Es importante comprender que la cabeza y
el culo no pueden convivir en las mismas condiciones. La cabeza manda, y el
culo obedece. La cabeza respira, come, bebe, piensa mucho y se cuida del
bienestar del culo. El culo, agradecido, defeca con regularidad, librando así
al organismo de los restos de la descomposición. Por mucho que entre oxígeno en
el culo, no aprenderá a respirar. Por mucho que se le meta comida, no podrá
masticarla. Lo único que harán todos esos bienes es atascarlo e impedirle que
cumpla su función, harán que se ponga enfermo, y en poco tiempo también
enfermaría el organismo entero. Es decir, si el culo tuviera los mismos
derechos, estos le causarían graves daños, a él y al resto de las partes del cuerpo.
Anna Starobinets, El Vivo.
Alguien pide socorro con la voz
ahogada desde el interior de un despacho universitario cerrado. Uno de nosotros
propone echar la puerta abajo para ayudar a quien parece en apuros. Otro
recuerda, sin embargo, la obligación que tenemos de ser respetuosos con el
mobiliario y los recursos públicos y que es inadmisible que los profesores
anden rompiendo puertas. No se trata de discutir que, efectivamente, deben
respetarse los bienes públicos ni de contradecir que lo de ir por ahí rompiendo
cosas no es un buen estilo de vida. De lo que se trata es de cuál es la
cuestión, de si estamos ante una vida en peligro o ante un problema de
vandalismo con el mobiliario universitario. Antes de despeñar el discurso por
una catarata de argumentos y razones, tenemos que dar por sentada la cuestión.
Y si la cuestión es que hay una vida en peligro, todo lo que se diga sobre la
puerta, el respeto al mobiliario y el dinero público será ruido y confusión.
Hasta el mero recuerdo de que las puertas se pagan con el dinero de todos será
una distracción negligente de la verdadera y urgente cuestión. Claro que el
argumento del respeto al mobiliario, por frívolo que sea, tiene un atractivo
arrollador. Su conclusión lógica es la pasividad, no hacer nada, y marcharse
con la conciencia tranquila porque actuamos según un valor compartido: el
cuidado de los bienes públicos.
Mucho se habló del escrache a
propósito de los desahucios y de si eran maneras o no de solucionar problemas
eso de ir a domicilios particulares a hacer ruido. Cientos de miles de personas
se habían visto desalojadas de su hogar y quedaban endeudadas con quien les
quitaba su espacio más privado. Había una ley injusta que no hay en otros
países. Había muchos años de malas prácticas bancarias detrás de aquel
desastre, mucho tiempo de riesgos inmanejables y políticas ciegas. Y había
gente desesperada que protestaba como se protesta en la desesperación. La
cuestión se centra en lo discutible, en lo que requiere ser resuelto. Y la
cuestión, dijeron, era la protesta. El problema, aquello que necesitaba
solución, era la incomodidad de los políticos que sí tenían casa pero oían
desde ella gritos y proclamas. Siempre se apela a un valor compartido para
sentirse amparado por la ética y, por eso, se apeló al derecho a tener vida
privada y familiar de aquellos políticos. Como la salvaguarda de la puerta del
despacho cerrado, la conclusión lógica son los brazos cruzados. Los
desahuciados sufrían, pero esa no era la cuestión, dijeron. La cuestión era el
silencio donde la gente duerme.
En un barrio de Burgos, en estos
días, estalla una protesta con una determinación colectiva realmente singular.
La gente pierde el trabajo, es menos atendida en la enfermedad, tiene los
estudios y la formación superior cada vez más inasequible. Por enésima vez el
mismo cacique recibe el mismo favor corrupto del ayuntamiento, ahora para
gastarse el dinero que no les dan para una escuela infantil en una obra que les
quita los únicos aparcamientos disponibles. Pero esa no es la cuestión, dicen
los que mandan. Lo que requiere solución, lo que hay que zanjar, son esos
contenedores ardiendo y esas piedras lanzadas en choques con la policía. La
violencia, dicen, es la cuestión. O los “atentados”. Siempre un valor
compartido para distraer y confundir la verdadera cuestión.
Casos tuvimos con la cuestión de la
igualdad. En uno de los trámites de una ley que obliga a las mujeres
embarazadas que no quieran ser madres a serlo, un grupo de mujeres entró en el
Parlamento con los pechos al aire gritando que el aborto es sagrado. La
cuestión no son esas mujeres o niñas obligadas a una maternidad no querida. La
cuestión, dijeron, es si se puede entrar en el Parlamento con los pechos al
aire y si el aborto es sagrado o profano. La maternidad a la fuerza puede
esperar, no era la cuestión.
Los intentos por llamar la atención sobre los
estereotipos que se refuerzan con los usos lingüísticos tuvieron episodios
notables. La Academia en su Nueva
gramática básica salió con prontitud al paso de las guías de estilo que
menoscaban el uso del masculino genérico y preconizan los famosos dobletes en
masculino y femenino, para recordar que el masculino es no marcado. Además, la
Academia fue singularmente ágil en señalar en un recuadro destacado, en el
epígrafe sobre el género epiceno, la incorrección de la palabra miembra, que había deslizado en feliz
ocasión una ministra. Tiene menos prisa en retocar su Diccionario, por ejemplo en la voz cornudo, da, que aún es referida al estado del varón por la
infidelidad de su cónyuge; como si no hubiera cuernos fuera del matrimonio y
siempre se debieran a la conducta de ella. Tampoco ve urgencia en modificar la
entrada huérfano, donde sigue
diciendo que es el estado de quien perdió padre o madre, “especialmente
el padre”, como recoge Andrés Neuman en su breve y delirante relación
(http://goo.gl/F3F2ux). No se trata de si el masculino es o no marcado ni si miembra es una palabra aceptable. Se
trata de cuál es la cuestión. Una mitad de la población vive peor que la otra
mitad, los usos lingüísticos son parte, grande o pequeña, del problema.
Cualquier movimiento que enfrente esta situación se convierte automáticamente
en la cuestión, en el asunto que hay que debatir y resolver. Tan es así que
Pérez Reverte ve las acciones valientes, casi heroicas, esforzadas y a
contracorriente, no en la resistencia a esas desigualdades en sí (tan bien
representadas en el Diccionario),
sino en la distracción y en la minucia de esos masculinos genéricos y esas
miembras. En tales menudencias es donde él opone la integridad a la debilidad
de “corderos mansos y esquilables”; en tales naderías llevan “partiéndose la
cara” años los colegas que él los evoca como luchadores. Qué bravura. Siguen
muriendo mujeres, siguen duplicando el paro de los varones y aguantando prejuicios,
pero para lo que hay que tenerlos bien puestos es para decir que el masculino
es genérico. Sin duda Reverte repugna como cualquiera la violencia machista y
la desigualdad, pero no repara en su eficaz contribución a la confusión y a la
distorsión de cuál es la cuestión. Y la cuestión no es lo que se hace para
encarar la desigualdad, derrapando o no, sino lo que la mantiene. La única
lección de centrar la cuestión en lo que se hace es que no se haga nada.
Todos estos ejemplos, y muchos más que se puedan poner,
apuntan en la misma dirección: que unos somos cabeza y otros somos culo y que
el culo no puede pretender los mismos derechos que la cabeza, como sintetiza el
personaje de Starobinets. Cualquier movimiento de disconformidad o de
resistencia del débil es siempre LA cuestión y centra el debate, como si fuera
eso el problema necesitado de solución. Siempre hay valores compartidos a los
que apelar para dignificar éticamente la confusión y la distracción, para
fortalecer siempre la postura de no hacer nada. La idea es que el débil se
aguante. Cada vez que aceptamos la discusión de si viene a cuento invadir
supermercados, si se va a alguna parte rodeando el Congreso, si al decir alumnos se excluye o no a las mujeres o
si hay derecho a vociferar en el domicilio de Soraya, estamos ayudando a
consolidar la actitud de no hacer nada y reforzando el discurso de que al que
le haya tocado ser culo que no se empeñe en querer respirar o comer. Cuando os
pongan imágenes de una farola rota o una cajera asustada porque la empujó un
sindicalista, no os pronunciéis, sed como Pujol, decid que hoy no toca eso, que esa no es la cuestión. Y que culo lo
serán ellos.
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