ya nos había aclarado que cuantos más votantes del PP nieguen ahora haberlo votado más expectativa de voto tiene el PP. Pues ahora el ministro del interior nos dice que se ponen multas de cinco o seis cifras porque esta ley tiene “intención despenalizadora”. Si no enmudecemos por la acción de la autoridad, enmudeceremos de todas formas de asombro. Lo cierto es que no tendremos un Departamento universitario como querría Joao Gilberto Noll, pero tenemos ya un Ministerio del Silencio. Las cosas que dice este ministro cuando acaba de rezar …
Claro que si uno escucha los desvaríos de Rafael Hernando, el último de ellos la lindeza de que los hijos de personas asesinadas sólo se acuerdan de sus padres cuando hay subvenciones; los graznidos de Francisco Granados sobre tartas y tiros en la nuca; los vozarrones de Cospedal; o las enajenaciones de Ana Botella (qué b-u-u-u-r-r-r-a-a es esta mujer), si uno escucha todo este ruido y toda esta traca diaria, comprende que en realidad no es el silencio total lo que quieren. Ellos quieren el silencio de la mayoría, la mayoría silenciosa, que la mayoría se calle y sólo truenen sus Botellas y sus Hernandos. “[…] los disconformes que levanten el dedo. / Inmóvil mayoría de cadáveres / le dio el mando total del cementerio”, escribía Ángel González sobre otro gallego amante de la mayoría silenciosa. Va a haber que hacer ruido, mucho ruido.

Y si nos acusan de injurias o desórdenes, ya tal …

sábado, 23 de noviembre de 2013

La tarta nacional (sospechosos habituales ante el dilema de la eternidad).

[Publicado en Asturias24: http://blogasturias24.es/?p=2450].
Simon (con ira contenida): ¿Ud. …? ¿Ud. le hizo algo a
mi perro?
Melvin Udall (irritado y agresivo): ¿Te das cuenta de que
yo trabajo en casa?
Simon (apaciguado y conversador): No, no lo sabía.
Melvin Udall (irónico y agresivo): ¿Te gusta que te interrumpan
cuando estás mariposeando en tu jardincito?
Simon (a la defensiva): No, No. De hecho le quito el timbre al
teléfono y a veces le pongo un cartón encima.
Melvin Udall: (iracundo y avasallador) ¡Pues yo trabajo a todas
horas! Así que ¡nunca, nunca, me interrumpas!
Mejor … imposible.
Alguien le tiró una tarta a Yolanda Barcina, presidenta de Navarra. Y le hizo daño, dijo ella después agitando la mano, casi con pucheros. Y después oí hablar sobre el asunto por la radio a Francisco Granados, uno de los sospechosos habituales del PP, mientras yo iba conduciendo detrás de un autobús de dos cuerpos, muy lento, que me estaría aburriendo de no ser por la publicidad tan amena que tenía en la parte posterior, ante mis ojos. Era de la empresa Osiris, que se anunciaba para mantenimiento y limpieza de nichos, tumbas y panteones. Y entre tanto nicho me llegaba la verborrea de Francisco Granados (verborrea incorpora la raíz griega réin, fluir, presente en catarro y me temo que también en diarrea; Granados le dispara a cualquiera las codicias filológicas). Dijo muchas veces la palabra “cárcel”, y dijo también, y esto es lo que celebramos hoy, que había un paso muy pequeño entre tirarle a uno una tarta en la cara y pegarle un tiro en la nuca.
Un aspecto que siempre me fascinaba del discurso de ETA y sus capas concéntricas era la manera tan ligera en que se hablaba de la vida y la muerte. A mí me parece que no hay diferencia más grande que la de estar vivo o muerto, pero en su momento se comparaba la muerte física, real, de algunos vecinos de pueblos pequeños metidos a concejal con la muerte “política”, con la muerte “civil” o con el “linchamiento mediático” de los militantes de partidos ilegalizados; o se igualaba la violencia de arrancarle una pierna a Madina con una bomba con la violencia “institucional” de las autoridades reacias a la autodeterminación de Euskal Herria. Parecía que la cosa de estar vivo o muerto era una diferencia de matiz. A ver qué más dará que te maten físicamente o que te maten mediáticamente.
Y eso, qué diferencia importante puede haber entre que te tiren una tarta y te peguen un tiro; o entre que te vociferen a la puerta de tu casa en plan escrache y te pongan una bomba. Lo de menos, como decía ETA, es estar muerto o vivo, lo que importa es el hecho en sí. El PP mezcla en sus flujos verbales la vida y la muerte con la misma facilidad con que lo hacía ETA, aunque con distinto fin. ETA pretendía quitar hierro a la muerte: matar no es para tanto porque tampoco es tan distinta la muerte física como la muerte política. El PP lo hace para cargar de hierro las protestas sociales: matar es gravísimo porque si te matan quedas muerto, pero tirar tartas, hacer escrache o injuriar a un policía que levanta la porra es igual de grave, porque esas cosas te dejan mustio y ofendido, prácticamente muerto como quien dice. Ya lo decía Forges en aquella viñeta donde mostraba un antirrobo que consistía en una grabación de insultos que se emitía si entraba un intruso en casa. Se confiaba su eficacia a lo que iba a desmoralizar al ladrón la cadena de improperios.
Así que Granados, con esa nostalgia de terrorismo que parece tener en sus tripas bajas el PP, con esas ganas de que pase algo para endilgar ese discurso anti crimen y antiterrorista y hacer esa performance de resistentes, vio su oportunidad con la tarta que voló hacia Barcina (y que “le hizo daño”). Con la oferta de limpieza y cuidado para nichos y panteones delante de los ojos, Granados me recordaba a El Vengador Tóxico, segunda parte. El superhéroe, como ya había encarcelado a todos los malos, se dedicaba a vigilar los juegos de cartas de las viejecitas, porque ya no quedaba otra cosa, y cuando una hacía trampa aparecía él desde detrás de la sebe desplegando su capa de héroe para restablecer la justicia en el juego. Como no hay crímenes donde largar tanta verborrea, lanzan una tarta a Barcina y sale de detrás de la sebe Francisco Granados a luchar contra el terrorismo. Como la diferencia entre estar vivo y muerto es tan de matiz, se van haciendo equivalentes al terrorismo las cosas que van pasando: escraches, insultos a la policía (por lo que desmoralizan, supongo), rodear el Congreso o lanzar tartas. Y dentro de poco, hacer huelga, que en ello están. Cuanto más amparo se quita a la población, menos quieren oír sus protestas y más amenazados les hacen sentir sus gritos.
La izquierda debería entender cómo funcionan las discusiones. Uno da el paso de enfrentarse. El enfrentado se ofende y el que había dado el paso quiere recomponer la compostura. Y le pasa como el Simon de Mejor … imposible, el matón se crece por la mesura creciente del insurrecto y su ira se va haciendo apabullante, hasta que el sublevado es aplastado por el Melvin Udall que desde el principio era el agresor. Así son las cosas: alguien hace escrache o protesta ocupando supermercados; el Gobierno truena diciendo que es ETA rediviva; la izquierda se llena de urbanidad y llama a la convivencia. Y el Gobierno–Udall, crecido por la moderación y encogimiento de la otra parte, se llena la boca de cárcel y orden y saca la ley que criminaliza alguna protesta más. Deberían aprender a hacer a lo hecho pecho en vez de arrugarse. De hecho, no me importa decirlo en voz alta: si le pegaran ahora un tartazo a Francisco Granados me iba a reír más que Piqué si le dan el balón de oro a Messi.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Materiales para la agitación educativa

[Publicado en el blog del diario de próxima aparición Asturias24, http://blogasturias24.es/?p=1763]

“Tal vez la mejor manera de acercarse a este fenómeno histórico consista en referirnos a una experiencia visual […]. Sencillísima de enunciar, aunque no de analizar, yo la denomino el hecho de la aglomeración, del «lleno». […] Lo que antes no solía ser problema empieza a serlo casi de continuo: encontrar sitio.” (Ortega y Gasset, La rebelión de las masas).
Atentados de Londres, 2005: “Estoy conmocionado”, declara Jalik, de 42 años, que vive algunas casas más lejos. “Da miedo saber que estos chicos se criaron aquí e hicieron esto”.
Puede que Wert se haya encariñado de verdad con su ley de reforma educativa. A lo mejor le gustaría no haberse convertido en el monigote del Gobierno y que su ley cayera más simpática. Él entró en la educación y la cultura como un Jesucristo en un templo lleno de mercaderes, azotando, insultando, recortando y menospreciando aquello que debía gestionar. Todo costaba mucho, todo sobraba. Wert no dio una señal de simple interés por profesores, cineastas, músicos o científicos. Fue la imagen de desprecio hacia la cultura que se asocia tópicamente con la derechona y los empresarios brutos. Cuando se dio cuenta, habían calado en la población común varias letanías de la izquierda: su ley es clasista, su ley está hecha al dictado de la Iglesia, su ley es autoritaria y centralista. Hablemos de sus reválidas. La estolidez de Wert y su ley es esférica, idéntica desde donde quiera que la miremos. Trinchemos la bola de sinrazón por sus reválidas.
Las reválidas, la ley entera, se justifican sobre la base de una alarma nacional: resulta que nuestro nivel es bajo, que leemos peor que nadie y que nuestros jóvenes no son “competitivos”. Está tan justificada esta alarma como la alarma por la llamada violencia de género. Son ciertas todas esas muertes infames de mujeres y es de humanidad elemental alarmarnos. Pero no es cierto que los machitos de ahora sean más agresivos que antes. Simplemente ahora se sabe, ahora se difunde y ahora no se soporta. Nuestra formación está bajo mínimos, pero no es verdad que hayamos ido a peor. ¿Éramos antes Finlandia? ¿Venimos de copar premios Nobel de la ciencia antes de tanta estulticia? ¿Fuimos alguna vez ese pueblo inolvidable de Amanece que no es poco, donde los campesinos salían de la taberna cantando madrigales e iban a las faenas del campo hablando de Faulkner o del materialismo dialéctico? Como con la violencia de género, hacemos muy bien en estar alarmados y hacemos muy mal en creer que el problema es nuevo y que estamos yendo a peor. Pero decir por eso que no hay que hacer nada con la educación sería tan estúpido como decir que no hay que intervenir en la violencia doméstica sólo porque antes las cosas eran peores.
Así que Wert, alarmado, interviene. Quiere jóvenes más “productivos” y, según parece, henchidos de fe católica. Habrá una reválida al terminar la Primaria, al acabar la ESO y al acabar el Bachillerato. La de Primaria sólo tendrá un valor “indicativo” (?), aunque es obligatoria. La de la ESO y la de Bachillerato será condición para pasar al nivel siguiente y para obtener el título correspondiente. A quienes no aprueben una u otra no se les dará el título, pero sí “un certificado”. En cada curso de la ESO, desde los doce años, se dará a los padres un “consejo orientador”, en el que se les indicará la conveniencia o no de que continúe sus estudios su hijo o hija, o que se incorpore al “programa de mejora del aprendizaje” o a la FP Básica. Y en todo caso, siempre podrán dejar de estudiar, porque se les dará “un certificado” cuando quiera que lo hagan. Todo ello por la alarma educativa y buscando subir el nivel.
Sin embargo, no tenemos problemas de nivel por arriba: ¿algún Erasmus de alguna carrera vuelve de Dinamarca o de Alemania diciendo que no podían con el nivel de allí? El problema de nivel es por abajo, porque hay demasiado fracaso, demasiados estudiantes que no acaban la enseñanza obligatoria y, de los que la acaban, demasiados que no titulan en nada más. Hay demasiados jóvenes sin los estudios obligatorios o sólo con ellos. Y, paradójicamente, para corregir esto se endurecen las condiciones para pasar de un ciclo a otro con una reválida. Se dice que así es como se combate el fracaso: a los que llevan el camino de ninguna parte se les pone una reválida que les indica que están en el camino de ninguna parte, y se les lleva a ninguna parte cuanto antes; porque, paradójicamente también, se recortan de manera especialmente notable las partidas para la diversificación (ahora llamada programa de mejora del aprendizaje) y toda forma de tratar la diversidad, es decir, de atender a los estudiantes con problemas de rendimiento. El dinero, y no las palabras, mide con exactitud las voluntades políticas. Lo que más sube en horario y en costes para el estado es la religión y lo que más baja es la atención a quienes están en riesgo de fracaso. Esta es la apuesta de calidad.
La reválida de Primaria sólo es “indicativa”. Cuando veamos cómo se distribuyen los suspensos de esa reválida en la red pública y en la concertada, veremos para quién era esa “indicación”, si para las familias o para los centros. En todo caso, será la primera indicación que reciban las familias más vulnerables. Año a año recibirán un “consejo” sobre si sus hijos deben seguir estudiando o desviarse a programas de mejora sin recursos o a una FP Básica sin más utilidad que el Gobierno pueda maquillar las cifras de fracaso diciendo que están estudiando algo. Y año a año se les recordará que si dejan los estudios, tendrán “un certificado”.
Seamos breves: un joven de dieciocho años se diferencia académicamente de otro joven de dieciocho por sus capacidades y conveniencias; pero un niño o una niña de doce años se diferencia académicamente de otro de doce años por la familia que tiene y su nivel socioeconómico. La separación prematura de los preadolescentes es SIEMPRE una separación social. No sólo es injusto individualmente, porque no deja margen de enmienda a quienes en una etapa temprana de su vida no tienen prioridades adecuadas. Es SIEMPRE una injusta segregación social porque la escuela, el estado, no ejerce esa labor de protección que corrige hasta cierto punto la desigualdad con la que nace la gente. Por supuesto, siempre podemos defender a Wert con la falacia de la casuística, dando el mismo peso a la excepción que a la norma, esa forma de razonar según la cual hay de todo en todas partes y como hay de todo pues todo es verdad y es mentira. Siempre habrá un humilde espabilado que salga adelante y algún rico bobo que se quede en el camino. Pero estadísticamente en TODOS los sitios donde se practica la segregación temprana la segregación es social. Y para eso se hace. Se hace desde ese convencimiento de Ortega de que no se cabe, de que no hay sitio, de que una sociedad para todos no es viable y que el cuerpo social tiene que sacudirse de encima lo que menos pese.
Vivimos en una sociedad de composición cada vez diversa y compleja y cada vez más difícil de vertebrar. Sólo el sistema educativo puede integrar y armonizar a la población cuando esto es posible: desde pequeños. Un sociedad donde los grupos humanos son extraños entre sí lleva el monstruo dentro. Los atentados de 2005 en Londres son un extremo grotesco y excepcional, pero revelador. Aquellos musulmanes suicidas que asesinaron en masa eran ingleses. Se lo decían atónitos unos a otros, eran ingleses. Ya habían nacido en Londres, eran de allí. Eran de allí, pero ajenos, eran parte de una sociedad donde unos grupos humanos eran extraños a otros, donde demasiados eran intrusos. Quien quiera ver tremendismo paranoico en mencionar la masacre de Londres a propósito de las reválidas de Wert, que no olvide la fábula de la rana que saltaría si la metiéramos en agua hirviendo, pero se dejaría cocer si le calentamos el agua grado a grado. No olvidemos cómo se llega a los grandes males: se llega poco a poco. Y todos los estadios intermedios son siempre aspectos del mal.