sábado, 4 de enero de 2014

Esa gente tan buena



[Columna del sábado en Asturias24 (www.asturias24.es)]
Seguramente la mayoría de nosotros habremos pasado nuestra vida sin haber hecho una acción heroica ni desarrollado una conducta infame u odiosa. La mayoría no sabemos de nosotros mismos si tenemos madera de héroes o de villanos sencillamente porque los de este lado del planeta y de la historia vivimos en un mundo que no nos pone a prueba. Nos pondría a prueba un mundo en el que los niños se murieran en la calle por violencia o desamparo o en el que nos topáramos cada día con adultos tan desposeídos de todo que pudiéramos abusar y servirnos de ellos sin límite. En un mundo así la gente es admirable o aborrecible por su entrega, pequeñez o violencia en las situaciones extremas propias o ajenas. Es fácil entender que uno prefiera vivir allí donde el mal absoluto no tiene oportunidad de mostrarse. Se entenderá también que, por lo mismo, uno tampoco quiera vivir en un mundo lleno de acciones buenas y excepcionalmente elevadas. Eso es así porque significa que uno vive en un mundo donde la mayoría de los días nos son dados sin tener horrores ante los que reaccionar con grandeza o mezquindad.
En esta legislatura, sin embargo, parece que quieren llenar España de buenas obras. Señalo el marco temporal de la legislatura porque el asunto tiene mucho que ver con la ideología del gobierno y con sus consecuencias sociales. En el altruismo más o menos digno o almibarado que se predica se mezclan conductas diversas: hipócritas, bienintencionadas, frívolas, inocentes o abiertamente malignas. La Rectora de la Universidad de Málaga llevó a su universidad y a la CRUE la idea de activar canales para que quien tenga recursos y quiera pueda apadrinar a estudiantes sin medios para que sigan estudiando. Para evitar palabras molestas, como caridad o compasión, se habló de "mecenazgo", que tiene resonancias nobles de apoyo desinteresado al arte y al conocimiento.
Por injusto que nos parezca que una estudiante no pueda pagar sus estudios, qué mal puede hacer que alguien adinerado tenga la generosidad de pagárselos. Que un programa de televisión consiga que "entre todos" se eche una mano a alguien realmente necesitado no parece malo, nos puede dar una punzada de bondad y, lo mejor de todo, nos entretiene un rato. La epidemia de maratones televisivos de todo tipo para ayudar a distintos tipos de desgracias puede verse como un intento bienintencionado de dar algún amparo en la desdicha. El arzobispo Sanz Montes ya inició la legislatura donando su paga extra de Navidad a "los más necesitados" y después anunció que daría parte de su sueldo a Cáritas para dar ejemplo, dijo. El obispo de Ávila, García Burillo, abundó en esa vía y pidió a todas las personas de buena voluntad que donaran su paga extra a Cáritas. A esta línea de esfuerzos que no solucionan problemas pero que ayudan en alguna medida se apuntó también la alcaldesa de Gijón, Carmen Moriyón, que propuso a los encerrados de Tenneco el consuelo de rezar a la Santina y peregrinar a Covadonga. Por hacerlo no van a empeorar las cosas y quién sabe.
Vivimos en un estado de derecho y en una sociedad con derechos. Me habré cruzado miles de veces con gente más fuerte que yo que podría arrebatarme algo que yo llevara y ellos quisieran. Hice unos estudios universitarios cuyo coste real no podría haber pagado. Tuve un padre muchos años enfermo con atención médica sin que hubiera que preocuparse de gastos. Cualquiera puede contar cosas parecidas a estas. Y cualquiera puede entender que no tengo la sensación de deber nada a nadie en particular ni de haber sido beneficiario de obras buenas o conductas altruistas.
Vivimos y queremos seguir viviendo en una sociedad con derechos. No voy a dar las gracias a cada tiarrón forzudo que se cruce conmigo sin  partirme la cara y llevarse mi cartera porque tengo derecho a que me dejen en paz con mis cosas. No voy a dar las gracias a los médicos que atendieron a mi padre o a los profesores que me dieron clase porque era su obligación, y no su buena obra, hacerlo y mi derecho el que lo hicieran. Estas cosas importantes se reciben sin quedar en inferioridad con nadie (la gratitud debida siempre es un tipo de inferioridad) y sin sentirse convidado en la sociedad, con esa obligación que se siente cuando uno es convidado de ceder toda iniciativa y de aceptar lo que tengan a bien darnos. Esto tiene un nombre abreviado que puede resultarnos cómodo: dignidad.
Tener derechos significa tener la certeza de ser asistidos en las cosas importantes sin pérdida dignidad. La caridad no supone ninguna certeza. Es una bondad difusa que menudeará de manera azarosa entre colectividades haciendo de paliativo superficial de alguna necesidad que seguirá intacta. Por muy desinteresadamente que se practique, siempre daña la dignidad de quien la recibe, aunque quien la lleve a cabo realmente sólo quiera ayudar y, ciertamente, ayude. La Plataforma en Defensa de la Ley de Dependencia de la Comunidad Valenciana declaraba hace poco que no permitirán que se cambien derechos por caridad. En semejante proclama se exigen las dos cosas consustanciales a un derecho que son arrebatadas cuando se pasa a confiar en la caridad: certeza y dignidad.
Algún día cogeré gripe y en algún momento la edad me arrebatará las facultades necesarias para mi trabajo. Quiero, todos queremos, tener la certeza ahora de que podré dejar de trabajar por enfermedad o vejez sin dejar de percibir un salario justo y sin menoscabo de mi dignidad. Es decir quiero que se me reconozca todo esto como derecho y que no se deje al albur de algún generoso con el que tenga que quedar en deuda.
En una sociedad medianamente justa, en la que la paz sea una virtud y no una claudicación, la gente tendrá derechos en lo importante y no veremos acciones altruistas heroicas. La caridad, y su hermana laica la solidaridad, dicen bien de cualquier sociedad. Pero en una sociedad justa afectan sólo al acabado, al pulimento de las asperezas menores. En los asuntos de fuste, como son la alimentación o la sanidad, es decir, la pura supervivencia, la caridad / solidaridad debe realizarse como algunos hablan el catalán y muchos practican el sexo: con pudor y en privado.
Dar publicidad a un acto caritativo puede tener la intención de mostrar un buen ejemplo, pero en realidad es una distracción, un ruido. Cuando alguien dedica su vida a que coman quienes no tienen qué comer, lo que nos atrapa emocionalmente es la generosidad del bienhechor y queda para la razón, en segundo plano, lo intolerable de una situación en que la gente pasa hambre. La emoción manda y en los actos solidarios la emoción es positiva porque reacciona a la conducta altruista y no a las prácticas que crean la injusticia ("directo al corazón", titulaba Cuca Alonso su entrevista con el gestor de la Cocina Económica de Gijón). La estridencia mediática con que se están aireando acciones buenas, ayudas entre todos y similares sólo distraen y confunden. Mientras la sociedad se hace más injusta, los medios afines al Gobierno nos llenan el corazón de emociones nobles sobre los desamparados.
Dije antes que en este altruismo activista hay de todo, bienintencionado y no. Que desde el Gobierno y medios próximos se impulse la caridad es coherente con el orden social al que aspiran. La caridad es el envés de los derechos. Un gobierno que mutila los derechos básicos en sanidad, educación y asistencia judicial entre otros es lógico que abunde en caridad y obras buenas. La Madre Teresa lo había expresado en su día con inigualable claridad: "Pienso que es muy hermoso que los pobres acepten su destino, que lo compartan con la pasión de Cristo. Pienso que el sufrimiento de los pobres es de gran ayuda para el mundo". El arzobispo señor Sanz Montes, que había pedido el voto al PP con singular explicitud y desvergüenza, cuando el Gobierno quitó la paga extra a los funcionarios, el donó la suya mostrando así la medida del Gobierno como una cosa buena.
Por supuesto, debemos darle la bienvenida por su apoyo económico a Cáritas. Quienes venimos poniendo en la declaración de la renta la equis en "otros fines sociales" aportamos a esa entidad mucho más de lo que aporta la Iglesia (el que no lo crea que mire los gráficos de la financiación de Cáritas, que son públicos). De todas formas, que el actual Gobierno y aledaños impulsen la caridad y las obras buenas me recuerda al ejército americano lanzando paquetes de comida sobre los poblados afganos que previamente habían bombardeado y a los devoradores de grasas y tartas que luego echan sacarina en el café. Todo suena a paliativo después del exceso para que no se diga.

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