A todos nos parece que eso de tener principios es una buena manera de andar por la vida. Pero hay pocas cosas que no lleguen a ser tóxicas cuando se dan en exceso; incluso la bondad, como le decía el Conde de Albrit de Galdós a Pío Coronado: «Sobre tu bondad caen todas las maldiciones del Cielo. […] Tu bondad siembra de males la tierra». Los principios ponen coherencia en nuestros actos y eso no es otra cosa que llenarlos de repeticiones y darles cierta rigidez, porque los principios nos ahorran pensar todo el tiempo. Pero los principios se ponen a prueba pocas veces. La gente que envuelve su conducta en la enunciación de principios suele exagerar ese punto de repetición que introducen en nuestra conducta y la hacen dogmática; y suelen recargar la irreflexión que inducen y la conducta, además de rígida, se hace ciega. Y así una sobredosis de principios puede hacer que andemos por la vida tiesos y distraídos como aquellos payasos que hacían reír a los niños chocando con las paredes o cayéndose en hoyos por no prestar atención. Pero nos sentimos más inocentes justificando nuestros actos con principios que con razonamientos. Es como la obediencia debida en el ejército, con la que se excusan los actos propios.
El desembarco anunciado de Errejón provocó una avenida torrencial de cuestiones de principio referidas la dispersión del voto de izquierdas, a las vanidades personales y a la doblez y el juego desleal. Todas son válidas y, como cuestiones de principio que son, son de aplicación a muchas cosas distintas, por lo que reducir nuestras valoraciones a las cuestiones de principio nos hará contradecirnos sin remedio. A quien escribe estas líneas le disgustó la iniciativa de Llamazares de crear Actúa y sobre todo deploró la candidatura de García Montero en Madrid, que impidió que hubiera una mayoría de diputados de izquierda en una comunidad donde la izquierda es el límite de la civilización. Pero vi con buenos ojos la aparición de Podemos, cuando ya existía IU y dispersaba el voto. El paso siguiente debería ser decir que no tiene nada que ver la creación de Podemos con lo de Llamazares y llenar el análisis de aquello que Popper llamaba estratagemas inmunizadoras y que podríamos llamar a secas cuentos chinos. La pura verdad es que es lo mismo la formación de Podemos y la de Actúa y no hay forma de justificar que una cosa me gustara y otra me disgustara escondiéndome en principios. Hay que dar la cara y decir por qué no confiaba en Llamazares y sí en Iglesias sin mandamiento de la ley de Dios que lo justifique. Y por eso lo de Errejón debe ser evaluado con franqueza y con racionalidad. Lo segundo quiere decir que no hay que evaluarlo una vez por todas, sino mantener una actitud de escrutinio sostenida en el tiempo. Me sorprenden tantas certezas inmediatas. Seamos prácticos. Lo único seguro es que Errejón, como el verbo, se hizo carne y habita entre nosotros. Interesa lo negativo, lo positivo y, sobre todo, interesan las exigencias.
Las sensaciones negativas tienen que ver con la ley d’Hont y con el ánimo de la izquierda. Solo en Madrid y en Barcelona es seguro que su candidatura no restará representación a la izquierda por la dispersión del voto. En Valencia es poco probable, pero ya hay riesgo. Y no es un riesgo menor. Las derechas están radicalizadas y tienen el terreno abonado que dejó Rajoy y no corrigió Sánchez. Y tampoco es menor el riesgo de desánimo. Fue frustrante para la izquierda pasar de la sonrisa de abril a la convocatoria de nuevas elecciones. El riesgo de Errejón no es su candidatura en sí, que seguramente dará ánimo a muchos desanimados. El riesgo es que no deja de ser una escisión producto de un choque nada armónico. Pablo Iglesias marcó en alguna entrevista reciente una pauta correcta: no entrar al trapo de Errejón y centrarse en los problemas de la mayoría (mensaje este, que se diluyó durante las interminables negociaciones). Pero las chispas están ahí y pueden inflamarse en la campaña. Lo último que necesita la izquierda es ver a los fundadores de Podemos y seguidores haciéndose cortes de manga como si el enemigo fuera Errejón o Iglesias.
Las sensaciones positivas también se perciben con claridad. Podemos se contrae. Iglesias es un líder cada vez más reconocible como líder de izquierdas. Cada vez es más una versión mejorada, ampliada y actualizada de IU. Nada menos que eso, pero nada más. El mensaje es cada vez más compacto, pero las maneras políticas son cada vez más habituales. Es una evidencia que Podemos solo ocupa ahora un trozo del espacio que abrió. Y es evidente que el PSOE no ocupa el territorio primigenio restante. El posible crecimiento del PSOE no es necesariamente una buena noticia para la izquierda, porque solo crece a base de renuncias izquierdistas y de acomodarse en el espacio que deja el menguante Rivera. Errejón retiene algo de la electricidad inicial de Podemos y algo de la capacidad de llegar y movilizar a más gente que la propia. También retiene, en principio, el aire de nueva política y formas algo diferentes de organización, el montaje blando en el que pueden tomar sentido conjunto piezas heterogéneas. Puede ser un elemento de movilización que despierte a mucha gente de la abulia y el hastío. Se habla de los votos que pueda restar a Podemos, pero no estoy seguro de si no se los dará en los sitios en que no se presente. Podría ocurrir que ese voltaje que puede introducir en las elecciones anime el voto a Podemos donde él no se presente, como la irrupción de Podemos en su momento animó el voto a las mareas, Compromís o los Comunes, que seguramente no hubieran existido sin el fenómeno de los morados.
Pero decía que, sensaciones aparte, lo importante son las exigencias. El PSOE y el progrerío afincado en el establishment están buscando en él al podemita bueno que haga de tonto útil para desactivar el peso de Podemos. De momento, como ya había pasado a otra escala con Podemos y con Vox, todo el mundo le está haciendo la campaña hablando de él y él no dijo nada. Y hay dos cosas que tiene que exteriorizar y no debe tardar. Una es que tiene poner propósitos, programa y propuestas, y no solo estilo. Tiene que decir algo de nuestra fiscalidad extraviada, del furor privatizador de la sanidad y de la entrega inmisericorde de nuestra enseñanza a la Iglesia, del atraco a las pensiones, de Cataluña, de la reforma laboral, de la desigualdad. La otra es que debe dar señales de lo que vagamente podemos llamar lucha. Lucha quien no está a gusto en lo que hay y quien hace ver incluso cuando está al mando que está cediendo o que no está pudiendo del todo, quien está presionando en una dirección reconocible y quien no rehúye los frentes para que haya cambios. La derecha está luchando, se percibe con claridad que no quieren esto, que quieren más y es visible la dirección a la que apuntan. La lucha de la izquierda siempre es estridente por prudente que sea porque siempre roza con banqueros, patronal, Iglesia y otras oligarquías y no hay ruido más estridente que el roce con los poderosos. No se trata de utopías. Con los poderosos rozas siempre que no lo tengan todo. Hay gobiernos viables, homologables y muy occidentales que hacen ruido porque rozan con sus intereses insaciables. El PSOE no lucha. Cuando está en el poder se acomoda, es tan izquierdista como se puede ser sin hacer rechinar a los poderosos y eso los deja en un liberalismo compasivo y tolerante. Parte de la izquierda teme que Errejón no proponga rebeldía y sea una versión juvenil y moderna del PSOE. Por eso la segunda exigencia. En política no dices nada hasta que lo que dices no es negación o entra en conflicto con lo que dicen otros. Y dice mucho de ti a quiénes incomodas, sobre todo si incomodas a las oligarquías porque suelen estar bien informadas. Es una exigencia de la izquierda que Errejón dé muestras de que Más País será una incomodidad más para nuestros radicalizados mandones y que podría quitar el sueño a un Sánchez anaranjado. Estilo, talento y estrategia se le conocen. Tiene que poner sobre la mesa programa, compromiso y rebeldía para que la izquierda sonría. Y pronto.
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