viernes, 17 de enero de 2014

Cuál es la cuestión. No nos distraigamos

[Columna del sábado en Asturias24 (www.asturias24.es)]
Es importante comprender que la cabeza y el culo no pueden convivir en las mismas condiciones. La cabeza manda, y el culo obedece. La cabeza respira, come, bebe, piensa mucho y se cuida del bienestar del culo. El culo, agradecido, defeca con regularidad, librando así al organismo de los restos de la descomposición. Por mucho que entre oxígeno en el culo, no aprenderá a respirar. Por mucho que se le meta comida, no podrá masticarla. Lo único que harán todos esos bienes es atascarlo e impedirle que cumpla su función, harán que se ponga enfermo, y en poco tiempo también enfermaría el organismo entero. Es decir, si el culo tuviera los mismos derechos, estos le causarían graves daños, a él y al resto de las partes del cuerpo.
Anna Starobinets, El Vivo.
Alguien pide socorro con la voz ahogada desde el interior de un despacho universitario cerrado. Uno de nosotros propone echar la puerta abajo para ayudar a quien parece en apuros. Otro recuerda, sin embargo, la obligación que tenemos de ser respetuosos con el mobiliario y los recursos públicos y que es inadmisible que los profesores anden rompiendo puertas. No se trata de discutir que, efectivamente, deben respetarse los bienes públicos ni de contradecir que lo de ir por ahí rompiendo cosas no es un buen estilo de vida. De lo que se trata es de cuál es la cuestión, de si estamos ante una vida en peligro o ante un problema de vandalismo con el mobiliario universitario. Antes de despeñar el discurso por una catarata de argumentos y razones, tenemos que dar por sentada la cuestión. Y si la cuestión es que hay una vida en peligro, todo lo que se diga sobre la puerta, el respeto al mobiliario y el dinero público será ruido y confusión. Hasta el mero recuerdo de que las puertas se pagan con el dinero de todos será una distracción negligente de la verdadera y urgente cuestión. Claro que el argumento del respeto al mobiliario, por frívolo que sea, tiene un atractivo arrollador. Su conclusión lógica es la pasividad, no hacer nada, y marcharse con la conciencia tranquila porque actuamos según un valor compartido: el cuidado de los bienes públicos.
Mucho se habló del escrache a propósito de los desahucios y de si eran maneras o no de solucionar problemas eso de ir a domicilios particulares a hacer ruido. Cientos de miles de personas se habían visto desalojadas de su hogar y quedaban endeudadas con quien les quitaba su espacio más privado. Había una ley injusta que no hay en otros países. Había muchos años de malas prácticas bancarias detrás de aquel desastre, mucho tiempo de riesgos inmanejables y políticas ciegas. Y había gente desesperada que protestaba como se protesta en la desesperación. La cuestión se centra en lo discutible, en lo que requiere ser resuelto. Y la cuestión, dijeron, era la protesta. El problema, aquello que necesitaba solución, era la incomodidad de los políticos que sí tenían casa pero oían desde ella gritos y proclamas. Siempre se apela a un valor compartido para sentirse amparado por la ética y, por eso, se apeló al derecho a tener vida privada y familiar de aquellos políticos. Como la salvaguarda de la puerta del despacho cerrado, la conclusión lógica son los brazos cruzados. Los desahuciados sufrían, pero esa no era la cuestión, dijeron. La cuestión era el silencio donde la gente duerme.
En un barrio de Burgos, en estos días, estalla una protesta con una determinación colectiva realmente singular. La gente pierde el trabajo, es menos atendida en la enfermedad, tiene los estudios y la formación superior cada vez más inasequible. Por enésima vez el mismo cacique recibe el mismo favor corrupto del ayuntamiento, ahora para gastarse el dinero que no les dan para una escuela infantil en una obra que les quita los únicos aparcamientos disponibles. Pero esa no es la cuestión, dicen los que mandan. Lo que requiere solución, lo que hay que zanjar, son esos contenedores ardiendo y esas piedras lanzadas en choques con la policía. La violencia, dicen, es la cuestión. O los “atentados”. Siempre un valor compartido para distraer y confundir la verdadera cuestión.
Casos tuvimos con la cuestión de la igualdad. En uno de los trámites de una ley que obliga a las mujeres embarazadas que no quieran ser madres a serlo, un grupo de mujeres entró en el Parlamento con los pechos al aire gritando que el aborto es sagrado. La cuestión no son esas mujeres o niñas obligadas a una maternidad no querida. La cuestión, dijeron, es si se puede entrar en el Parlamento con los pechos al aire y si el aborto es sagrado o profano. La maternidad a la fuerza puede esperar, no era la cuestión.
Los intentos por llamar la atención sobre los estereotipos que se refuerzan con los usos lingüísticos tuvieron episodios notables. La Academia en su Nueva gramática básica salió con prontitud al paso de las guías de estilo que menoscaban el uso del masculino genérico y preconizan los famosos dobletes en masculino y femenino, para recordar que el masculino es no marcado. Además, la Academia fue singularmente ágil en señalar en un recuadro destacado, en el epígrafe sobre el género epiceno, la incorrección de la palabra miembra, que había deslizado en feliz ocasión una ministra. Tiene menos prisa en retocar su Diccionario, por ejemplo en la voz cornudo, da, que aún es referida al estado del varón por la infidelidad de su cónyuge; como si no hubiera cuernos fuera del matrimonio y siempre se debieran a la conducta de ella. Tampoco ve urgencia en modificar la entrada huérfano, donde sigue diciendo que es el estado de quien perdió padre o madre, “especialmente el padre”, como recoge Andrés Neuman en su breve y delirante relación (http://goo.gl/F3F2ux). No se trata de si el masculino es o no marcado ni si miembra es una palabra aceptable. Se trata de cuál es la cuestión. Una mitad de la población vive peor que la otra mitad, los usos lingüísticos son parte, grande o pequeña, del problema. Cualquier movimiento que enfrente esta situación se convierte automáticamente en la cuestión, en el asunto que hay que debatir y resolver. Tan es así que Pérez Reverte ve las acciones valientes, casi heroicas, esforzadas y a contracorriente, no en la resistencia a esas desigualdades en sí (tan bien representadas en el Diccionario), sino en la distracción y en la minucia de esos masculinos genéricos y esas miembras. En tales menudencias es donde él opone la integridad a la debilidad de “corderos mansos y esquilables”; en tales naderías llevan “partiéndose la cara” años los colegas que él los evoca como luchadores. Qué bravura. Siguen muriendo mujeres, siguen duplicando el paro de los varones y aguantando prejuicios, pero para lo que hay que tenerlos bien puestos es para decir que el masculino es genérico. Sin duda Reverte repugna como cualquiera la violencia machista y la desigualdad, pero no repara en su eficaz contribución a la confusión y a la distorsión de cuál es la cuestión. Y la cuestión no es lo que se hace para encarar la desigualdad, derrapando o no, sino lo que la mantiene. La única lección de centrar la cuestión en lo que se hace es que no se haga nada.

Todos estos ejemplos, y muchos más que se puedan poner, apuntan en la misma dirección: que unos somos cabeza y otros somos culo y que el culo no puede pretender los mismos derechos que la cabeza, como sintetiza el personaje de Starobinets. Cualquier movimiento de disconformidad o de resistencia del débil es siempre LA cuestión y centra el debate, como si fuera eso el problema necesitado de solución. Siempre hay valores compartidos a los que apelar para dignificar éticamente la confusión y la distracción, para fortalecer siempre la postura de no hacer nada. La idea es que el débil se aguante. Cada vez que aceptamos la discusión de si viene a cuento invadir supermercados, si se va a alguna parte rodeando el Congreso, si al decir alumnos se excluye o no a las mujeres o si hay derecho a vociferar en el domicilio de Soraya, estamos ayudando a consolidar la actitud de no hacer nada y reforzando el discurso de que al que le haya tocado ser culo que no se empeñe en querer respirar o comer. Cuando os pongan imágenes de una farola rota o una cajera asustada porque la empujó un sindicalista, no os pronunciéis, sed como Pujol, decid que hoy no toca eso, que esa no es la cuestión. Y que culo lo serán ellos.

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