Todos habremos comprobado que un impermeable nos protege del agua hasta que cala la primera vez. Una vez empapado, aunque se seque, su textura quedó modificada y en el siguiente chaparrón el agua ya conoce el camino y entra en el impermeable como Pedro por su casa. La plana mayor de Vox no es especialmente inteligente ni brillante en tácticas. De hecho, en su versión actual su tendencia es a menguar. Su evidente influencia no se debe a su perspicacia. El tejido del PP ya estaba de fábrica empapado de catolicismo ultraconservador, de residuos franquistas, del nacionalismo cutre de los emperadores sin imperio, de la querencia de privilegios antañones, de la aversión a la cultura y de los resortes autoritarios. Vox no necesita especial lucidez para infiltrar en ese tejido sus simplezas ultras, como el agua se infiltra en los tejidos que ya estuvieron empapados. Sus medidas radicales contra la enseñanza pública, recogidas en propuestas como el cheque escolar o el Pin educativo, encuentran en el PP una especie de trapo que se deja empapar y las lleva hasta las instituciones. El PP ya estaba impregnado de esa sensibilidad y no necesita ser presionado. Los discursos públicos se tejen más fácilmente desde posiciones de poder y por eso el PSOE es quien debería fortalecer los principios de nuestro sistema educativo. Pero el PSOE convierte en ideario propio cada cesión política que hace a los conservadores, como si llegar a acuerdos o ceder tuviera que modificar los principios de partida. De esa manera los cambios solo suceden en una dirección.
La democracia no es el gobierno directo y asambleario de la población, sino de representantes elegidos por ella que son responsables ante ella. Los presupuestos generales no se hacen poniendo cada contribuyente en qué quiere que se gaste el dinero que él paga para después ejecutar todos esos miles de iniciativas individuales que, en conjunto, solo pueden ser un galimatías. Lo que está detrás del cheque escolar y la presunta libertad de elección de centro sin normas es algo parecido, aunque en este caso se sabe exactamente adónde lleva el galimatías. El cheque escolar consiste en dar a cada familia un bono por el precio medio estimado de una plaza escolar para que la familia lo gaste en centro, público o privado, que quiera. Se trata de que los centros compitan entre sí para tener alumnos y con ellos financiación. Y se trata también de que se hagan públicos sus resultados para que las familias sepan cuáles son mejores y se estimule la competencia entre estudiantes para que los mejores estudiantes se junten en los mejores centros. Sería largo hablar del perjuicio de este sistema y no es el objeto de este artículo. Quedémonos con lo fundamental.
Para la mayoría de los padres será más importante que un centro ofrezca buenas instalaciones deportivas que tenga profesionales y buen respaldo para estudiantes ciegos o sordos, que solo afecta a una minoría. No percibirán el deterioro que suponga salarios insuficientes, trabajo precario y exceso de horario en los profesores, porque el rendimiento didáctico es un rendimiento colmena, de muchos aciertos de mucha gente muchos días durante varios años. El mecanismo de mercado es ciego a los resultados diferidos en el tiempo por un trabajo colectivo. Los padres tenderán a pensar que los resultados de un centro son buenos si consiguen mucho nivel en los mejores y no percibirán los casos en que el centro consiguió subir el nivel de partida de los alumnos o recuperar los casos de riesgo. La percepción siempre estará ligada a los casos más deseables, sea cual sea la situación real de su hijo o hija. La segregación de estudiantes en distintos centros por su nivel es una falacia: las condiciones de partida son desiguales, porque son desiguales las familias, en dinero y nivel cultural, y es desigual el soporte que pueden dar a los estudios de sus hijos. La correlación entre resultados académicos y situaciones familiares es una estadística tozuda. Precisamente, dos objetivos irrenunciables del sistema de enseñanza y de la convivencia democrática son la igualdad de oportunidades y la integración. Si los niños y adolescentes son desiguales en el punto de partida y sobre la base de esa diferencia los separamos, el sistema amplía la segregación social, en vez de buscar que la formación vaya limando las diferencias de partida para que las oportunidades acaben siendo parecidas. La segregación siempre empieza y acaba siendo social. La integración consiste en asegurar la permanencia en el núcleo de la convivencia de personas de orígenes sociales, rendimiento o condiciones vitales diferentes para que no se formen guetos; y también para que discapacidades o impedimentos especiales no dejen fuera del sistema a las personas. El resultado, como se sabe, no perjudica la excelencia. Los estudiantes de alto rendimiento alcanzan resultados de alto rendimiento en sistemas socialmente integrados, y en España lo sabemos bien. Y los promotores del cheque escolar también lo saben. El liberalismo desbocado no busca una sociedad protegida sino desagregada y desigual. En España, además, la derecha es muy conservadora en otros aspectos y busca entregar la educación a la Iglesia por puro sectarismo doctrinal. Los países con cheque escolar y buenos resultados académicos y sociales son siempre países con fuerte inversión pública en educación y fuerte intervención del Estado, nunca con la desregulación que pretende la derecha. Puede ser el caso de Suecia, que de todas formas no está por encima de Finlandia o Noruega.
El Pin parental, en teoría, consiste en la obligación de los centros de informar a los padres de cualquier actividad no reglada que tenga algo que ver con controversias morales o de conciencia y en el derecho de los padres a mantener a sus hijos al margen. Nuestra sociedad no es como la quiere la extrema derecha ni el fundamentalismo eclesial. Hay muchos aspectos de la convivencia democrática y de la tolerancia civilizada que chocan con las ideologías reaccionarias. Para ellos es ideología lo que para los demás es normal. Se inventan extravagancias, como que un instituto podría contratar a Valtonyc para dar lecciones de democracia (?) o que podrían iniciar a niños pequeños en el arte de la felación. Pero no hace falta ningún Pin. Estas memeces solo existen en sus delirios estrafalarios. Los padres están debidamente informados de las actividades de los centros y de las charlas. Podríamos pensar que los ultras vienen de otro planeta, pero no es así. No quieren que los padres estén informados, que ya lo están; ni que tengan derecho a decidir si quieren que sus hijos participen en actividades, que ya lo tienen. Quieren el derecho a fiscalizar, a presionar y a introducir sus demonios. El Pin parental para actividades no regladas ya se iría después filtrando a los programas de historia o literatura. Las controversias morales y de conciencia existen solo en los temas en los que la Iglesia tiene doctrina. El Pin es un intento de introducir la variante más fundamentalista del catolicismo en los centros.
El neoliberalismo no quiere un sistema educativo nuevo. Quiere un sistema dinamitado, una jungla en la que los que están en ventaja la aumenten a costa del Estado que les da el cheque y les desgrava sus tarifas y en la que los que están en ventaja no tengan que colaborar con el coste de un sistema estructurado. No es una conjetura, está ya comprobado. El PSOE parece creer que no es viable ningún gobierno que intranquilice a quienes están ventaja. Sin chocar con esas oligarquías económicas y episcopales y sin contradecir y enfrentar su discurso, las líneas del debate irán siendo cada vez más cavernarias. Es notable que Celáa dijera en su primera intervención que el Gobierno comprendía la importancia de la enseñanza concertada y no diera muestras de comprender los desequilibrios perturbadores de la concertación desregulada y privilegiada que asoma en algunas comunidades. Pero lo verdaderamente importante en nuestros días es cuánto habrán hablado Sánchez e Iglesias de todo esto. Seguimos a la espera de señales de vida inteligente en la izquierda.
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