Libertad es la palabra de estos días, por las censuras a grupos musicales y por el pacto de las derechas en Madrid. El anhelo de libertad de las derechas madrileñas es tal que la sola reiteración de esa palabra las hermanó y confundió en un solo ser. Vox y PP dijeron a C’s que querían libertad. ¿Qué se puede decir ante eso? ¿Cómo podría Aguado no cargar con una Vicepresidencia para la libertad? Ayuso se fajaba defendiendo a Abascal, Aguado nadaba en la moderación en la extrema derecha y Monasterio lucía el candor del encuentro después del malentendido. Debemos ya de dejar de hablar de las derechas en plural: es una derecha única, y las diferencias que se quiera ver entre ellas son puro trile. C’s siempre fue solo una marca de repuesto del PP. Y la relación del PP con Vox no es como la del PSOE con Podemos o IU. Vox es mucho de lo que el PP no quiere parecer y en realidad es. Podemos e IU son mucho de lo que el PSOE quiere parecer y en realidad no es. Por eso el deslizamiento del PP hacia Vox es fluido y el del PSOE hacia la izquierda es remolón y áspero. Pablo Iglesias debería considerar rechazar las ofertas vaporosas del PSOE, darle la investidura gratis como mal menor y, libre de compromisos, anunciar iniciativas legislativas que obliguen al PSOE a ser lo que quiere parecer o a dejar de parecer lo que no es.
La derecha habla mucho de libertad. La libertad es una característica de nuestra relación con los demás (como la armonía, la hostilidad o la indiferencia). No soy libre si alguien puede condicionar mi conducta al margen de mi voluntad, porque está en ventaja y es más libre que yo. Solo puedo ser más libre si él deja de ser tan libre. La libertad está asociada al poder y a la ventaja. Decir que todo el mundo va a ser más libre es tan necio como decir que todo el mundo va a estar en ventaja sobre los demás. Hay libertad generalizada cuando el poder está distribuido y bajo el control de la mayoría. Con alguien tan libre como Franco, los demás no pueden serlo. La derecha quiere Estado y reglas en seguridad, no pide la desaparición de la policía. Y tiene razón. Sin policía no seríamos más libres. Se formarían bandas de individuos libres, pero los demás no lo seríamos. Fuera de la seguridad, la derecha representa a unas oligarquías que no quieren reglas ni Estado por lo mismo que las bandas no quieren policía ni leyes. A esa intemperie es a lo que llaman libertad. Cuando Ayuso dijo que lo que unía a los tres socios era la libertad, anuncia que Madrid será tierra de bandas, desprotección y oligarquías a su antojo. Hay que insistir en que las dos palabras más repetidas del neoliberalismo, libertad y competencia, se usan siempre como propaganda. Dicen libertad cuando hablan de los de arriba y dicen competencia cuando hablan de los de abajo. Si hablan de libertad, hablan de grandes empresas y sus intereses abusivos, o de la Iglesia que quiere apoderarse de la enseñanza con los dineros públicos, o de fortunas que no quieren pagar impuestos. Si hablan de competencia, se están refiriendo a bajadas de salarios o a pequeños comercios que tienen que cerrar.
La actual derecha tiene un colorante extremista. El neoliberalismo no quiere ser percibido como una ideología. Quiere ser invisible, ambiente, sentido común, la tendencia de los tiempos, que no se sepa dónde empieza y dónde acaba y se mueva en las entrañas del PSOE, del PP o de los ranking educativos como una corriente de aire que revolotea de un sitio a otro al azar. La ultraderecha sí quiere ser ideología en combate. En este momento la derecha no es como la banca, que quiere aparentar análisis técnicos sin ideología y aquello de que no hay políticas económicas de derechas o de izquierdas, sino bien hechas y mal hechas. La derecha ahora exhibe ideología, busca confrontación y, cuando gana, ríe mostrándonos el origen de la risa. Eibl-Eibesfeldt explica que el gesto de la risa es un fósil de la primitiva conducta del mordisco y el rugido en combate. Por eso la risa se sigue haciendo en grupo y sigue teniendo un potencial agresivo. La derecha cuando gana ríe porque está en combate. Eso es algo más que neoliberalismo. Es una actitud que lleva dentro el hierro ultra.
La censura explícita de grupos musicales que ellos tilden de izquierdistas es un acto de confrontación ideológica que, como digo, va más allá de la barbarie neoliberal. Es un acto que nos recuerda lo mucho que Vox tiene de PP escurrido. La correspondiente censura de Tangana en Bilbao, por machista, no pudo ser más desdichada. La convivencia requiere ajustar el dial del respeto y la tolerancia. Si un vecino pone música a todo volumen a las tres de la mañana, está claro que el problema es el respeto: él tiene que inhibir sus apetencias por el efecto que causa en los demás. Si dos varones pasean cogidos de la mano y alguien se siente perturbado, el problema es de tolerancia: el alborotado es el que tiene que desafectarse de lo que los demás hagan o sean, no son los demás los que tienen que inhibirse. Si un vecino entra en el ascensor en el que estamos con sus dos enormes perros, ahí hay que ajustar ese dial y no todos estaremos de acuerdo. La tolerancia lleva el germen de la vulgaridad y el desorden, pero el respecto lleva en sus entrañas el convencimiento autoritario de que uno tiene derecho a decir a los demás lo que tienen que hacer. La música, el arte o el humor son espacios demasiado resonantes que encajan mal con pautas respetuosas bien pensantes. Por detestables que sean algunas manifestaciones, los intentos de poner diques en manifestaciones tan líquidas y huidizas acaban siempre en censura autoritaria. El caso de Tangana, además del daño de cualquier forma de censura, deforma la imagen real de nuestra actualidad. Deforma al feminismo y alimenta los discursos que pretenden que la igualdad de género consiste en un sistema de prohibiciones pacatas.
Pero deforma también la imagen de la geografía de la intolerancia. Es verdad que en la izquierda siempre hubo un ramalazo de santurronería propensa a prohibir y obligar. Y no se trata de la corrección política ni ese invento de la izquierda fucsia opuesta a la izquierda roja. Los rojos obreristas de raza siempre fueron dados a decir que había que prohibir los culebrones, Sálvame o Los Serrano; o a decir que tenía que ser obligatoria tal o cual cosa. Pero aunque esto sea cierto, el problema de la intolerancia y la apetencia doctrinaria en España está en la derecha. La ofensa religiosa no se considera de mal gusto o de falta de respeto, se considera delito. Los llamados Abogados Cristianos anda por ahí buscando camorra con los ateos y Vox anda buscando listas de indeseables. La censura de Tangana es una excepción que ayuda a normalizar la intransigencia de signo contrario. Cuando Kichi condecoró a no sé qué Virgen por razones muy laicas, no comprendió cuánto ayudó a normalizar la memez medieval de instituciones públicas haciendo nombramientos a vírgenes y santos y a la intransigencia religiosa que comportaban tales actos simbólicos. Las lumbreras bilbaínas quizá anden sacando pecho en los chigres por lo mucho que habían hecho para que no se denigre a la mujer, pero lo que hicieron fue que se haga normal que cada uno censure al otro y que acabe pareciendo que la censura es cosa «de unos y otros». No olvidemos que el mensaje central de la intoxicación propagandística de Bannon es que ya no hay sitio para el entendimiento. Solo hay extremos y hay que elegir cuál queremos, si el de Corea o el de Bolsonaro.
En Madrid, desde el Tamayazo hasta la entrada de la extrema derecha, sí que hay una banda (lo dicen los jueces), sí que hubo siempre un plan y sí que hay un botín, que además se nutre de la periferia. Solo la mala fe le hace a Rivera buscar estos ingredientes en otra parte. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no parecen percibir la gravedad de que se haya formado un gobierno ultra en Madrid mientras ellos siguen jugando a tácticas y encuestas. Los dos por separado tienen opciones si la otra parte no modifica su postura. No parar a la derecha en su actual versión no es un daño para la izquierda. Es un daño para la democracia.
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